¿Qué hace de Los que se quedan (The holdovers. Payne, 2023), la última película del realizador estadounidense Alexander Payne, un largometraje digno de ser tenido en cuenta, más allá de sus nominaciones y del premio obtenido (Mejor actriz de reparto) en los últimos Oscars?
Ambientada en el año ‘70, en el interior de los claustros de una escuela de elite en Massachusetts (donde se forma la futura dirigencia del país), y durante el receso invernal de la temporada navideña, en su primera parte, la película nos presenta a quienes serán sus tres protagonistas. Paul Hunham (Paul Giamatti), un profesor de Historia Antigua de la academia Barton, soltero y solitario, relegado en una posición social considerada mediocre, exigente con su alumnado en el cual descarga su frustración y resentimiento personal y por ello, odiado y rechazado tanto por sus alumnos como por los otros profesores. Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph), la jefa de cocina, afrodescendiente, viuda, que ha perdido recientemente a su hijo Curtis en la guerra de Vietnam y que por ello se encuentra en pleno proceso de duelo. Angus Tully (Dominic Sessa), un alumno con problemas de conducta, que fue expulsado de varios colegios, que se encuentra también ahora al borde de una nueva expulsión cuyo destino sería una academia militar.
Paul es conminando por el director, ex-alumno suyo, a permanecer en el colegio durante el receso como castigo por haber aplazado a un alumno cuyo padre es un gran contribuyente económico del colegio, Mary siente que todavía no es tiempo de visitar a su hermana y Angus es abandonado en la escuela por su madre, quien prefiere pasar la luna de miel a solas con su nuevo esposo. De manera que estos tres personajes, se ven obligados a convivir durante ese tiempo. Las premisas sobre las que Payne construye narrativamente su película, a la vez que amortigua el drama personal de cada uno de los personajes, sin deslizarlo hacia el golpe bajo lacrimógeno, son los de la comedia, con personajes de caracteres diferentes y opuestos en apariencia, que tienen que arreglárselas para convivir y que, en ese proceso, cederán ciertos aspectos y aprenderán algo del otro.
El primer valor de la película es, entonces, que arranca por todos los lugares comunes de las películas de navidad, de maestro-discípulo y de comedia, pero en el transcurso de la misma, vemos que los va subvirtiendo. Paul, en ese contexto de elite, con su mediocridad social, con su bizquera y su problema hormonal que lo hace oler mal, se acerca más al “aparato”, al perdedor que al profesor que es capaz de inspirar su alumnado al estilo de lo que ocurre en La sociedad en los poetas muertos (Peter Weir, 1989), en Entre los muros (Laurent Cantet, 2008) o En la casa (Ozon, 2012). Tampoco se trata el villano a quien el espíritu de la navidad transforma en un hombre bueno, ya que en esencia Paul es más bien cierta parodia del villano y es más bien un resentido, un incomprendido social, que se hace querible, más allá de que la navidad traiga a Paul el milagro del encuentro con un alumno en quien dejar alguna huella como ocasión de redimirse, de dar un sentido a su vida. Al mismo tiempo, el director rompe con el tradicional final feliz en la comedia, ya que, si bien se puede pensar en cierta dosis de esperanza en el porvenir de cada uno de los protagonistas, no es sin un trasfondo de amargura.
Partiendo, entonces, de todos los lugares comunes posibles, a partir de la fiesta de Nochebuena fuera de los claustros y del viaje a Boston que emprenden juntos Paul, Mary y Angus, la segunda parte de la película va por otros carriles que los esperados. El tópico del viaje, una recurrencia característica del cine de Payne, está ligado a la metáfora del viaje de trasformación interior y también al camino en la vida. De manera que de lo que se termina tratando en la película es de qué manera esos personajes que están solos, se las arreglan para constituir algún vínculo posible. Que en el almuerzo de navidad Paul se siente a la cabecera y Mary y Angus en los laterales, da cuenta de que estos solitarios consiguen constituir lazos de familia. Paul es el padre que prohíbe, que realiza una transmisión, Paul es el hijo que se rebela contra el padre y Mary, la madre que intercede entre ambos desde su lugar de encarnar los cuidados. ¿Pero a partir de qué momento podemos decir ciertamente que se constituye una familia entre los personajes? Si lo que arma a la familia es la dimensión del secreto, es precisamente cuando se empieza a poner en juego esta dimensión, especialmente entre Paul y Angus, cuando transgreden las normas académicas de Barton, y que se sella con la repetida frase “entre nous”, que los vuelve cómplices.
En este punto, es importante hacer una referencia al título de la película. “The holdovers” puede traducirse como “residuo”, “remanente”, “resto”. Lo que une en comunidad a estos tres personajes es precisamente que son residuos familiares o sociales (Mary por su color y su condición de pobre, Angus por ser el problemático, Paul por su problema hormonal), remanentes de una temporada anterior (Angus es un repitente que no avanza por sus reiteradas expulsiones, Paul regresa a dar clases a Barton como ex-alumno tras ser injustamente expulsado de Harvard), son rezagados sociales en la escalera el ascenso social, el estereotipo del “fracaso” para una sociedad que se mueve por el imperativo del éxito económico, punto a través del cual Payne desliza su cuestionamiento a la sociedad norteamericana y pone en jaque la idea de EEUU como tierra de oportunidades.
Lo que la película muestra es que hacer familia no es solo lo que los saca de su soledad y lo que resquebraja sus prejuicios de clase, sino lo que le permite a cada uno, vía la dimensión de la ternura, realizar una torsión con la identificación a ese lugar del desecho y transformar el resto en causa de deseo. Es así que Mary encuentra su misión ahora a través de su sobrino, que Paul elige perder su trabajo en Barton para depositar su confianza en la inteligencia de Angus, a la vez que se abre a la aventura en otro lugar, y Angus al no ser expulsado y ser alentado por Paul, puede avizorar un porvenir mejor que el pesado destino familiar de la academia militar o el psiquiátrico. El derrotero de la película los une como familia en lo que los identifica, pero los separa, los desfamiliariza, permitiéndoles a cada uno hacer su propio camino desde aquello que los causa. De allí ese final amargamente feliz.
La segunda cuestión que hace valiosa a Los que se quedan es que no sólo transcurre en el año 70, sino que está filmada como una película de los años setenta. Esto, por un lado, reafirma a Payne como un director de la camada de realizadores independientes norteamericanos que empezaron a filmar en los años 90 y que se reconocen herederos de los realizadores del Nuevo Hollywood, en cuya tradición Payne se inspira en el humor satírico de Hasby y Altman. Y por el otro lado, es un gesto político, que apunta a recuperar ese tipo de cine, más autoral, más incómodo y que se dirige a un público más maduro, respecto de la homogeneiedad del actual cine industrial estadounidense, mayoritariamente de superhéroes, que apunta a un mercado juvenil. Lo subyace en definitiva en Los que se quedan es un agudo cuestionamiento al American dream, a una cultura exitista e individualista, que termina siendo una trampa porque produce sujetos solitarios y deprimidos, bien sea por el peso del fracaso o del vacío de una vida eminentemente material y que se escurre tras vanas ambiciones.
The holdovers (EUA; 2023). Dirección: Alexander Payne. Guion: David Hemingson. Fotografía: Eigil Bryld. Edición: Kevin Trent. Elenco: Paul Giamatti, DaVine Joy Randolph, Carrie Preston, Dominic Sessa. Duración: 133 minutos.
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