100105001. Lo encontré cuando tenía tres años, 1971 o 1972, arriba de mi ropero infantil, metido en una caja de cartón. Era un proyector mudo y de 16mm., marca Hollywood, que le habían comprado a mi papá cuando era chico. Era marrón oscuro y lindo de tocar porque su pintura tenía una textura rugosa, divertida. En la caja había tres rollitos y esa misma noche le exigí a papá que me los proyectara. Después de unos días me consideraron capaz de usarlo solo, quizá porque yo ya manejaba un Winco sin romper los frágiles discos de pasta. El Hollywood también se enchufaba, pero lo único eléctrico que tenía era la lámpara (llevaba una bombita casera común). El resto del aparato era muy simple y se movía con una manivela. Recuerdo muy bien las advertencias sobre los peligros del enchufe porque en algún momento puse el dedo muy a propósito donde no debía, para ver qué pasaba. El sacudón me dio un susto bárbaro, pero jamás lo confesé para que no me retaran por portarme como un tarado.

El Súper 8mm. llegó a casa unos tres años después. Era marca Eumig, mayormente blanco, resplandeciente, sonoro y además austríaco, según me contaron cuando pregunté por el águila temible que venía impresa en un ángulo. Todo eso humillaba a mi querido Hollywood y a su inofensiva etiqueta de “Casa América”, pero lo peor era que me estaba vedado. Sólo papá podía jugar con el Eumig.

2. Así que se hizo una costumbre familiar ver películas en Súper 8 todos los domingos y a veces en la semana, después de cenar. Lo primero que compró fue un corto de Los Tres Chiflados (se llamaba CREEPS y tenía una armadura que hablaba), un fragmento de LA PANDILLA DE CUPIDO MOTORIZADO y dos resúmenes de películas con Lee Marvin: LOS PROFESIONALES y CAT BALLOU. Los resúmenes eran “escenas selectas” y duraban alrededor de veinte minutos, aunque los había más breves. Todo venía en inglés pero a mí no me importaba nada. Una o dos veces por mes (más no porque era caro) papá agregaba un título a la incipiente colección: yo rompía con la uña el celofán que envolvía la caja que contenía la película y esa era la primera que veíamos la siguiente jornada, para luego volver a ver todos los otros. Ese ritual duró hasta que una tarde ya no alcanzó para repasar todo el repertorio y hubo que empezar a elegir. Un día llegó una copia de LA CALLE DELA PAZ de Chaplin y fue una revelación, pronto seguida de otras: CARLITOS BOMBERO, CARLITOS JEFE DE TIENDA, CARLITOS PATINADOR. Lo mismo pasó, casi al mismo tiempo, con OJO POR OJO de Laurel y Hardy. Vi tantas veces esas copias que aún hoy las conozco de memoria y al ver otra versión puedo notar  cuando falta o sobra una toma.

A veces, en general para los cumpleaños, papá alquilaba algo en lugar de comprarlo. Recuerdo un dibujo animado de SÚPERMAN, que luego supe era de los hermanos Fleischer, y un resumen de diez minutos de TIBURÓN, que entonces no llegamos a ver completo porque cuando el tiburón empieza a comerse a Robert Shaw me impresioné y papá tuvo que apagar la lámpara del proyector.

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Con el Eumig había llegado también una filmadora Chinon, así que las películas familiares también eran parte de nuestras funciones. Algunos sábados íbamos a las casas de fotografía donde se compraban los cartuchos de película virgen, que tenían siempre una vitrina con películas en venta o en alquiler. Vivíamos en Villa Martelli, así que íbamos a Belgrano o al Centro, pero en poco tiempo empezó a aparecer Súper 8 por todas partes.

3. Hacia 1979 tomé el poder. Papá cambió el primer Eumig por otro más sofisticado, que era dual: se le cambiaban los rodillos y las platinas y se podía ver 8mm. En términos generales era exactamente igual al otro, pero por algún motivo a este me dejaron manejarlo y me convertí en el terror de las reuniones familiares.Cuando cumplí once años insistí en alquilar un episodio de DOS TIPOS AUDACES,serie con Tony Curtis y Roger Moore de la que yo era muy fan. Era un capítulo completo, en tres rollos, con la novedad de que se podía ver en colores cuando la TV era aún en blanco y negro. Fui el único de la fiesta al que no le importó que la copia estuviera doblada al italiano.

En esa fecha empecé a filmar películas con mis amigos de la escuela. La primera se llamó EL RAPTO: secuestraban a mi hermana y yo la salvaba. Luego hubo muchas más, incluyendo algo de stop-motion, influido por el programa de TV CINECLUB INFANTIL, que conducía Víctor Iturralde. En ocho años de producción frenética hice unos sesenta cortos y me divertí mucho, pero también fui descubriendo que me gustaban mucho más las películas de los otros.

