En el contexto de una cinematografía nacional que generalmente se localiza en Buenos Aires y que retrata problemáticas neuróticas de la clase media o que se piensa con la aspiración a los festivales internacionales, siempre es bueno encontrar un cine donde se aprecien otras geografías, se escuchen otras tonalidades y se atienda a otro tipo de problemáticas. Es este el caso de Sobre las nubes (2022), segundo largometraje de la argentina María Aparicio, que puede ser leída como un retrato ficcional de la ciudad natal de la directora al tiempo que revela los esfuerzos por  comenzar a forjar una identidad autoral.

Sobre las nubes empieza con el plano de una joven que, apostada en un carrito para recoger basura, se arma un cigarrillo y lo fuma en la tranquilidad del amanecer, para luego tomar sus instrumentos de trabajo e iniciar junto a sus compañeros la jornada laboral como barrendera municipal en la ciudad de Córdoba. Luego de los títulos, la encuesta que realiza una suerte de censista o investigador en fuera de campo, va presentando a los personajes protagonistas. Ramiro es un joven que trabaja en la cocina de un bar de manera precarizada, sin aguinaldo, vacaciones pagas o indemnización laboral. Hernán es un hombre de 49 años, que es técnico en informática y está desempleado, debido a una reducción de personal en la empresa donde trabajaba. Nora (Eva Bianco) es instrumentadora quirúrgica en un hospital público y Lucía es una joven que estudia magisterio y está pronta a comenzar a trabajar como empleada en una librería. Lo que sigue es el despliegue de estas historias de vida a lo largo de un año, intercaladas por el montaje, sin cruzarse en ningún momento y con la ciudad de Córdoba como marco espacial. Quien sí se va a cruzar con algunos de estos personajes, es la joven del comienzo.

En los pocos contactos que los personajes principales mantienen con otros, la directora despliega el retrato del mundo laboral urbano en un contexto social de decadencia económica: trabajo ambulante, changas ocasionales, largas jornadas laborales, acompañados de pintadas en las paredes que revelan lo poco a que pueden aspirar esas vidas: “Arroz y mimos.” Hay sueños que se abandonan para tener que subsistir: la astronomía en el caso de Lucia, tocar la guitarra para el kiosquero. La competencia laboral es dura y desalentadora para alguien cercano a los cincuenta como Hernán, ya considerado obsoleto para el mercado laboral, respecto de jóvenes que pueden tener más posibilidades. La crudeza de una vida donde el trabajo no rinde ni brinda placer, se expresa en el pase de magia con la moneda que practica Ramiro, en las vidrieras con objetos que el mismo vidrio puntúa como inalcanzables.

Se trata de vidas cansinas y apesadumbradas, vidas que pesan y que se viven de manera solitaria. El uso de planos fijos refuerza la idea de una realidad cotidiana de la cual los protagonistas no pueden salir; una realidad que los aprisiona y los sofoca; por otra parte, el uso del blanco y negro nos remite por momentos al neorrealismo italiano. La vivencia de una realidad estanca e inmóvil se refleja en la escena en que Ramiro es “olvidado” en la cocina al horario de cierre, o cuando intenta encontrar una salida por la parte trasera del bar y queda nuevamente encerrado, deambulando en una suerte de laberinto kafkiano por los pasillos del edificio. Es alguien sin importancia para su entorno laboral, es una vida irrisoria, insignificante.

Pero el retrato realista de mundo laboral urbano no es el único eje de la película. Aparicio lo toma como soporte para desplegar otra cuestión que es el tema del tiempo. Hay una escena en la que Nora advierte que ha perdido su reloj. El reloj es el representante del tiempo cronológico, del tiempo de la rutina, del tiempo evanescente por el hecho de que en tanto humanos estamos limitados por la muerte. Este es el tiempo monótono y al mismo tiempo fugaz, que pesa en estas duras vidas.

Los personajes de Aparicio están en la búsqueda de una trascendencia (y he aquí la referencia a la que alude el título). Es en esta línea donde la directora despliega, sobre la base de un entorno gris y triste, pero siempre con sutileza y delicadeza, la dimensión poética de su cine, que se condensa en esas nubes del cielo que se mueven y se transforman. Ahí encontramos la dimensión de la belleza y entramos entonces en un tiempo otro, sagrado y eterno, capaz de elevar la pequeñez de estas vidas. Si Nora pierde el tiempo cronológico es para entrar en la eternidad del tiempo de la belleza de las palabras en el taller de teatro para adultos; si Ramiro se detiene es para conmoverse con el lirismo  encantador de la música, siempre en peligro de desvanecerse por la intrusión abrupta y violenta de la realidad, bien sea por su propia presencia, por la de la agente de policía o la de la tormenta torrencial. Para Hernán la trascendencia está en su hija, promesa del porvenir en busca de la belleza de la luz, ya sea del eclipse o de los globos luminosos. Lucía, envuelta además en una relación inestable y fútil con un viejo conocido, atrapa esa temporalidad paradojal, sin tiempo mensurable, en la sonoridad del taller de lectura que se realiza en la librería.

Necesitamos poesía para poder hacer soportable aquello imposible que habita en el seno de nuestra existencia. Pero no se trata, según Aparicio, de una cuestión de grandilocuencia, sino de un instante inconmensurable que se pasea en la cotidianeidad, incluso en medio de la sordidez o el desencanto. La poesía puede estar en la cantante lírica que hace playback en la calle, en un florero que cae al suelo y se astilla, en una breve pero amistosa conversación al paso, en la armonía de un movimiento de Aikido y por supuesto, también, en las nubes del cielo. Sólo hay que desear encontrarla, y para eso está esta película.

Sobre las nubes (Argentina, 2022). Guion y dirección: María Aparicio. Fotografía: Santiago Sgarlatta. Música: Osvaldo Brizuela. Reparto: Malena León, Eva Bianco, Pablo Limarzi, Leandro García Ponzo, Juana Oviedo. Duración: 145 minutos.

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