Las primeras imágenes de Satori sur pueden llamar a engaño. Es el cumpleaños 80 de Miguel Grinberg y se ha organizado una celebración en el Centro Cultural Kirchner. Puede creerse a partir de allí que el documental se plantee como una suerte de homenaje que continúa la celebración oficiosa. Pero hay ya en ese comienzo un momento en el que no todo parece encajar como debiera: es cuando Grinberg se encuentra con Carlos Cutaia en los pasillos del CCK. A contrapelo de la alegría que presupone el festejo, en el diálogo entre ambos resuena una frase: “Nos estamos quedando solos”.
Tal vez haya que buscar en esa frase el verdadero sentido del documental. Esa conciencia del tiempo que pasa y que se vislumbra en la cantidad de años, decanta en la tristeza de la pérdida y la creciente soledad que encierra la frase. Y como si entendiera que hay que hacer algo con todo eso, Satori Sur deja lo celebratorio a un lado y registra antes de que las personas desaparezcan (y esa decisión, en estos días en que su protagonista ha muerto, apenas cuatro años después de aquel momento, se vuelve tan inteligente como necesaria). Y entonces, los 70 minutos de película se vuelven una suerte de testimonio que logra disimular la urgencia, por la salud ya algo deteriorada del protagonista y por los años acumulados en la búsqueda de los recuerdos que se articulan sin un orden cronológico estricto.
En todo caso, el Grinberg de hoy dialoga con el que fue a través de los interlocutores de su tiempo que, como él, no solamente sobreviven, sino que siguen siendo referencias a la hora de entender la evolución de la cultura desde los 60 en adelante. Sus diálogos con Juan Carlos Kreimer –su compañero de ruta en la historización temprana de la música progresiva que se hacía en Argentina en los 60 y 70- y con Jonas Mekas –en los cuáles, irónicamente, los problemas tecnológicos de la conexión por internet funcionan como obstáculos para quienes provienen de un mundo analógico-, sirven para recuperar lo construido. Kreimer permite recuperar los tiempos de Eco Contemporáneo –la revista que Grinberg fundó con Dal Masetto-, pero también pone en diálogo a los cuerpos y los espacios en la foto del protagonista, tomada en la misma plaza en la que ambos caminan y hablan. Con Mekas, en cambio, lo que se recupera es una noción de pasado que termina por cuestionar –de manera inconsciente- la búsqueda del documental. “La cámara vive siempre en el tiempo presente”, dice Mekas, afirmando esa pertenencia a lo actual que no puede recuperar ni suplantar lo pasado. “El pasado tiende a desaparecer” reafirma, reconociendo el estatus efímero de los hechos y su dilución en el tiempo. Pero también allí hay una afirmación de la propia actividad que, aunque parte de Mekas, resuena también en Grinberg: “Así es como termina la historia: archivada en cajas. Pero nosotros todavía no estamos en cajas”.
Satori sur se mueve entonces en la oscilación entre el recuerdo del pasado y la forma en que éste se sostiene en el presente, para construir una imagen del personaje que escapa de los lugares comunes (aquí casi no se nombra ni a su libro “Cómo vino la mano” ni a la revista Mutantia, caballitos de batalla del periodismo para referir a Grinberg). Federico Rotstein prefiere enfocarse en los programas de radio en los que Grinberg comenzó a difundir esa música progresiva; en su labor como traductor e introductor en la Argentina de la literatura beat norteamericana; en cómo el rechazo de las revistas de izquierda de la época por considerarlo colaboracionista americano fue el punto de partida para que se lanzara a la aventura editorial; en cómo fue que se convirtió en organizador de recitales en los que convergía la música de la segunda mitad de los 60 –el del Teatro de la Fábula en 1966, el Pinap de 1969- y cómo sigue ejerciendo ese rol a partir del recital Mariposas de Madera en el Gran Rivadavia. Si el documental logra, sobre el final, sacar de boca de su protagonista algunas definiciones sobre el lugar que cree que ocupó –“Fuimos la heterodoxia tolerada”- y sobre su posición ante el entorno en el que se mueve –“No estoy contra el sistema, estoy a favor de un nuevo sistema”-, son, sin embargo, otros los momentos en los que la definición del personaje se construye de una manera más contundente. Y esos instantes están en el comienzo del relato, marcando allí la pauta para entender a Grinberg. En el primero, mientras en pantalla se ven una serie de fotografías familiares de su niñez y adolescencia, como fondo suena “Rebelde”, la canción de Los Beatniks considerada como el punto de partida de la música progresiva argentina. Allí quedan unidos tanto el carácter que asumirá el personaje a lo largo de su vida, como la relación que entablará con esa música a la que contribuyó en su desarrollo y difusión. En el segundo, vemos a Grinberg en su casa, en ese espacio dominado por libros y papeles encarpetados –ese lugar que su mujer define como “estar en una cueva” o, peor aún, como “el lugar donde yo no tenía lugar”-, que va recorriendo en busca de algo. En ese recorrido, Grinberg va abriendo puertas que dan a nuevos espacios, a nuevas cosas. Quizás no haya mejor definición para el personaje que la que esa escena muestra: el hombre que abrió puertas para llegar a otros lugares.
Satori sur (Argentina, 2020). Dirección: Federico Rotstein. Guion: Federico Rotstein, Martín M. Oesterheld. Fotografía: Matías Iaccarino. Montaje: Federico Rotstein. Entrevistas: Miguel Grinberg, Jonas Mekas, Flavia Grinberg. Duración: 70 minutos. Disponible en Cine Ar Play.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: