Un rayo de luz venciendo al tiempo, miradas que abrigan una ternura inimaginable, juegos que amarran cada vez más el pasado mientras todo ocurre con la lenta perseverancia de lo irreversible… Hay imágenes que Dhont maneja con hermosa ligereza en Close (para que su arraigo sea el contrario, sin necesidad de subrayarlo) y que permanecen en algún lugar, a salvo del dolor que sus películas no esquivan ni ahuyentan. Dolor que sin estridencias pero con meridiana fiereza irrumpe en sus relatos. No porque exista un cálculo del impacto -aún cuando el guión se intuye trabajado al milímetro-, sino porque en su segunda película (como también ocurría en Girl, su primer largo) el realizador belga vuelve a evidenciar que maneja el espacio y las elipsis con una intención definida: mirar de frente el devenir del crecimiento, y profundizar en historias que no renuncian a la crudeza, pero sí lo hacen a encontrar atajos o a repartir culpas que tranquilicen. En sus dos notables obras hasta el momento, no es difícil encontrar ciertas señas que parecen obsesionar a su autor, y éstas giran alrededor de la identidad y el vínculo que sus personajes establecen con lo que a falta de una mejor definición -y a riesgo de simplificar aquello que en Close y Girl es sólo uno de sus grandes temas- se podría definir como ese instante en que la sexualidad irrumpe y nos interpela. En ese tránsito desde la infancia hacia la pérdida de cierta inocencia que se experimenta al entrar en contacto con el mundo (la escuela, las ciudades, los prejuicios, las relaciones por fuera de los círculos íntimos) y con el propio cuerpo, es que la película hace equilibrio en el más profundo sinsentido que arremolina en sus personajes, a la vez que prodiga no pocos instantes de brillo. El punto de vista es el de dos niños, amigos inseparables que se prodigan un amor aún ajeno a las adjetivaciones -ya llegará la pregunta de dos chicas que necesitarán saber si Léo y Rémi son algo así como novios- y que están a punto de ingresar a la adolescencia. Viven en las afueras de la ciudad, sus familias se conocen, juegan en los campos sembrados de flores (notable la utilización de varios travellings, en los que la velocidad del movimiento captura el tiempo en fuga) y dejan volar su imaginación -aún- infantil hacia luchas medievales con espadas de mentira. Breve deriva hacia Girl, primera película de Dhont: en una reunión familiar, Lara, la protagonista que está en plena transición para convertirse genitalmente en la mujer que ya es, es abordada por un primo que lleva una espada de cartón, y que le pide participar en su aventura imaginaria. La anécdota, que podría ser trivial o meramente descriptiva, habilita otra(s) mirada(s): la repetición de ese juego de espadas y soldados en Close, parece indicar que el director elige hacer del espacio del encuadre algo más que un mero continente de la narración, y proponer con la cámara que sus “pequeños grandes temas” se manifiesten en un gesto imperceptible o a través de la pregnancia de los objetos a una simbolización siempre pertinente (Carla Leonardi profundiza en este aspecto en su texto publicado anteriormente en HLC) . Ocurre algo similar con el soplo de aire que se prodigan los hermanos en Girl, un gesto cariñoso que repiten Léo y Rémi en Close, en una de esas primeras escenas que apabullan por su intimidad; esos instantes rozan lo sublime a fuerza de una verdad que es puramente cinematográfica. No hay palabras que los definan, sólo resta mencionarlos y rendirse ante la belleza de esa revelación. Fin de una deriva que quizás no sea tal, y que puede valer como constatación: las imágenes en el cine de Dhont son superficies a descubrir, que no se cierran sobre sí mismas ni se contentan con ser un mero eslabón para dar paso a lo que sigue; el montaje, la obstinada y perfecta utilización del punto de vista, y el constante diálogo con el fuera de campo (imaginario, simbólico o fatalmente concreto en la escena que parte la narración en dos en Close) completan esa suerte de póquer de herramientas que el realizador belga administra con la sutileza de quien sabe lo que busca, sin caer en esos atajos maniqueos que inundan tantas películas condenadas a la intrascendencia.

Como un reflejo que completa laclaridad que baña los encuadres de ese inicio luminoso, ambos personajes deberán enfrentarse a una nueva etapa, en la que se verán sometidos a la mirada de los otros, una intrusión inédita y de sísmicas consecuencias. La cámara (re)conoce las distancias, y cuando el pulso de la sensibilidad lo requiere, se pega a sus protagonistas y hace de los planos cortos y cercanos, el molde ideal para que los actores (debutantes y no profesionales) brillen con toda la ambigüedad de sus personajes. Cuando Léo vuelve a su casa en el primer día de escuela secundaria, su madre le pregunta si todo anda bien; él responde que sí, pero su cuerpo parece indicar lo contrario. El corte de montaje nos lleva a verlo, por primera vez, con la mirada ausente mientras recoge flores junto a su familia. Así, sin todavía darse cuenta del todo (el guión no apura lo que no se debe), Léo empieza a dejar atrás su infancia y a transitar el inestable terreno de lo desconocido. Rémi, un rato antes, habrá dicho que su cabeza no se detiene nunca, y su amigo le cuenta una historia para calmarlo; ese gesto amoroso, de una indómita y frágil ternura, permite que Rémi cierre los ojos y encuentre un fogonazo de tranquilidad dentro de su rumiante consciencia. Sin estridencias ni grandes gestos, Close afirma su poética, una en la que herida y crecimiento, tragedia y abismo emergen a la superficie. Y en la repetición de los actos cotidianos (los juegos que se vuelven cada vez más tensos, el trayecto en bicicleta hacia la escuela) comienza a permear una diferencia entre Léo y Rémi que Dhont no busca explicar ni emitir juicio; observa y registra, avanza y toma distancia por partes iguales, y hace de la sorpresa un rasgo compartido entre personajes y espectadores. No son las palabras las que ordenan el relato, ya que en el último tercio de la película, no habrá posibilidad de verbalizar un dolor que se intuye, por el momento, irreparable. Allí, nuevamente es el espacio quien marca las emociones: una casa vacía que aparece al fondo mientras Léo deambula para conjurar un dolor innombrable, la caricia a un perro -igual y tan distinta que otras tantas veces-que lo recibe en el umbral de un jardín, la cosecha nocturna de las flores, la pista de hockey sobre hielo en la que entra en interferencia cierta masculinidad autoimpuesta. En la repetición de esos movimientos, que espeja lo visto y percibido al inicio de Close (título que bien puede definirse como aquello que está cerca, pero a su vez como cierre) se afirma uno de los grandes triunfos de una película bella, serena hasta en sus momentos de mayor dureza, y que tiene la habitable virtud de la emoción, sin resbalar jamás en el golpe bajo.

Close (Bélgica, 2022). Dirección: Lukas Dhont. Guion: Lukas Dhont, Angelo Tijssens. Fotografía: Frank van den Eeden. Música: Valentin Hadjadj. Reparto: Eden Dambrine, Gustav De Waele, Émilie Dequenne, Léa Drucker, Igor van Dessel, Kevin Janssens, Marc Weiss. Duración: 104 minutos. Estreno en Salas y en la plataforma MUBI

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