“Cada 50 minutos, una persona es detenida por tenencia de drogas”, señala ya desde el comienzo Una historia de la prohibición para establecer en qué terreno va a moverse a partir de ese momento. En tiempos en los que el cannabis y el aceite que se obtiene de él vienen acaparando cada vez mayor atención en los tratamientos de enfermedades complejas, mejorando la calidad de vida de quienes lo consumen, la contracara sigue siendo la persecución y el encarcelamiento de quienes cultivan, de quienes consumen, de quienes elaboran el aceite. La agenda político-mediática, especialmente en los años previos, se focalizó en la equiparación de todas las sustancias prohibidas –sin importar cantidades- y en su consumo como parte de un engranaje mayor que implica el narcotráfico (no hay que olvidar que uno de los ejes de la campaña y del gobierno de Mauricio Macri fue justamente el “combate contra el narcotráfico”) y que bloqueaba cualquier intento de legalizar la tenencia para consumo.

Lo que hace el documental es partir de esa realidad y de un caso particular: el de Eric Sepúlveda, joven cordobés que fue detenido y encarcelado por posesión de marihuana que le descubrieron en un control rutero en un viaje a Córdoba. A partir de ello, traza una línea doble en la que avanzará. En la primera, vuelve sobre el caso puntual y busca las formas en que actúa la Fuerza Antinarcóticos de la provincia y trabaja sobre la comparación con la legalización que se concretó en Uruguay. En la segunda, desarrolla la historia de la prohibición propiamente dicha en lo que respecta a América Latina y a la Argentina.

En la primera línea de desarrollo, es interesante la forma en que logra articular eso que Matías Federico señala respecto de la fuerza policial: el secretismo, la forma en que la ausencia de lo declarativo se ensambla con el accionar habitual de la fuerza. Hay un contrapunto allí, que queda latiendo en el documental, entre el silencio de fiscales e investigadores respecto del caso Sepúlveda y la secuencia en la que la FPA realiza un simulacro de su trabajo para la cámara. Si en uno esa ausencia está revelando una decisión que excede el mandato jurídico, por el otro, la acción pone en escena la formalidad de un operativo como invasión violenta de un espacio. Es como si allí, en esa disputa entre la palabra y la acción, ésta se termina imponiendo de manera concluyente, al punto de negar a su contraparte. Hay que notar que en el simulacro la palabra está ausente: se trata de un allanamiento en el cual lo que se despliega es una fuerza cuyos únicos elementos de comunicación son internos y refieren a la ocupación del espacio y la presencia de posibles resistencias a la ocupación. Es en esa misma secuencia que se suscribe la criminalidad de quienes viven en los domicilios allanados, sin necesidad de que sea la justicia la que lo determine (algo relacionado con lo que se menciona en algún momento que son las fuerzas de seguridad las que le “marcan la cancha” a la justicia).

Pero por otro lado, el mismo Matías Federico, periodista de La Voz del Interior, el periódico más importante de la provincia, señala otro elemento interesante: “Las estructuras represivas necesitan símbolos”, dice, en referencia a que la detención funciona como una forma de criminalizar a sectores populares y, sobre todo, tranquilizar a la clase media. Necesitan un Eric Sepúlveda, por caso, para demostrar no solamente la eficiencia de su trabajo, sino también de la forma en que actúan (“Se ocupan de los cultivadores del Valle de Punilla y no del narcotráfico de Villa Carlos Paz”, señala el periodista). Lo notable es que en el documental lo que se practica es un proceso en espejo, porque en definitiva, del otro lado también se necesitan símbolos. Sepúlveda es corrido de la construcción que ha hecho la FPA, la justicia y los medios, es re-apropiado como figura por el documental y reconstruido desde otro lugar como un elemento simbólico de la lucha por la legalización. No solamente porque lo muestra como un pibe sencillo, que vive de las changas que puede hacer durante el año y de la venta de comida en el río durante el verano, un chico cuya madre está orgullosa de su trabajo y de la forma en que ayuda a quienes lo necesitan. Vemos el lugar donde vive –una casa muy modesta en medio de un monte de espinillos-, lo vemos trabajar la tierra, amasar el pan que le lleva a una vecina, irse con la guitarra para tocar algo en la puesta del sol. Eric también es un símbolo para la lucha en la que se enmarca el documental, y es esa apropiación que hace del personaje y su historia, la que lo desmarca de la construcción del criminal o el delincuente. En todo caso, lo que entiende el documental es que la lucha contra la prohibición también se libra en ese territorio, en el de la apropiación –o la construcción- simbólica que se hace de personas y de sustancias.

De la misma manera funciona el recorrido que se plantea por las formas de la legalización del cannabis en Uruguay. Como contrapunto con el criterio punitivista argentino, el modelo uruguayo se propone también como una lucha por lo simbólico, una forma de meterse en el barro para discutir los criterios sobre los que se actúa políticamente en relación con el tema de las drogas. Se trata por sobre todo de no trabajar sobre lo reactivo, que las ideas no surjan a partir de una reacción de la moralidad identificada con los partidos conservadores o de derecha, sino avanzar en una regulación que anticipe la jugada, que le permita al estado establecer las reglas del juego sin desentenderse hasta el momento de castigar.

Es allí donde la segunda línea de desarrollo del documental parece apuntar. A las formas en las que el Estado fue construyéndose como factor de castigo en lugar de ser un elemento de regulación. Lo interesante es que ese recorrido histórico se vuelve más amplio de lo imaginado y adquiere una profundidad insospechada a partir de una mirada que aúna lo sociológico con lo político, y por sobre todo, la intrusión de los valores religiosos. Si éstos fueron esenciales en la conquista de América por los españoles, que tendieron a la separación tajante entre lo divino y lo diabólico –y reservaban este término invariablemente a las prácticas de los colonizados-, se volvieron aún más importantes desde la historia de los Estados Unidos, marcada por el puritanismo de los colonos ingleses. Si en la Argentina, la evolución del prohibicionismo está asociada al crecimiento urbano, en los Estados Unidos aparece como consecuencia de la Guerra Civil y del uso de la morfina como anestesiante, pero por sobre todo por la adicción que terminó generando y que golpeaba directamente la moral religiosa.

Desde ese momento, lo que construye el documental es un recorrido que muestra, a la par de la necesidad de los Estados Unidos por crear enemigos –internos y externos-, utilizar esos artilugios como forma de controlar la producción de las plantas y la distribución de sus derivados. El opio para controlar a China; la marihuana para controlar a los mexicanos; la coca para controlar al resto de América Latina. Y ese control derivado luego en una exportación de las políticas punitivas desarrolladas puertas adentro, para ser aplicadas en los países periféricos. De allí que la historia de la prohibición de las drogas y la persecución de los consumidores se despega de un perfil netamente local: en todo caso, es la importación de teorías y términos de una realidad a otra la que establece un diseño político ajeno al que los países terminan adhiriendo por ausencia de voluntad o conveniencia política. Es en ese punto en el que las condiciones de los casos particulares sobre los que se trabaja en la primera línea adquieren otra relevancia, como parte de un discurso implantado y ajeno, que no se discute porque excede los marcos nacionales. Es esa lectura profundamente política más que sociológica la que le da sentido a Una historia de la prohibición y lo que la saca de la mera ilustración o de la postura antipunitivista a secas. El logro es haber sorteado los clichés del discurso para ponerlo en una perspectiva que lo justifica y le otorga otro valor mucho más interesante.

Calificación: 6/10

Una historia de la prohibición (Argentina, 2019). Guion y dirección:  Juan Manuel Suppa Altman y Martín Rieznik. Fotografía: Ary Benjamin Lukides
Voz en off: Martín Armada. Cámara: Ary Benjamin Lukides, Anibal Kelvo, Martín Rieznik. Música Original: Lu Foglio. Edición: Mauro Caporosi. Archivo: Ana Bovino, Juan Manuel Suppa Altman, Gabriela Haberle. Duración: 67 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

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