El cuento El matadero, escrito en 1838 por Esteban Echeverría, puede considerarse como fundacional en la literatura argentina. Como parte de la Generación del 37 y usando el marco ficcional de un sangriento matadero de Buenos Aires, Echeverría deposita en los federales la representación de la barbarie y la crueldad en contraposición a la civilizada clase aristocrática que encarnan las víctimas unitarias. El realizador argentino radicado en Barcelona, Santiago Fillol, debuta en la dirección cinematográfica con Matadero (2022), una propuesta bastante ambiciosa (coproducida por España, Francia y Argentina), que se inspira libremente en dicho cuento. 

La historia arranca en una sala de cine con la exhibición del film Matadero que el director norteamericano Jared Reed (Julio Perillán) filmó en 1974. La película nunca se presentó en ninguna sala porque hubo gente que murió durante el rodaje. Reed llega hasta el cine en un auto, ya en la decadencia de su vida, y es escrachado por una imprecisa multitud enardecida. La voz en off de Vicenta, su asistente de dirección en la trágica Matadero, ahora sentada entre el público de la sala, oficia como narradora para poner en contexto la situación y develarnos qué aconteció en ese fatídico rodaje.

En su juventud, Vicenta (Malena Villa) era una joven alumna de Reed, al que admiraba y buscaba emular apuntando a hacer un cine que saliera del realismo costumbrista rioplatense. El perfeccionismo y la megalomanía de Jared, buscando la escena perfecta en un cine que concibe como más real que la vida misma, conduce a desavenencias con su productor, a quien pone al límite de la bancarrota. Librado Reed a su suerte, la joven asistente se ve embarcada junto a su idealizado maestro en un rodaje más austero, para el que ofrece la estancia de su familia en Córdoba. Pese a su falta de experiencia de pronto se convierte en la mano derecha del director. La premisa que lleva a Vicenta hasta la sala de cine en el presente es que ningún director sabe realmente lo que filma hasta que lo ve en la pantalla. Y, al mismo tiempo, su otrora fascinación con Reed la cegó voluntariamente de poder leer lo que estaba por acontecer durante el rodaje.

En el derrotero de filmar la película por cuenta propia, Jared escoge a unos trabajadores del frigorífico para que oficien de peones, y a un grupo de actores militantes que realizan puestas teatrales en fábricas para que interpreten a la aristocracia en su film. La escena que toma al elenco dentro de un camión de ganado, con rumbo a Córdoba, ya instala la continuidad con las vacas que mansa e inocentemente se dirigen al matadero.

Matadero se construye bajo la lógica de las cajas chinas o de la puesta en abismo en tres temporalidades. La del cuento de Esteban Echeverría ambientado en la época rosista en el marco del enfrentamiento entre unitarios y federales; la versión que filma Reed en 1974 (en el contexto histórico del declive del peronismo y del comienzo del paso a la clandestinidad de algunos militantes de izquierda), donde se trata de la revuelta de los peones contra la aristocracia patronal; y la del tiempo presente de la narración -que no se especifica bien cuál es, pero suponemos que acontece en 2022-; cuando la sociedad se evidencia fragmentada entre quienes condenan al director y quienes asisten a la función en la sala, en espejo con el público que mira Matadero de Fillol desde su butaca.

A lo largo del film se hace evidente la intención de Fillol de plasmar sus ideas sobre el cine en su opera prima: el cine como artificio (a través del desmontaje, mostrando los ensayos y fragmentos de lo que rueda), el conflicto entre ficción y realidad, el problema de los límites éticos cuando se juega el ideal de un cine que se propone como más grande que la vida, el problema de lo representable y de lo irrepresentable del horror de la violencia (trabajado a través del uso del fuera de campo), el conflicto entre el arte como herramienta de cambio o la necesidad de un paso a la acción. Fillol transforma además el set de filmación y su backstage en un campo de fuerzas simbólicas o de lucha de clases. Así los distintos actores sociales pugnan: por imponer su representación como clase social, por imponer la legitimidad del verdadero peronismo (la izquierda intelectual vs el descamisado y desclasado) o por hacer valer su narcisismo en las pequeñas diferencias, como el ama de llaves que defiende a los patrones y desprecia a los peones.

Lo que llama la atención es que, tratándose de una película realizada por Fillol, quien se ha destacado por su labor como guionista del director español Oliver Laxe, no haya podido traducir estas ideas en una narrativa con cierto desarrollo, profundidad y verosimilitud. Hay una indudable muy buena factura técnica, pero los personajes del film quedan reducidos a clichés declamatorios que representan estereotipos sociales. Esto conduce a que las motivaciones de los personajes y que ciertas situaciones planteadas carezcan de verosimilitud o carnadura dramática (esto puede explicar que el elenco resulte desparejo y poco convincente en ocasiones). El resultado es que, en términos narrativos, la película termina adentrándose en un derrotero cansino de escenas que no aportan demasiado, diluyéndose el efecto en cuanto al tono y al clímax de suspenso y terror que pretende crear, a medida que avanza.

Pero incluso si quisiéramos tomar a la película desde una vertiente ensayística sobre el cine, es decir de un cine que apunta a reflexionar sobre el propio medio, el problema es que esta línea se reduce a una  subrayada declaración de principios, que se plantea desde los parlamentos, desde el epígrafe tomado del cuento de Echeverría o desde la voz en off de la narradora, y no consigue plasmarse en un trabajo desde y con las imágenes que logre llegar al espectador e interpelarlo respecto de su «no querer saber» o de su posición de voyeur.

El film se plantea desde una distanciada exterioridad, expresando un cine que parte de lo teórico y que por ende no termina de cuajar en lo narrativo y en lo visual, en vez de realizar el proceso inverso, es decir: partir de lo bajo (incluso desde lo géneros menores o del western al que se alude) y de la modestia en sus ambiciones, para desde allí establecer una segunda línea de lectura simbólica o reflexiva. Las ideas y las intenciones de Fillol son atinadas, pero las decisiones que toma desde las formas lo dejan en riesgo de dejar por fuera al espectador. 

Calificación: 6/10

Matadero (Argentina, 2022). Dirección: Santiago Fillol. Guion: Edgadro Dobry, Santiago Fillol, Lucas Vermal. Fotografía: Mauro Herce. Edición: Cristóbal Fernández. Elenco: Julio Perillán, Malena Villa, Ailín Salas. Duración: 106 minutos.

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