Luis Felipe Noé ha dispuesto una tela gigante sobre el piso de su taller en Barracas. En un lugar impreciso de esa hoja en blanco vierte un poco de pintura. Luego toma un secador de piso y empieza a jugar entre lo que ahora se ha convertido en instrumento artístico y la pintura. Improvisa. Va desplazando la pintura sin una aparente dirección ni lógica. Si se le presta un poco de atención, algunas formas abstractas comienzan a percibirse, aunque quizás de ellas, en el final, no quede más que un leve rastro oculto entre otras formas. En esa escena parece condensarse no solamente el credo artístico del pintor –que viene a reforzar lo que hemos visto de su trabajo en otros documentales como A 4 manos o La coherencia del caos-, sino el punto de partida que permite ver a Tres en la deriva del acto creativo como una especie de continuidad posible de ese “no método”, como lo llama Noé.
Si todo comienza con una reunión familiar en la casa de Noé –en el sentido literal del término, en tanto compartida con esposas e hijos respectivos-, a la que además de Pino Solanas concurre Eduardo Pavlovsky, y esa reunión implica una charla relajada a tres bandas alrededor de lo artístico, lo hace desde un lugar más descontracturado que el que podría forzar un documental más ligado a la formalidad. La familiaridad del registro de esa charla saca a los personajes de un rol asignado para entrar en un espacio en el que importa el intercambio de ideas: no se trata de un reportaje cinematográfico, sino de un encuentro en el que los protagonistas tienen el mismo peso y donde la cámara es, en todo caso, un artefacto limitado al registro de los hechos.
De allí que el concepto de deriva termine asociado a la improvisación con la que trabajaba el pintor en la escena mencionada. El registro de las conversaciones y de los encuentros posteriores –algunos de ellos sí con mayor dosis de formalidad, en especial cuando nos pone ante los testimonios de los hijos de los tres o de Susy Evans, la mujer de Pavlovsky- tiene la impronta de no haber sido pensado específicamente para ser una película. En todo caso, parece más evidente que la película se fue generando sola a partir de ellos. Que el encuentro que sirve como punto de partida fue disparando lazos con la historia de cada uno de los personajes en el presente de ese relato y en el pasado que proviene de otras filmaciones (un Noé bastante más joven, registrado en su taller por Solanas; Pavlovsky durante la filmación de La nube; el mismo Solanas mientras dirigía Sur o El exilio de Gardel), para reconstruir aquello que Solanas encuentra en algunas de sus películas. Que en cada una de ellas no hay una sola película sino varias que se van entrelazando entre sí para contar una historia.
Esa deriva que la película asume como discurso/recurso entra en contacto directo con la concepción de la obra artística que circula por el interior del documental. Pino habla de crisis y de riesgos como el motor de la concreción de una obra. Noé insiste con la idea del caos que Solanas completará algo más adelante: “El proceso creativo es lo más opuesto al orden” dice en un momento como síntesis. Sin embargo, lo que aparece es una tensión continua entre la aparición de lo caótico (“Hay que ser respetuoso con el caos” señala Pavlovsky) y el intento de organizar ese caos, que implica la construcción de una película. Estamos siempre viendo ese caos instrumentado como deriva y la permanente intención de darle a ello una consistencia más organizada: puede verse como algo más forzado –como la división en bloques que responden específicamente a cada uno de los artistas- o como algo más natural –la circulación de las imágenes alrededor de un tema que funciona como núcleo-.
Lo interesante en todo caso es que ese proceso que encara la película entronca directamente con las ideas que despliegan los artistas. La idea de llegar a la imagen desde el hacer que postula Noé o la posibilidad de que en la escritura surjan situaciones o personajes que pertenecen a “otra obra” como señala Pavlovsky, funcionan como señales para comprender el entramado del documental y para sostener su arquitectura derivativa. Pero es en la forma en que interviene una y otra vez la noción de tiempo, lo que parece ejercer un peso más contundente en su construcción. No se trata solamente de la mirada que los tres ejercen sobre sí mismos, teñidas del paso inexorable del tiempo, sino de cómo Solanas lo articula entre ellos. Hay un momento que puede entenderse, en ese sentido, como una suerte de declaración de principios. Solanas recuerda específicamente a Sur –que es, junto con La nube, la que más se cita- para plantear que allí, en ese viaje que emprende Floreal, su protagonista, a lo largo de esa larga noche de retorno, se sintetiza la convivencia del pasado –que vuelve como imágenes más o menos tangibles-, el presente –el retorno del personaje- y el futuro –aquello que sobrevendrá y que funciona como la representación de los temores-. En Tres en la deriva del acto creativo esa instancia se replica como forma de estructura. Si el presente se sitúa en esos encuentros de los personajes en un tiempo que no es muy preciso –lo cual parece remitir a una perpetuidad, a una lógica de continuidad que se sostiene incluso quitando de la escena la muerte que viene inexorable sobre uno de ellos-, el pasado vuelve como imágenes que entremezclan los recuerdos de un exilio compartido y el trabajo artístico que va cruzándose de uno a otro. El futuro, en la película de Solanas, no está cifrado solamente en esa escena tremendamente triste de su diálogo con Pavlovsky que preanuncia su final, sino que trasciende al documental. El futuro del documental es el hoy en el que lo vemos, cuando también la figura de Solanas ha desaparecido, llevando a ver aquellas imágenes de otra manera: los proyectos y los deseos que la voz de Solanas reserva para el final del trabajo tienen otra resonancia desde el mismo momento en que su trabajo se estrena después de su muerte.
Sin embargo, el mayor mérito de Tres en la deriva del acto creativo parece provenir de algo que dice Noé en el comienzo: “Hay dos maneras de estar viejo: repetirse o mandar todo al carajo”. Solanas, que en algunas de sus películas anteriores parecía acomodarse en el prestigio, optando por la primera de las opciones –en especial en Viaje a los pueblos fumigados-, parece haber encontrado aquí la forma de liberarse para aceptar la segunda opción. Alejada de la rigidez casi dogmática de otros proyectos previos, Tres en la deriva del acto creativo tiene una vitalidad que se extrañaba en Solanas y que la convierte en eso que Noé plantea sobre los cuadros: hacer que se mantengan frescos y que no cansen.
Calificación: 7/10
Tres en la deriva del acto creativo (Argentina, 2021). Guion y dirección: Fernando «Pino» Solanas. Cámara y fotografía: Nicolás Sulcic y Fernando «Pino» Solanas. Segunda Unidad de Cámara: Gaspar Noé y Juan Solanas. Trecera Unidad de Cámara: Luca Zampini. Montaje: Luca Zampini, Nicolás Sulcic, Fernando «Pino» Solanas. Duración: 97 minutos.
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