1. ”Mi papá dijo que si te encontraban un perro, lo lleva a la ruta para dejarlo”, le dice, palabra más, palabra menos, Manuel a su abuela Eugenia. Esa frase remite a la secuencia inicial enigmática – ¿pesadilla? ¿miedo infantil? – en la que, en medio del camino, el padre de familia detiene el auto al costado de la ruta, para hacer bajar a Manuel ante la indiferencia de su madre y sus dos hermanos. Esa referencia que une a Manuel con el perro –de hecho, se queda aullando como tal, al costado de la ruta- establece un modelo de relación basado en el descarte. En el abandono. Se deja abandonado aquello que ya no sirve, lo que no cumple una función en el esquema familiar. Un perro, un niño, una mujer mayor, lo mismo da.

2.Situado, a partir de las voces que provienen de la televisión o de la espontánea protesta en la calle en los días de diciembre de 2001, la idea de descarte se vuelve aún más amplia y poderosa. Y resuena hacia el interior del relato, aunque sus relaciones no se expliciten. De alguna manera, la familia de Héctor y Nora y sus tres hijos forma parte de ese descarte que genera la situación social y económica que los rodea. Han perdido el kiosco que les servía de sustento, vienen de convivir en una casa con una familia amiga y sin que sepamos por qué, terminan mudándose a la casa de Eugenia, la madre de Nora, donde se los destina, en primer término, a habitar el espacio del garaje. Ese parece ser el punto máximo de descenso: convivir en una casa en la que nadie tiene trabajo, en la que se acumulan deudas –incluso Eugenia lo menciona del local que alquilaba- y en la que todos enmascaran la carencia desde la apariencia.

3.La apariencia intenta cubrir lo extraño, lo anormal. Pero cuando vemos por primera vez a Eugenia durmiendo sobre la mesa del comedor, se instala más que una incomodidad, una suspensión de la normalidad que se irá reafirmando en cada gesto –la referencia a un perro que nadie ve, los trabajos a los que aparentemente concurre- y que se replica en su hijo Raúl. De hecho, la mirada sorprendida del espectador en esa primera escena, se repite hacia adentro de la película en Eugenia, cuando ve a la mujer amputada en la cocina. Los movimientos de Nora y Héctor desde la llegada a la casa, son intentos por reponer esa apariencia perdida en la mudanza, el amontonamiento que implica sentirse piezas descartadas: comprar un auto, vender comida por encargo, comprar una Coca Cola, pensar en instalar una ferretería son imágenes ilusorias en las que van apoyándose para salir, desde lo aparente, de ese pozo en forma de garaje.

4.En Manuel es en el único de los niños en que esa pulsión se manifiesta. Hay algo de adulto en su mirada niña, ya sea porque se convierte en una especie de explorador de ese nuevo espacio como por la relación que entabla desde los objetos y lugares con su abuela. Esa mirada exploradora –aunque provenga de lo que define como aburrimiento, posiblemente porque allí no hay nada propio- lo lleva tanto a la terraza desde donde puede ver las casas vecinas, los balcones vacíos, las persianas casi siempre bajas, como a las profundidades del armario de su abuela. En ese recorrido, sus guías serán la posibilidad de descubrir a ese perro que nadie ha visto o probarse la ropa de su abuela en el baño de la casa. Ambos funcionan como aparición de esa anormalidad que parece resistida por el resto de la familia. En Manuel hay enmascaramiento, pero sus máscaras funcionan para hacer desaparecer su imagen, para transformarlo en otra cosa: el niño que se viste de niña, el que quiere convertirse en el perro. El que quiere ser otro.

5.Manuel es quien parece mantener unida a Eugenia con el resto de la familia. Es el único que se acerca a ella y cree en las historias que cuenta, el que le pregunta y le habla –la escena de la perra Paca en la habitación es el punto cúlmine de la cercanía entre ambos. Comparten un mundo que parece escaparse de lo real, al menos en parte, porque son los que más voluntad ponen a la posibilidad de convertirse en otro, que es la forma que encuentran para desaparecer de la vista de los demás. Una complicidad que lleva a que la abuela le enseñe al nieto lo que debe hacer para desaparecer –escenas en las que la película tensa la relación entre lo real y lo fantástico- como si se tratara de un juego. La relación se completa con dos gestos de Eugenia. El primero es ofrecerle a Héctor poner a su nombre la casa, a cambio de que la dejen hacerse cargo de Manuel. El segundo es la decisión de regalarle el bicicar y decirle que cuando ella no esté ocupe su cuarto, como si en él residiera una continuidad, una guarda de su vida.

6.En paralelo, la película desarrolla una línea que vuelve sobre la idea del descarte social, pero estableciendo la reacción que genera. Lo que se produce no es una compleja y obligada reunión de la familia original, sino una invasión de un espacio del otro. La casa de Eugenia no es un refugio provisorio, sino un territorio a conquistar. La lucha se establece sin plantearla explícitamente entre los dos hermanos. Raúl, quien volvió con la excusa de cuidar a su madre cuando salió del hospital, introduce en la casa, sin ningún aviso a esa mujer que perdió parte de una pierna en un accidente y que ha dejado su casa, su esposo, sus hijos que aún la buscan. Nora, amparada en la constitución familiar legal, empuja a Raúl a salir de su espacio con la mujer invasora. Su estrategia es ir ocupando lentamente cada uno de los espacios de la casa. Primero será trasladarse del garaje a ese comedor devenido en local, a pesar de la negativa de su madre. Luego, ocupar la habitación de su hermano tras su expulsión. En la coda final, el proceso de apropiación ha finalizado. La casa es la de la familia de Nora y Héctor. Eugenia ha desaparecido de la escena –se hace referencia a que está internada- y la mujer también. Raúl aparece como invitado en un almuerzo familiar. Los colores de la casa y algunos muebles han cambiado. Nora enmascara la apropiación bajo la apariencia de un lugar propio. Pero será nuevamente el gesto de Manuel lo que vuelva a instalar el desequilibrio. Su desaparición, su eventual transformación son un signo de pregunta en la estructura familiar, pero también un escape de esa apariencia en la que todo parece estar cifrado.

Una casa con dos perros (Argentina, 2025). Guion y dirección: Matías Ferreyra. Fotografía: Nadir Medina. Edición: Julieta Seco, Sebastián Schjaer. Duración: 89 minutos.

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