Es probable que en algún momento no determinado de, supongo yo, finales de la década del 60, Robert Duvall haya tomado la decisión de no ser una estrella de cine, como sí lo hicieron algunos de sus compañeros de generación como Nicholson, Hoffman, Pacino o, un poco después, De Niro, todos actores muy tentados de pulsar una cuerda de intensidad muy latente y notoria.

Ese debe haber sido uno de los motivos que decidieron a Coppola para establecer que Duvall no era el indicado para ser uno de los hijos biológicos de Corleone (el estilo sobrio y asordinado de Robert no concuerda con la figura de un héroe de guerra como Michael, ni con el espíritu colérico e irreflexivo de Santino y mucho menos con el catálogo de defectos que exhibe Fredo), pero a la vez, que esa sobriedad era perfecta para ponerle el Cuerpo y el Alma a Tom Hagen, el hijo adoptivo, el niño «germano irlandés» que «Sonny halló en la calle» y  que maneja los delicados asuntos familiares discretamente y en las sombras. Un rostro neutro.

Tan discreta es su forma y su presencia, que la primera aparición de Tom Hagen en El Padrino es de espaldas a la cámara, en diagonal al escritorio donde Vito Corleone juega con un gatito mientras escucha las desdichas de su compadre Bonasera.

Tom Hagen es un hombre en apariencia frío e inexpresivo, pero su rostro resplandece de felicidad al reencontrarse con Michael en el casamiento de Connie (pasan los años y las visiones y sigue costando creer que esa fiesta de casamiento no sea «real»), y se permitirá la risa cuando Corleone imite el gimoteo de su ahijado o cuando escuche divertido a Sonny cogiendo puerta de por medio. Pero esos matices amables y extremadamente profesionales también albergan una mente brillante y un costado feroz que puede expresarse tanto en frases que son como puñaladas («él -por Corleone- nunca pide un segundo favor cuando le niegan el primero, ¿comprendido?»), como en acciones brutales como el «obsequio» que deja en la cama de Woltz después de mostrarse imperturbable ante sus insultos. Y cuando todavía resuenan los alaridos en el silencio y la quietud del amanecer, Corleone le pregunta si está cansado y él contesta: «No, dormí en el avión»: el temple y la dureza adquiridas en las reciedumbres de la orfandad y el abandono.

Esa dureza tiene un solo resquicio de debilidad: Michael. Lo único parecido o cercano a un quiebre emocional es cuando Michael le dice: «Tom, tú eres mi hermano». Y él le responde: «siempre quise que me consideraras tu hermano, un verdadero hermano».

Fuera de esto, Tom será siempre una presencia oblicua, lateral, indirecta. Y hay una intención casi obsesiva de Coppola en mostrarlo así: de costado pero tomado desde atrás después del asesinato de Sonny, o directamente de espaldas o en las sombras durante el velatorio de Mamá Corleone (uno de los más extraordinarios momentos de toda la saga).

De todas maneras, lo que define su rol clave de negociador en esta película río que es El Padrino, sucede en la magistral escena de la charla con Pentangeli en la base militar donde está detenido (un prodigio de puesta de escena: cuando hablan de la guerra o de la historia, pasan por detrás de un soldado; cuando hablan del pasado, detienen sus pasos; y cuando hablan del presente, caminan): toda su sabiduría, su calma y su frialdad se mantienen hasta lograr un «buen acuerdo», que se resuelve con un apretón de manos y un cigarro arrojado al piso. 

El Padrino es una de las obras magnas del cine de todos los tiempos, con sus amores, odios, traiciones, muertes, venganzas y lealtades. Es la obra de un Artista extraordinario que filmó hace cincuenta años esto que le agradeceremos siempre. Es una película cuyo corazón late cada vez más fuerte. Y entre medio de esos latidos intensos, sanguíneos, violentos, siempre estará el Tom Hagen de Duvall, el hombre que piensa, concilia, negocia y que es, en muchas escenas, una silueta dibujada entre las sombras, una presencia fundamental… y apenas perceptible.

El padrino (The Godfather; Estados Unidos, 1972). Dirección: Francis Ford Coppola. Guion: Francis Ford Coppola y Mario Puzo (basado en la novela homónima del escritor). Fotografía: Gordon Willis. Música: Nino Rota. Reparto: Marlon Brando, Al Pacino, James Caan, Robert Duvall, Diane Keaton, John Cazale, Talia Shire, Richard S. Castellano, Sterling Hayden, Gianni Russo, Rudy Bond, John Marley, Richard Conte, entre otros. Duración: 175 minutos.

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