
Hay un recuerdo que la voz en off desliza en el comienzo del documental que es revelación e incógnita. La voz de Diego Capusotto que reemplaza a la del director Zurita, rememora el primer encuentro en un acto en la Federación Argentina de Box, donde Osvaldo Bayer es el orador. Al final del acto, Zurita se acerca a Bayer, le entrega un VHS que contiene un documental que hizo sobre las barras bravas del fútbol. Esa es la revelación: el punto de contacto entre esas dos personas que, a partir de entonces, lo mantendrán durante tres décadas.
La incógnita es qué es lo que vio Bayer en ese joven que se le acercó y que a partir de ese momento sería un interlocutor a través de una cámara, una voz que, en sus viajes a Alemania, lo conectaba con la Argentina. Una mirada que lo siguió durante 30 años en los actos públicos y en los diálogos que mantenían puertas adentro de El Tugurio.
A la película de Zurita esa incógnita se le presenta en algún momento de manera explícita (“Me pregunto qué era yo para Bayer”) pero se rehúsa a encontrar una respuesta o una explicación. De la misma manera en que pone distancia de la necesidad de constituirse en biógrafo de Bayer –ya hay, por cierto, varias películas que recorren ese camino-. Algunas viejas entrevistas revelan parte de esas instancias biográficas (los tiempos en Trelew, el periódico La Chispa, el regreso a Buenos Aires y el comienzo de su labor como sindicalista) pero son apenas apuntes, instancias en las que Zurita todavía estaba tanteando por dónde llevar adelante un posible documental sobre Osvaldo.
Porque, en definitiva, el documental es la historia de un proyecto que parecía imposible de concretar. O mejor dicho, la historia de una frustración que se sostenía en el tiempo. Zurita filmaba a Bayer sin poder parar, pero a la vez sin saber qué hacer con ese material. Un recorrido que a la par de los cambios tecnológicos –que Zurita releva en el cambio de las cámaras- en lugar de mutar, iba perdiendo la forma, diluyéndose. En ese sentido, el material que usa el documental es una prueba de lo que pudo haber sido y no fue: son retazos de ideas no concretadas, de proyectos que quedaron abortados entre las indefiniciones y las pérdidas (de las cámaras robadas a la imposibilidad de comprar una nueva, pasando por el incendio de la casa).
Hay un punto en esos 30 años en que las historias se bifurcan, en el momento en que Zurita parece dispuesto a abandonar no solo el proyecto, sino la realización de películas. Es un hueco en la narrativa que pega un salto desde un Bayer todavía vital a otro en el que los años empiezan a hacer sentir su peso sobre el cuerpo. El momento en el que Bayer focaliza aún más su discurso en relación con la necesidad de “desroquizar” el país (con esa notable idea de sacar el monumento que está en pleno centro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y llevarlo a la estancia de la familia Roca). El retorno a esa relación que tiene a Bayer de un lado de la cámara y a Zurita del otro, se da con la misma naturalidad con que se había puesto distancia, como si ese tiempo en verdad, no hubiera transcurrido.
La evidencia parece imponerse. Ni siquiera la idea de construir un documental a partir de la relación de Bayer con el “grupo de los 5” había cuajado: apenas sobreviven las referencias a Osvaldo Soriano, las entrevistas con David Viñas, Eduardo Galeano y León Rozitchner (con las preguntas pautadas por el propio Bayer) y la frustrada reunión que sumó a Rogelio García Lupo. Lo que le faltaba a todo ese material filmado a lo largo de los años era encontrar el hilo conductor, algo que viniera a unir los fragmentos acumulados en ese tiempo.
En algún momento, Zurita encuentra la respuesta posible y entonces el documental cobra forma. Que no estaba en narrar a Bayer, sino narrarse a sí mismo a partir de su intento por hacer un documental sobre Bayer (la pregunta, en algún momento, debe haber sido por qué había podido hacer un documental sobre Antonio Puigjané y no podía con Bayer). Y entonces, a partir de ponerse en el centro del relato –de lo cual el título del documental da plena fe-, contar a Bayer. En esa decisión, lo que se cuenta no es solo la forma que irá adquiriendo la película, sino lo que desde un primer momento la sustentaba, aunque no pudiera percatarse de ello. Porque Yo filmé a Osvaldo Bayer (Zurita, 2024) es, más que una acumulación de imágenes sobre uno de los mayores pensadores y periodistas del siglo pasado –y del presente- de la Argentina, la historia de una amistad entre dos personas de dos generaciones diferentes que encontraron un espacio compartido. Lo que cuenta Zurita, lo que desde un principio había que contar estaba allí: el documental es así, la revelación de ese proceso por encontrarlo y reconocerlo.
Yo filmé a Osvaldo Bayer (Argentina, 2024). Guion y dirección: Fabio Zurita. Fotografía: Martín Frías. Edición: Liliana Nadal. Duración: 76 minutos.
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