Ayer es hoy. Cartero, ópera prima de Emiliano Serra, da cuenta de aquellos años noventa locales, cuando el aire laboral que afectó el día a día de clases medias y bajas se tornó irrespirable. Preludio del neoliberalismo contemporáneo, ensayo para el presente actual que rindió a sectores especulativos, corporaciones y bancos ganancias inimaginables hasta el momento, asestando un contundente golpe al bolsillo; por ende, a la vida diaria. Un aire que la cámara de Serra captura haciendo foco en los cuerpos de los – aún – asalariados del sistema, y que especialmente se centra en el del veinteañero Hernán Sosa, a partir de que ingresa a trabajar en el Correo Central, como el propio director en la misma época. Es el plano secuencia el que acompaña su cuerpo y envuelve en lo imperioso de sus caminatas a ese oriundo de Los Tordillos, Buenos Aires.
Viejos. “¿El correo va a ser tu destino, pibe?”, le espeta como carta de presentación quién será su superior en gran tramo de la película: un experimentado laburante con experiencia de años y la suficiente capacidad para darse cuenta paulatinamente, que habiendo pasado cierta edad, la experiencia ya no cuenta, que en los noventa ya empieza a ser prescindible y que esa juventud tan impertinente como inexperta empieza a comer terreno laboral y simbólico. Es así que se empieza a tejer una ambigua relación entre ambos que, si bien no constituye el nudo central de la trama, son momentos que se presentan especialmente atractivos sobre todo por el liderazgo del impecable Germán da Silva, ejercido no solo desde el experimentado que inicia al advenedizo sino, sobre todo, en el terreno actoral: las escenas entre ambos son evidentemente conducidas por su potencia. La experiencia se presenta en ambos órdenes. Y todas sus bajadas y explicaciones sobre la forma de tirar las cartas, gajes del oficio varios y sobre todo los códigos entre pares alimentan una pata de la relación, la del compañerismo y la empatía. La otra pata es la de la de la desconfianza y el recelo de ese experimentado Sánchez que se percibe, y a sus pares, desplazados paulatinamente por la nueva corriente joven que promueve que circulen todos los fantasmas y luego certezas, no solo de él sino de sus pares generacionales. Desde esta línea es evidente hacia donde se dirige el trazado del personaje de Sánchez: “Me jubilo – le cuenta a Hernán, avanzada la historia – Estos hijos de puta me están presionando. Y bueh… Voy a agarrar el retiro voluntario y que se vayan a la concha de su madre”.
Pendejos. La escuela de asimilación al sistema de Hernán Sosa comienza de entrada, cuando él mismo reemplaza a un experimentado empleado del correo. Así, se ganará la desconfianza de sus compañeros, que ven en él a la encarnación de esa juventud que arrasa. En un momento se desliza el siguiente diálogo, mientras lo miran de arriba a abajo: “¿Y este pibito? – “Y… este es el de las jubilaciones privadas (…) ¿Viste que siempre ponen pibes de afuera, que sepan de computación?”. En tal sentido, una escena resulta bien gráfica del contexto: el jovencísimo jefe del área anuncia al grupo de trabajadores la reducción (la llama “unificación”) de tres zonas de trabajo a dos: Sur y Norte. La percepción del achicamiento se evidencia en los rostros de los asalariados, contenidos en un plano medio del grupo. “De una forma u otra, vamos a llegar a ser socios”, lanza al final del anuncio el pendejo cínico.
Naturalizaciones. De esta forma, en Cartero no solo se hacen presentes los diferentes aspectos de la flexibilización y sus efectos, sino que son registrados desde el punto de vista de un Hernán que deja lugar a la pregunta sobre hasta dónde se impregna del entorno: en apariencia es un mero testigo de los acontecimientos que no hace abstracción, ni como el contexto lo involucra en modo directo. Como cuando cuenta desde un tono monocorde que su sueldo es el mismo que cuando hacía la pasantía, y que la agencia de trabajo le paga mitad con cheque y mitad con tiquets canasta. Pero una escena puntual parece enfrentarlo a sus naturalizaciones. Para hacerse de un extra, consigue vía Sánchez unas horas en el sector de telegramas. Le toca repartir una cantidad importante de telegramas de despido hasta que llega a uno de los destinatarios que entra en crisis por el impacto de la noticia, involucrándolo directamente: “Me echaron…” – le dice, mirando al cartero a los ojos. Inmediatamente la emprende a los gritos y patea cosas dentro de su casa, mientras Hernán aguarda en el umbral la firma del desdichado destinatario, quien le cierra la puerta en la cara. Enseguida el joven escucha a través de la misma: “¡Qué pelotudo que sos!”, una frase con destinatario ambiguo: la explicación más lineal es que el empleado de treinta años de servicio la emprende contra sí mismo. Aunque la línea de la naturalización habilita otra lectura.
Entorno. Así, el personaje desfila por interiores del correo – espacios recreados para tal fin, dada la negativa del gobierno de Macri a utilizar para la película las instalaciones del CCK-, locaciones que dan cuenta de un mundo subterráneo, oscuro, mortecino, vetusto. Un microclima de ausencia de vínculos reales gobierna el entorno. Al igual que los exteriores: dificultosos, con un sonido ambiente urbano que el cuerpo del empleado debe incorporar a su devenir diario esquivando transeúntes, aglomeraciones, manifestaciones, hasta una protesta de ATE que Hernán atraviesa sin detenerse. Porque el personaje, en su andar incorporó esa lógica de movimiento constante. Un movimiento acrítico que excluye pensar al entorno circundante, mucho menos al país. Es por medio de dicho movimiento que los espacios son integrados en ese andar ligero que ya incorporó el cuerpo de Hernán. Y al que el actor Tomas Raimondi responde profesionalmente en la consolidación de un personaje complejo, sobre todo por lo que esconde.
Justicia poética. Emiliano Serra le tira un salvavidas a Hernán Sosa cerca de promediar la película, que viene por el lado afectivo por un lado y económico por otro. De esta forma el trabajo con el entorno, con la alienación, con los vínculos incómodos que promovían aquellos noventa como precuela del recrudecimiento contemporáneo, quedan eclipsados por una justicia poética que en dicho marco resulta forzada, regalándole al personaje lo que en el mito se conoce como ayuda sobrenatural, una brisa que hace figura por sobre el entorno irrespirable planteado en Cartero. La idea inicial de Serra de pensar por elevación el presente actual por medio de los tiempos de su gestación cultural, no se obtura pero se eclipsa sobre el cierre.
Calificación: 7/10
Cartero (Argentina, 2019). Dirección y edición: Emiliano Serra. Guion: Santiago Hadida. Fotografía: Manuel Rebella. Elenco: Tomás Raimondi, Germán de Silva, Iván Masliah, Macarena Suárez, Jorge Sesán, Germán Palacios. Duración: 80 minutos.
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