Más o menos en esa fecha papá compró un resumen de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS, el primero que vino doblado al castellano. Mejor dicho, al español. A esa altura el Súper 8 era un boom nacional y por todas partes había locales con abundante material en alquiler, igual que los futuros videoclubes. Los catálogos tenían dibujos animados, resúmenes, cómicas (en general mudas) y hasta largometrajes completos. Empecé a considerar que los mejores resúmenes eran los de la Universal 8 (que antes se llamaba Castle Films) y los peores los de Ken Films (que distribuían material Fox). LA GUERRA DE LAS GALAXIAS (que era Fox) no se entendía nada si uno no la había visto en el cine. En cambio RETO A MUERTE de Spielberg parecía durar realmente veinte minutos.

peliculas-super-8-de-3-y-4-bobde-120-mtrsdestgeneros-13663-MLA3229220134_102012-OLa última película que papá compró en Súper 8 fue TEMPLE DE ACERO con John Wayne, en tres rollos, de una empresa que se llamaba Marketing Films y distribuía material Paramount. Eran carísimas pero se alquilaban mucho, porque tenían títulos irresistibles, como EL BEBÉ DE ROSEMARY, los dos PADRINOS, PARA ATRAPAR AL LADRÓN, LA GUERRA DE LOS MUNDOS, ÉRASE UNA VEZ EN EL OESTE. Todo en español de España, que comenzaba a molestarme un poco. A esa altura mis padres habían establecido lo que llamaban “el estipendio”: me daban un pequeño monto semanal a cambio de lavar los platos y hacer las compras. La nueva independencia económica me llenó de audacia y comencé a viajar solo al centro para evaluar mis posibilidades adquisitivas. Pronto comprobé que casi todo estaba fuera de mi alcance, salvo las películas mudas usadas, así que comencé a comprar cortometrajes de Chaplin que no tenía. En la biblioteca de papá había un par de libros sobre Chaplin, uno en inglés y otro en castellano, así que yo podía tildarlos cortos que compraba, además de aprender a identificarlos por los títulos originales, combinando la información de los dos libros.

4. El boom del Súper 8 seguramente fue la consecuencia más curiosa de la política económica de Martínez de Hoz, porque prácticamente todo el material era importado y  gran parte venía de la España del destape. El Súper 8 no pasaba por la censura por lo que uno podía alquilar una copia de CRÍA CUERVOS y verlo a Héctor Alterio, cuyo personaje había sido cortado de las copias de estreno en salas. No había pornografía, que era ilegal, pero abundaban los títulos picarescos y los desnudos que no llegaban al cine comercial. Ese mundo me era ajeno, por supuesto, pero sé que las primeras tetas que vi en mi vida fueron las de Ursula Andress en la caja de la película URSULA CALIBRE 38, exhibida en la vitrina de un local de fotografía de la calle Laprida, junto a un largometraje de Abbott y Costello y un episodio de MAZINGER Z.

De hecho, me volví fan de MAZINGER Z gracias al Súper 8, porque algunos capítulos de esa serie llegaron, vía España, antes de que la empezara a pasar Canal 9 en 1981.Ese mismo año me sacaron de la escuela pública, que era felizmente mixta, para mandarme a un detestable colegio de curas en Villa Urquiza. En ese contexto desgraciado el Súper 8 se volvió más importante que nunca. Los pocos amigos que aún conservo de esa época son los dos o tres que compartieron conmigo infinidad de filmaciones, proyecciones y excursiones al centro para comprar películas.

Hacia 1982 descubrí un local en Tucumán y Montevideo que tenía mucho material usado y del que me volví asiduo porque de algún modo renovaba su stock con bastante frecuencia y aparecían las cosas que yo más quería ver. Para entonces me había devorado la enciclopedia del cine Salvat en fascículos y los libros de cine de la biblioteca de papá, así que me consideraba más o menos informado y por eso me sorprendió ese local, donde no sólo había cortos de Chaplin (que en ese entonces eran moneda corriente) sino cosas más difíciles, como películas de Harold Lloyd, Larry Semon y hasta Max Linder, el primer gran cómico de la historia del cine. Nunca supe cómo se llamaba el tipo que lo atendía pero con mis amigos lo bautizamos “El Risueño” por su permanente buena onda. Gracias a El Risueño vi por primera vez EL ACORAZADO POTEMKIN, en una copia de 8mm. que le compré una tarde de 1983. Eisenstein también había escapado de la censura militar por vía del formato reducido.

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5. A partir de 1985 empecé a trabajar en el verano como cadete, con el único fin de comprar más películas. Había empezado a refinar la colección, lo que implicaba por ejemplo mirar con creciente desprecio los resúmenes y aspirar a la totalidad,que era más cara y difícil de conseguir. Ya tenía un proyector de 16mm. sonoro y había comenzado a buscar películas en ese formato, en general a través de la revista Segundamano. Pero el Súper 8 seguía siendo fundamental para encontrar películas mudas, un mundo aparte que me entusiasmaba cada vez más. Con mi amigo Javier Perpignan descubrimos los largometrajes de Chaplin (EL CIRCO, LUCES DE LA CIUDAD, TIEMPOS MODERNOS), que por el costo sólo podíamos alquilar, y recuerdo que hicimos proyecciones con público en lugares que hoy se me hacen insólitos, como una parroquia de la calle Cereti a la que llegamos por recomendación de un tío mío. Me volví habitué de un local ubicado en la esquina de Maure y Guevara, en Chacarita, porque vendían película virgen y tenían muy buenos títulos en alquiler.  Javier y yo vimos por primera vez a los Beatles, que nos fanatizaban, porque en ese local tenían una edición del recital en el Shea Stadium.

