
Sonno Profondo (2013), Francesca (2015) y Abrakadabra (2018) conforman la trilogía argentina del giallo italiano, instaurándose como continuación de aquel colorido cine de estilizado horror que tuvo su auge entre las décadas de los 60 y 70. Dario Argento, Mario Bava, Lucio Fulci, Sergio Martino, entre otros, sentaron las bases estéticas y formales de este género tan emocionante como perturbador, que luego se expandió internacionalmente hacia el gore y el slasher y que inspiró a directores como De Palma y Tarantino.
Los hermanos Onetti recogen el guante del giallo primigenio, con todos los elementos, formas y tramas que lo manifiestan, lejos del homenaje o del neogiallo habitual de esta época. En un italiano desincronizado que sintetiza este regreso espacio-temporal de la propuesta, y con la explícita textura del fílmico, el espectador vuelve a identificarse con la mano vestida, aquella que carga un arma siempre filosa y brillante, lista para cometer crímenes y mitigar un pasado también colmado de violencia y sangre.
Tanto Abrakadabra, con una imagen que expone la perfección de su búsqueda estética, como Francesca, la más sólida en cuanto a la construcción de su relato, se presentan al espectador seguras de sus motivaciones. En cambio, Sonno Profondo posee un vestigio de improvisación, a la vez que una impronta que llena la pantalla de rock; así parece representar, en sí misma, la excepcionalidad del giallo en su origen.
Como génesis de esta trilogía, Sonno Profondo es la que inserta el germen de la estética giallo con desbocada vitalidad. La más radical en el empleo de los recursos cinematográficos, como por ejemplo el uso constante de la cámara subjetiva, ofrece un exceso que brinda el efecto de agobio ideal, que propicia el vértigo y el desconcierto, así como la predominancia de los planos detalle, hacedores del suspenso y el horror. También radical en cuanto a la oscuridad de su trama, tanto en lo indescifrable como en lo psicológico, es decir, con más trauma infantil y elementos traumatizantes que sangre y crímenes.
En Sonno Profondo, única que dirige en solitario Luciano Onetti, de tan solo 66 minutos de duración, podemos encontrar una producción fuera de los parámetros habituales, no del giallo, ya que se adjunta al género sin problemas, sino de la maquinaria industrial: el mismo Luciano cumple todos los roles, desde la dirección, la fotografía, el montaje, hasta la composición musical. Esta última es un punto fuerte, tanto que por momentos la música parece predominar ante las imágenes. Pero algo que podría ser pensado desde el concepto peyorativo de videoclip, acá genera una progresión que no se detiene, completando un espacio de la percepción. Por ello, el contrapunto tanto visual como musical entre el perseguidor y el perseguido, que terminan invirtiéndose, -es decir, entre los guantes de cuero marrones, que cargan con todos los síntomas del giallo, y los guantes de latex blancos en busca de venganza- es la idea más lograda de esta película. Mientras los primeros movilizan los recuerdos oscuros y la perversión, musicalizados con un rock progresivo que refuerza las acciones, los segundos, que persiguen a los anteriores desde una luminosidad hospitalaria, se mueven desde recuerdos sobreexpuestos, con cierta parsimonia, acompañados por el delicado tono de la lírica italiana.

Hay un efecto de sentido que surge en el primer asesinato de Sonno Profundo, que me trae a la escritura aquello que Godard remató cuando le criticaron el exceso de sangre presente en Pierrot le fou: “no es sangre, es rojo”, premisa que bien funciona para el giallo en general. En este caso, la sangre pastosa, contenida, artificial, de un rojo sin brillo, casi anaranjado por el predominante verde y amarillo de la imagen, es el elemento que pone en cuestión aquel asesinato. La sangre, alejada de la mímesis, se manifiesta plástica y onírica.
De igual forma Sonno Profundo es más una incógnita que un mundo cerrado a la interpretación, que no se puede terminar de ubicar ni en la realidad efectiva del personaje, ni la de su ser en estado de inconsciencia. La conexión de esa representación de líquido vital con el crayón rojo de la infancia, que aparece en imágenes gastado, con furia, así como la lengua de ese muñeco -siempre- siniestro, simétrica a la lengua de la presunta víctima, abren pistas que se empiezan a cerrar en un segundo visionado, y se siguen completando en sus posibilidades tanto en Francesca como en Abrakadabra. En estas últimas, mostrando más caras, cuerpos y móviles policiales, es donde emerge el género policial de base, donde el detective es el perseguidor que acecha al aparente culpable, y no otro par de guantes como sucede en la primera; donde las tramas se apoyan en una ambigüedad más dócil, siendo más asequibles, aunque no del todo cerradas.
