
La imagen del clavo que abre la piedra es poderosa. Es, visualmente, y desde el comienzo de Reformadores, algo más que un símbolo que se alza en las costas de San Fernando como recuerdo de la inmigración que trajo la religión protestante desde Europa. Esa imagen se vuelve entonces, descriptiva: en el relato cronológico que lleva al cisma de la iglesia católica producido por las 95 tesis de Lutero, lo que se privilegia no es tanto esa división –la referencia a la excomulgación de Lutero y a las guerras subsiguientes es limitada- sino la forma en que el luteranismo se ofrece como una cuña. Históricamente, porque establece la primera gran división en las iglesias cristianas, sin apartarse del origen común. En el presente, porque su evolución remarca los caminos y recorridos diferentes que asumió en relación con la iglesia católica con el paso del tiempo.
El catolicismo es, en Reformadores, una referencia lejana. Lo que ocupa un espacio físico en el que una religión nueva viene a establecerse. En el planteo que realizan los referentes de la iglesia luterana en Argentina que son entrevistados, hay un alejamiento de toda posibilidad de conflicto: la idea no es conquistar el espacio del otro, sino preservar, en principio, la religión que trajeron los inmigrantes. La posibilidad de ampliar esa base vino un tiempo después. El conflicto que parece asomar en el final no es en verdad entre las creencias, sino por la forma en que se configuran en relación con el Estado. Si los cultos no oficiales están obligados a registrarse como “asociaciones civiles sin fines de lucro”, lo que aparece es una discriminación en relación con la religión que el Estado argentino adopta como oficial. La separación de la iglesia y el estado oficia, en ese sentido, como un planteamiento más igualitario que involucre de esa manera a los creyentes que no se encuentran incluidos.
Sin embargo, ¿es posible plantear que la religión católica no está inscripta en el recorrido que traza el documental? El paneo que Reformadores formula, desde la experiencia práctica de los pastores en diferentes lugares del Gran Buenos Aires, parece estar mirando de soslayo a ese catolicismo que se pretende hiper-presente, para partir de situaciones que pueden tener un armado común (el trabajo en las villas, la relación con los Derechos Humanos, el estudio de la teología) para desde allí resaltar la acción que ponen en práctica. Así se establece la diferencia, pero sin recurrir al subrayado que implicaría una puesta en comparación directa –la que queda en todo caso, en el espectador. La idea de reforma que plantea el título asume entonces la estructura del documental como marco para expresar la diferencia y se actualiza el pasado congelado en el tiempo: el reformismo se vuelve práctica continua que excede lo discursivo para concentrarse en los hechos.

Hay una idea que se repite, especialmente en el primer tramo: “Siempre es con otro”. Allí se expresa y se condensa una voluntad colectiva que excede a su constitución como iglesia: cuando se indica que la iglesia es un actor más en el proceso de transformación social, ya se señala una distancia con el catolicismo –que tiene un perfil más ligado a la conservación del statu quo, al menos en parte de sus jerarquías. Una articulación que prescinde de lo gubernamental como eje de la relación para sostenerla en instituciones ligadas a lo popular. Un ecumenismo entendido más allá de la convivencia religiosa. Su expresión más notoria aparece en el momento en el que el pastor de Florencio Varela implica en ese proceso a una universidad nacional cercana, algo que suena impensable en la mayor parte del catolicismo (por el negocio que implica su propia Universidad Católica).
El documental, que parece en principio orientado a cierta disputa de sentido (la orquesta, el proyecto de panadería, el centro de día para chicos), se transforma a partir de la aparición de Arturo Blatezky. Desde su experiencia en el pasado y su llegada a la Argentina en 1975, el perfil que el documental comienza a trazar a partir de ese momento responde a la máxima que esgrime Leonardo Schindler: “cada intervención pública de la iglesia es una intervención política”. Si ese precepto aparece negado en el catolicismo –aunque no en su puesta en práctica-, aquí adquiere una centralidad relevante. Desde la declaración de Blatezky en la conferencia de Nairobi denunciando los crímenes de la dictadura militar argentina, lo que se desarrolla es una intervención que acompaña los diferentes procesos de transformación de la sociedad.
Esa intervención es la reforma profunda que invoca el título. La iglesia protestante que dibuja Reformadores no solo fue refugio y lugar de reunión para los familiares de desaparecidos de origen alemán en la dictadura. En el presente, la intervención se expande al cuestionamiento de las estructuras patriarcales, la inclusión de mujeres como pastoras, la aceptación de la necesidad de legislar sobre la interrupción voluntaria del embarazo (“lo que no quiere decir que sea una iglesia abortista” como se aclara en un momento), la aceptación de pastores homosexuales y la bendición para los casamientos igualitarios. Es en estos últimos casos en donde se plantean ciertos conflictos. Hacia adentro, por la admisión de la dificultad para ser aceptado el matrimonio igualitario y por el señalamiento de que no todos los pastores aceptan dar esa bendición. Hacia afuera, en la mirada que César Gogorza, uno de los pastores, realiza respecto de la homosexualidad: el dominio del miedo, la perversidad en la mirada hacia la homosexualidad se articula con la modalidad victoriana que asumen las instituciones (no decir, simular que no se sabe ni pasa nada). Pero aún dentro de esas luchas no resueltas, Reformadores logra sostener las ideas que parecen ser la base en la que se apoya la iglesia en la Argentina. Por un lado, la apertura a las necesidades de la gente. Por el otro, la idea de que el lugar del pastor contiene la potencialidad de cambiar el mundo. Cambiar, transformar: ese es el verdadero clavo en la piedra de lo instituído.
Reformadores (Argentina, 2022). Dirección: Marina Zeising. Guion: Marina Zeising, Fernando Mazas. Fotografía: Marina Zeising . Montaje: Marina Zeising. Música: Testimonios: Rubén Yennerich, René Kruger, Sabino Ayala, Orquesta ASE, Martín Elsesser, Arturo Blatesky, Leonardo Schindler, Daniel Beros, Karin Krug, Peter Rochón, Cesar Gogorza, Nicolás Rosenthal, Pablo Münter. Duración: 67 minutos.
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