El cine y el nazismo tienen una relación intensa y muy prolífica. Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente infinidad de películas tocaron el tema desde el amplio abanico que abarcan los diversos géneros cinematográficos. La bruja de Hitler recrea en formato de fábula atemporal esa mitología y reflexiona acerca de la idea del Mal absoluto.

Una familia de refugiados nazis vive escondida en la Patagonia a comienzos de la década del 60 del siglo pasado. Los años cincuenta y sesenta del siglo XX son tiempos sociales marcados a fuego por la visibilización de los crímenes cometidos por el nazismo y por el castigo a los responsables de esa masacre. Es la época de la deportación de Adolf Eichmann por parte de agentes del ejército israelí para ser condenado por los crímenes cometidos. Los protagonistas de la película son alemanes, representantes de las ideas nacional socialistas, que recalaron en nuestro país escapándose de Europa y se parecen más a los monstruos repulsivos propios del cine de terror que a los empleados burocráticos que Hannah Arendt describiera en Eichmann en Jerusalén.

La bruja de Hitler no es la primera película que, amparada en la ficción, describe las peripecias de la fuga y posterior ocultamiento de identidad que los nazis llevaron a cabo en cada uno de los lugares que les sirvieron de refugio. Ya Wakolda (2013) de Lucía Puenzo había trabajado sobre la misma problemática histórica, refugiándose en las convenciones de un policial que podríamos denominar realista en términos de puesta en escena. Ardito y Molina también habían explorado en las aguas del cine político con Sinfonía para Ana (2017), contando en esa opera prima de ficción una historia de iniciación situada en la Argentina durante la última dictadura militar. En esta segunda ficción se alejan de la aproximación realista de la época, para narrar una historia que bien podría suceder en cualquier lugar y en cualquier momento.

Agobiante desde lo sensorial, La bruja de Hitler utiliza dos recursos habituales del cine de terror para trasmitir tensión: fragmentos visuales en Súper 8 y una serie de registros sonoros inquietantes. La película por momentos transita los senderos de la pesadilla, aquella en la que el deseo de los que mandan no puede pensarse por fuera de la categoría del Mal. Algo del cruce entre patología privada y pública que filmara Luchino Visconti en esa obra maestra absoluta que es La caída de los dioses (1969) pareciera ser traído por los directores para recrear la historia de estos refugiados que siguen reproduciendo una mirada ideológica del mundo en la que los débiles no tienen otro destino que la muerte. En este caso, los débiles son indígenas u homosexuales, pero en realidad lo aterrador es que todo signo de alteridad merece ser reprimido hasta el exterminio.

Otra película que trabajó el tema del ocultamiento nazi fue Los niños del Brasil (1978). Perla de mi cinefilia adolescente, la película dirigida por Franklin Schaffner narraba las peripecias en el ocultamiento de la identidad que llevaba a cabo Joseph Mengele bajo el signo del relato de aventuras. En cambio, hay algo de terror atmosférico en La bruja de Hitler que puede encuadrarse en la idea de ensayo visual sobre la perdurabilidad del mal gracias a la descripción de personajes sumergidos en la niebla de la locura, atrapados en un tiempo pretérito indefinible. Aún ambientada en la Patagonia de inicios de la década del 60, los tiempos de la historia nos devuelven una siniestra actualidad, como si operara el retorno de lo reprimido. Como en La caída de los dioses, el relato vincula de un modo virtuoso el ejercicio de la política con la atrocidad privada. Ambas tienen en claro que ambos aspectos se encuentran trágicamente entrelazados. De este modo, la sexualidad reprimida, el exterminio de aquel considerado inferior y la idea de persecución a lo diferente se entrecruzan sin respiro.

Pese a la decisión de los directores, esa acumulación de atrocidades termina afectando al relato, produciendo el efecto de un subrayado innecesario que también se percibe en algunas actuaciones demasiado afectadas. No obstante estas objeciones, La bruja de Hitler se destaca por el intento de dar cuenta del mundo deshumanizado en el que vivimos. Películas como ésta nos permiten pensar en los horrores que la humanidad ha padecido no hace tantos años. Si olvidamos como sociedad aquellas épocas siniestras, es probable que lo macabro que subyace en nuestro tejido social se reproduzca nuevamente.

Acá puede leerse otra crítica de la misma película.

La bruja de Hitler (Argentina, 2023). Guion y dirección: Virna Molina y Ernesto Ardito. Fotografía: Fernando Molina. Cámara: Martin Turnes. Elenco: Lucía Knecht, Victoria Lombardero Có, Ema Eraso Villarino, Ulises D’atri, Eleonora Dafcik, Heinz k. Krattiger, Malena Villarino, Ronaldo Giss, Isadora Ardito. Duración 117 minutos.

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