En 1986 mi colección dio un salto cualitativo tremendo cuando, por medio de un vecino, conocí a Enrique Bouchard que era una especie de Tartufo de los coleccionistas. El tipo tenía un discurso erudito y una vasta colección de cine mudo pero era esencialmente un comerciante voraz. Estaba asociado con un técnico virtuoso llamado Fernando Vigévano, que había armado un laboratorio en su propia casa y era capaz de reducir copias antiguas de 35mm. a 16mm. o a Súper 8, con gran calidad. Esa práctica era la más utilizada por cinematecas, cineclubes y coleccionistas en el pasado para rescatar películas históricas porque los costos de los laboratorios profesionales eran prohibitivos. Bouchard había acumulado un impresionante catálogo de rarezas mudas y vendía las copias que hacía Vigévano, tanto a coleccionistas locales como extranjeros, a los que llegaba con avisos en revistas para especialistas. La empresa ya había pasado su mejor momento pero aún funcionaba, así que gasté hasta lo que no tenía para adquirir copias, empezando por los largometrajes de Buster Keaton que en esos años eran inconseguibles. Todo era carísimo, por supuesto.

6. Con Fabio Manes, a quien conocí en la escuela del Instituto de Cine en 1987, solíamos creer que desde un lugar remoto como Buenos Aires sería imposible acceder a lo que él llamaba “la aristocracia del coleccionismo”. El aristócrata era el que podía comprar las copias que editaba la empresa norteamericana Blackhawk, que se especializaba en vender rarísimos títulos mudos con una calidad fotográfica asombrosa. La distancia y los costos volvían esas copias inaccesibles para nosotros, salvo de carambola, a través de otro coleccionista mayor. También sabíamos que en Londres existía una empresa llamada Derann, que editaba largometrajes clásicos y modernos con la máxima calidad que el Súper 8 ha visto. De vez en cuando caía algún catálogo Derann en nuestras manos pero sólo podíamos recorrerlo con envidia y rencor. En 1993 viajé a Londres y traté de comprar algo de Derann pero las libras que tenía no me alcanzaban ni para un trailer de James Bond usado. En cambio hice un larguísimo periplo en subte hasta un local en las afueras de la ciudad, donde un anciano, que era la encarnación británica de El Risueño, me vendió una copia en Súper 8 de EL RENGO DE NUEVA ORLEANS con Lon Chaney.

la-pandilla-de-cupido-motorizado-love-bug-super-8mm-3318-MLM4160186045_042013-FPoco a poco el nuevo apogeo del video terminó con la distribución comercial de Súper 8.Durante varios años me ocupé muy poco del formato, en parte porque no se conseguía nada interesante y en parte porque tardé bastante en adquirir un proyector decente. Después del Eumig dual de mi papá tuve dos aparatos marca Elmo, pero al primero lo reventé durante mis años de cineasta amateur y el segundo se fundió tras infinitas proyecciones en diversos lugares, desde un cineclub anarquista llamado Claridad (sobre el final de la Avenida Córdoba), hasta el legendario Club de Cine de Octavio Fabiano (sótano de la galería Taurus, Sarmiento entre Libertad y Talcahuano). La sequía de material en Súper 8 duró más o menos hasta el 2000, cuando Manes me llamó desde Córdoba en estado de éxtasis porque había encontrado una persona que tenía cientos de largometrajes y quería venderlos. Le compramos las cosas más absurdas, desde films con Edwige Fenech hasta NEW YORK, NEW YORK de Scorsese, pasando por rarezas entonces inconseguibles como los westerns HOMBRES O BESTIAS de John Sturges o POR LA PATRIA de Budd Boetticher. Compramos nuevos proyectores (marca Yelco) y los hicimos pomada durante el largo y feliz proceso de ver todo ese material.

Creo que recién alcanzamos el Nirvana del Súper 8 a partir de 2004, gracias a sitios de subastas como Ebay, donde fue posible entrar en contacto con coleccionistas del mundo entero y así tener acceso, finalmente, a todo lo que nos había estado vedado durante años, incluyendo algunas copias Derann (compré BEN-HUR y LA DANZA DE LOS VAMPIROS ¡en stereo y Cinemascope!), decenas de películas mudas de Blackhawk y hasta un proyector Elmo 1200 que viene a ser algo así como el Príncipe de los Proyectores. Ahora podemos decir que nos rozamos con la aristocracia.

En una edición de la Feria del Vinilo un vendedor bastante cínico me hizo una interpretación casi freudiana del coleccionista: “Estos tipos tienen un trauma”-me dijo señalando potenciales clientes que revolvían sus bateas con frenesí- “la vieron siempre de afuera cuando eran chicos. Ahora que pueden, quieren llevarse todo lo que no tuvieron”. No sé si es exactamente así, porque mi niñez estuvo llena de Súper 8, pero algo de eso hay. Algo infantil que perdura y empuja.

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