Robert Rodriguez parece un director de otro tiempo. Un artesano que hace películas con facilidad y que da cuenta de sus virtudes narrativas sin entrometerse demasiado en la historia que cuenta. Por otro lado, sus mejores películas funcionan como una declaración de amor a los géneros fundacionales del cine, pensando a estos como una maquinaria de entretenimiento. Del suspenso y la acción, pasando por el cine fantástico, Rodríguez saltó a la fama hace tres décadas con esa proeza de cine pasatista que es La balada del pistolero. Su cine, hecho con dos mangos y mucha destreza para filmar la acción, conectó con la sensibilidad de Quentin Tarantino. Así llegó Del crepúsculo al amanecer, otra película muy divertida en la que un argumento muy elemental daba rienda suelta a una película que le rendía tributo al cine clase B de Hollywood, al que el propio Tarantino ya había reivindicado a principios de los 90 con obras maestras como Perros de la calle o Tiempos violentos. A comienzos del siglo XXI llegó lo mejor del cine de Rodríguez. En 2007 filmó Planet Terror, que funcionó junto a Death Proof como un tributo al género exploitation pero que no rindió en términos de taquilla como el binomio imaginaba. Por esos años Rodríguez también filmó una muy noble versión de Sin City, que rinde tributo al gran comic policial de Frank Miller. A comienzos del siglo XXI llegó el proyecto más ambicioso del director mexicano: La saga de Mini espias. Una trilogía de excelentes películas de acción pensadas para el disfrute sin prejuicios. Todas esas virtudes de Rodriguez como un narrador nato se mantienen vigentes en Hipnosis, pero el problema acá radica en la abulia con la que la historia está narrada. El inicio es prometedor. Un detective con problemas de memoria está buscando a su hija, que está secuestrada. El homenaje evidente a Vértigo y a El hombre que sabía demasiado, ambas de Alfred Hitchcock, son un guiño típico de su cine, que pareciera hacerse poderoso en esa evocación sin carga de nostalgia sobre un tipo de películas que ya no se hacen más. El problema tiene que ver con el tedio con el que en este caso se cuenta lo que se quiere contar. El rostro pétreo de Ben Affleck, que en algunas oportunidades funciona para sostener algunos policiales contemporáneos como The Town, aquí no logra transmitir emoción a lo que le pasa a su personaje. Ese problema nunca logra ser resuelto. Su frialdad funciona en películas como El origen de Nolan, en donde una distancia aséptica pareciera estar pensada en virtud de la puesta en escena. El cine de Rodríguez, que en sus mejores películas invitan al disfrute, pareciera en esta oportunidad haberse quedado sin sangre.

Toda la pulsión narrativa que se desarrolla al inicio de la película funciona como una evocación efectiva del triller clásico en manos de un director que sabe utilizar la música y el montaje para insuflarle ritmo al relato. En esas primeras escenas en donde un padre desesperado se ve dispuesto a todo por recuperar a su hija, la trama funciona desde la cruza de géneros que también fue una característica propia de ese cine clásico al que Rodriguez representa. Sin ir más lejos, Vértigo tiene mucho del melodrama clásico a la Douglas Sirk, sin dejar por eso de ser uno de los grandes policiales de la historia del cine. El principal problema de Hipnosis es que en este caso Rodríguez parece no haber quedado convencido del cuento que quería contar y en medio del camino decidió dar un volantazo que no resultó. La potencia de las primeras escenas, que remiten al cine clásico, son suplantadas por la vinculación con ciertas obsesiones paranoicas propias del cine contemporáneo. En este sentido, son ostensibles las referencias a El origen, Matrix y La isla siniestra, por mencionar solo algunas películas en donde la idea de realidad se entremezcla de modo más o menos virtuoso con las ideas en torno a la locura y o manipulación. El problema de Hipnosis, en todo caso, no tiene que ver con este linkeo argumentativo sino con la desidia con la que a partir de la mitad del relato se narra ese laberinto por el que atraviesa el personaje de Affleck. Cuando la película deja de ser una ficción para transformarse en el ensayo de una sociedad que no es más que un panóptico, caemos en la cuenta de que el cine funciona cuando esas ideas surgen del divertimento que produce asistir a una historia bien contada. Cuando descubrimos que todo lo que le estuvo pasando al protagonista del relato no es más que un engaño, de algún modo somos los espectadores los que nos sentimos engañados. Sobre el final de Hipnosis asistimos a una escena en la cual Rodríguez nos muestra cómo el escenario en lo que sucedió todo no es más que una gran coreografía a lo The Truman Show. El problema final de todo esto es que el descubrimiento del artificio no solo no enriquece la trama, agregándole capas de sentido (sin sentido), sino que transforma a toda la película en una historia desangelada sobre un padre y una hija que nunca termina de estallar. En el cine, como en la vida, a veces más es menos.

Hipnosis: Arma invisible (Hypnotic, Estados unidos- Reino Unido- Canadá/2023). Dirección: Robert Rodriguez. Guion: Robert Rodriguez y Max Borenstein. Fotografia: Robert Rodriguez. Música: Rebel Rodríguez. Edición: Robert Rodriguez. Elenco: Ben Affleck, Alice Braga, JD Pardo, Jackie Earle Haley, William Fichtner. Duración: 93 minutos.

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