La trilogía en su totalidad lleva a (re)pensar la radicalidad de la primera. Es decir, tanto Francesca como Abrakadabra retoman elementos de la anterior y así crean una interrelación que parece dar pistas para acercarnos a develar el micromundo que abre Sonno Profondo, más cargada de poesía que de resoluciones. Francesca la conecta de forma temporal y geográfica: en simetría con la primera, a través de las noticias que emergen de un televisor en segundo plano, nos enteramos de la muerte del único sobreviviente de un accidente de tránsito múltiple: Franco Mele. De igual forma, en Sonno Profondo, a través de la pantalla de un televisor que se ubica esta vez dentro de la casa del asesino, vemos un noticiero que transmite el mismo accidente, pero veintitrés días antes, es decir, al momento que ocurrió, esta vez, sin nombres ni detalles, siendo este el principal motivo de desconcierto que desestabiliza las nociones hasta el momento allí establecidas. Por otro lado, la anteúltima persona que retira de la biblioteca la Divina Comedia -la misma que utilizó la/el asesino/a, quien deja las dos monedas en los ojos de las víctimas en Francesca-, es justamente Mónica Mele, la -presunta- víctima de Sonno Profondo. Es decir, esos detalles nos avisan que ambos asesinos son coetáneos y cercanos a la misma biblioteca italiana, además de ubicar al giallo como constante de una época y lugar. Abrakadabra, por su parte, se conecta espacialmente: ¿dónde ocurren los asesinatos sino en la mente criminal, encerrada en su propio giallo? Abrakadabra se afirma en la magia de la plena subjetividad, y así abre a la posibilidad infinita de crear ficción y realidad(es): “eliminando lo imposible, todo lo que resta es la verdad”, dicta la coda final, siendo ésta una pista poética para retornar a la primer película que da origen a la trilogía.
Así como la literatura hace al giallo, los Onetti se sirven de ella como fuente y excusa. En Sonno Profondo el protagonista de guantes marrones deja caer sobre la mesa el libro amarillo de Editorial Mondadori, que le da nombre y sustancia a este género en su concepción: así se juega con una doble referencia, como mención al origen, pero también como inspiración para propiciar las fantasías de los guantes marrones. En Francesca vuelve a aparecer Il Giallo Mondadori, ahora como colección dentro de una biblioteca, y de esta forma tanto la intriga como los asesinatos proliferan. Sin embargo, La Divina Comedia es el protagonista de esta historia que, a su vez, vuelve a aparecer en Abrakadabra. En esta última no será un libro el patrón, sino el collar místico-mágico que carga el nombre de la película, catalizador de las combinaciones de identidades y crímenes.

Así, los Onetti nos sumergen en las profundidades del terror acechante, encarnizado, de crímenes no carentes de cierta poética, porque justamente manifiestan más de lo que explican, y por eso el arte, la plástica de la imagen tanto como el poder emotivo de las cámaras, son los que guían el proceso. El carácter engañoso del sueño, de la muerte, de los nombres y del género está presente en las tres, así como el travestimiento que el uso de la cámara subjetiva propicia: ¿acaso es posible deducir quién es el criminal tan sólo por el color y la tela de los guantes, la ropa, el pelo o la brusquedad o suavidad de sus movimientos?
No hay nada seguro, nada que escape de esa(s) subjetividade(s). Las zonas de oscuridad, esos cuadros que esconden un reverso, son los mismos que propician el movimiento. La ambigüedad presente, aunque más profunda en el primer film, es reafirmada por codas finales que dan un giro extra, inclusive en Los olvidados, película que abre la serie de los slashers -ahí sí, la sangre es sangre-. La vuelta de tuerca final proporciona, no tanto una explicación, sino otros sentidos, y así resignifica a las demás en su conjunto: en Francesca el entramado familiar, en Abrakadabra, el poder de la mente. Así ambas exponen posibilidades que Sonno Profondo por sí misma no llegaba a evidenciar. Por eso, cada una de las películas que componen la trilogía crean un mundo propio de historias y colores, con un presupuesto de producción que cambia abismalmente -que llega hasta los travellings aéreos de Abrakadabra-, pero que en conjunto ratifican la misma idea: desarrollar un juego formal, generar un emocionante placer disruptivo, por los constantes desplazamientos que lo vuelven tan innovador, vanguardista, como el género de culto que los Onetti reviven.
Sonno Profondo (Argentina, 2013). Guion y dirección: Luciano Onetti. Fotografía y música: Luciano Onetti. Elenco: Daiana García, Luciano Onetti. Duración: 66 minutos.
Francesca (Argentina, 2015). Dirección: Luciano Onetti. Guion: Luciano Onetti, Nicolás Onetti. Fotografía: Nicolás Onetti. Música: Luciano Onetti. Elenco: Gustavo Dalessanro, Raul Gederlini, Evangelina Goitia, Silvina Grippaldi, Luis Emilio Rodriguez. Duración: 80 minutos.
Abrakadabra Argentina, 2018). Dirección: Luciano Onetti, Nicolás Onetti. Guion: Luciano Onetti, Nicolás Onetti, Carlos Goitia. Fotografía: Carlos Goitia. Música: Luciano Onetti. Elenco: Germán Baudino, María Eugenia Rigón, Clara Kovacic, Gustavo Dalessanro, Raul Gederlini. Duración: 66 minutos.
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