En los años 80, era usual ver a los escritores en programas de televisión; incluso en los de ese género algo difuso conocido como “de interés general”, se les otorgaba tiempo y espacio. En el cine no, salvo alguna excepción rarísima y aislada (como Borges para millones): los documentales eran todavía un espacio de escasa exploración, salvo algunos intentos aislados y específicos (de Birri a Prelorán, de Solanas a Gleyzer). Para esa misma época, Ernesto Sábato era uno de los nombres más importantes de la literatura argentina, quizás solo superado por ese Borges al que se lo quiso proponer como antítesis (Bioy Casares estaba opacado por Borges; Cortázar estaba en Francia y el resto no estaba a su altura). La idea de una entrevista filmada con Sábato podía ser atractiva, incluso cuando no podía preverse que apenas poco tiempo después, su figura se potenciaría por su participación en la Conadep. Que haya quedado inédita por cuarenta años es un poderoso enigma, sobre todo si se piensa que en ese tiempo solo puede contarse el acercamiento a su figura que hizo su hijo Mario (Ernesto Sábato, mi padre)
El rescate que propone el documental tiene un valor arqueológico. En un punto, se lo puede pensar como el hallazgo de una especie perdida: la del escritor intelectual que logra conectar con las formas populares hasta convertirse en exitoso y canónico a la vez (¿o acaso El túnel no se convirtió en texto de lectura en escuelas secundarias?). Pero más que eso, el documental rescata el pensamiento de Sábato en ese 1983 en el que, previsiblemente, se eluden las referencias al entorno político de la época.
La entrevista se estructura alrededor de cuatro bloques marcados por el espacio que rodea a entrevistador y entrevistado. En algunos de ellos aparecen diferentes lugares de Buenos Aires (de una Buenos Aires que por añadidura también es un hallazgo: allí se ve lo que fue y ya no es). El Parque Lezama, el barrio de La Boca, Recoleta, funcionan como espacios en los que el punto de partida se cifra en la literatura. Son lugares en los que circulan los personajes de sus novelas, con énfasis especial en Sobre héroes y tumbas. El otro espacio priorizado es el de la casa de Santos Lugares. Pero ni en uno ni en otros hay lugar para el retrato de la intimidad (lo más parecido es el paseo con su esposa por Caminito): lo que importa es la opinión, el pensamiento de Sábato, su visión sobre el arte y sobre el mundo, como si se pensara la entrevista como una suerte de legado.
Así entonces, Sábato discurre en los poco más de 40 minutos por la elección de esas zonas de Buenos Aires para sus historias (San Telmo como contraste entre el esplendor pasado y la decadencia posterior; La Boca como primer barrio porteño, cuna de tango y refugio inicial de inmigrantes), su preferencia por la ficción sobre lo ensayístico, la convivencia de la escritura con la pintura como formas de expresión del mismo espíritu y hasta de los procesos de creación y el compromiso del artista en relación con su obra y su tiempo(“No hay arte revolucionario ni contrarevolucionario: hay arte bueno y arte malo”).
Pero lo que puede pensarse como centro del documental son dos de los fragmentos en los que el escritor expone su visión del mundo, asumiendo algunos riesgos que la corrección política de estos tiempos desaconsejaría (no por nada reconoce que “a mí me han llamado reaccionario muchas veces”). En uno de ellos plantea una visión negativa del progreso a partir de la contraposición entre ciencia y naturaleza. El ejemplo del que parte puede parecer burdo (el gomero centenario de Recoleta, amenazado por la construcción de un estacionamiento subterráneo) pero ello le permite plantear que lo científico, con su neutralidad ética, se ha vuelto reaccionario en su desarrollo contra la naturaleza. Podría resumirse esa idea en la visión de una realidad en la que progresar implica destruir el pasado y la historia.
El otro fragmento es más llamativo aún, teniendo en cuenta el entorno –no hay que olvidar que la entrevista se realizó durante el último año de la última dictadura militar- y lo que se conoce de las opiniones del escritor alrededor de la política argentina. Allí Sábato responde a la pregunta sobre el peronismo trazando los elementos que lo hicieron posible (las diferencias con la composición social con otros países como Perú o México; la preminencia de una clase media y un proletariado urbano por sobre el campesinado, las ideas sindicales traídas por los inmigrantes) y caracterizándolo como “la única revolución argentina”, en tanto produjo la unificación del país y la nacionalización del movimiento obrero. Sin embargo, es todavía más llamativa la contraposición que traza entre un Perón ecléctico, incrédulo y cínico, aunque con gran talento político y una Eva que fue quien transformó al movimiento en revolucionario: una imagen que retomaría la centralidad durante los años de mandato de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Más allá de su contenido, el valor de Conversaciones con Sábato es el de reconocerse como una parte de la (pre)historia del documental argentino, que comenzaría a explotar pocos años más tarde con la aparición de Cine Ojo. La rigidez de la estructura de la entrevista original no invalida el documento, sino que por el contrario, permite observarlo como parte de una evolución formal del género y como testimonio de un tiempo y una forma de filmar precisos, que fueron denostados en las décadas siguientes, pero que merecerían no ser negados, sino comprendidos como parte de una línea histórica que fue borrada.
Conversaciones con Sábato (Argentina, 1983). Dirección: Pablo César. Idea: Ana Maria Novick. Edición: Liliana Nadal. Duración
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