Apoyándose documentos históricos se reconstruyen sucesos de la historia argentina a los que se resignifica en base al mito, creando una nueva identidad, refundando la historia de Buenos Aires.
Suzanne, una periodista francesa, busca documentar la revelación de secretos de interés internacional sobre la fundación de Buenos Aires como “la París del Plata”. Con la ayuda de Dressler, un investigador rioplatense (desde la nacionalidad de cada personaje también hay una dicotomía entre Europa y América), se ve envuelta en una intriga que la amenaza desde un lugar histórico intangible. El material documentado es ofrecido por ella a quienes lo recogen en la película, luego de que ella advierta de que el material no debe hacerse público hasta que ella lo disponga, haciendo palpables las intersecciones entre los elementos estilísticos del documental y la ficción vestida de thriller.
El misterio y el peligro rodean a cualquier mito que se precie de sí mismo; en este caso, una sociedad secreta conformada por aristócratas que pretendía copiar París en Buenos Aires, utilizando fachadas de edificios franceses para conformar los propios en Buenos Aires. La copia prefigura el doble, el otro que busca ocupar el lugar del original. La paranoia se acrecienta cuando se corta la línea que divide original y copia, dejando de establecerse cuál es cuál, donde el reflejo y lo real se tornan indivisos. El origen se vuelve fundamental y el mito fundacional en un relato que roza lo fantástico con toques noir (los ambientes ensombrecidos, los rostros cubiertos, las calles nocturnas de asfaltos húmedos, el uso del claroscuro…). Todo eso converge en una película que se recubre del halo tautológico del documental, el cual se hace efectivo en los momentos en que, mezclados con la ficción, aparecen recortes e imágenes que descubren los orígenes arquitectónicos de Buenos Aires y las construcciones francesas en que se han inspirado.
Entrevistas a historiadores, sociólogos, curadores, investigadores del CONICET, dan la impronta documental. Pero porque el documental “objetivo” es un mito en sí mismo, el registro también diverge entre diferentes grados de apariencia verosímil. Por un lado, aparecen la cámara subjetiva de Suzanne, con imágenes granuladas y encuadres desprolijos, junto con las grabaciones de Dressler, donde el registro y el registrador se vuelven uno. Y luego aparece la cámara ficcional, la que encarna la tercera persona: la de quienes recopilan la historia para hacerla película, la cámara del director Bernárdez.
Asimismo, desde la fotografía, el trabajo con el color brinda al tinte oscuro el misterio y la antigüedad que van de la mano en la trama. Una parte más del estilo que devela el artificio. La iluminación contrastada se pone al servicio de los investigadores secretos. La identidad de quienes llevan la investigación -y la película-, se desenvuelven cubiertos por sombras. Esa identidad oculta es también la identidad nacional que se intenta revelar, redescubrir, a través de determinar quiénes constituían la sociedad de Los corroboradores, ciudadanos infiltrados en París que organizan la paranoia propia del espionaje y del Thriller. Todo se avoca a seguir pistas, descifrar enigmas y transformar la tarea del investigador en un personaje fantástico envuelto en una trama de Suspense, que circunda calles cuyos rasgos característicos, entre tinieblas, se debaten entre pertenecer a París y a Buenos Aires. Pero se sabe que en el mito hay enseñanza y en ese sentido el espectador se hace cómplice de quien investiga y guía el relato. La forma en que se estructura dicho relato es además con apartados cuyos títulos forman parte de un gráfico que Suzanne utiliza en su indagación para unir como un rompecabezas, haciendo más estrecha la identificación con el espectador.
Dentro de la ficcionalización se hace hincapié en la cuestión de clase. Imágenes de archivo de sombreros de copa que se cortan para dar paso a barcos atracando en el puerto. Por un lado, aparece la aristocracia agroganadera que tenía plata para vivir a la escala del “primer mundo”; por el otro, los inmigrantes de la primera ola, anarquistas y socialistas, quienes aspiraban a formar parte de la sociedad secreta“trucando” burdamente fotos suyas sobre paisajes parisinos (porque además de la mezcla de géneros mencionada se hace uso también de la comedia en ciertos parajes). Se propone que fue ese el verdadero motivo de la Ley Cané, que reglamentaba la residencia para poder ingresar a la secta y de esa forma se dejaba afuera al resto de los sectores sociales de la política del país para que el Estado siga perteneciendo solo a Los corroboradores. Se comienza un viaje en la historia que al llegar a la represión de enero de 1919 hace un corte hacia imágenes de diciembre del 2001, presentando la filiación entre represión y represión que se acopla a la idea que subyace en la remitificación que lleva adelante la película: la idea de que Argentina ha sido manejada siempre por la misma clase social, conservadora y de aspiraciones monárquicas frustradas. Una propuesta que no se priva de ser tratada con histrionismo.
Estos juegos entre el documento de archivo como verdad absoluta y la ficcionalización alucinada se justifica en las palabras de uno de los entrevistados: “La memoria se nutre más de los mitos que de la Historia”.
Los corroboradores (Argentina, 2017). Dirección: Luis Bernárdez. Guion: Luis Bernárdez, Camila Maurer. Fotografía: José María Gómez. Edición: Ernesto Felder, Hernán Rosselliy Agustín Rolandelli. Duración: 70 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: