Es bien sabido que una de las cualidades que define al cine de Alonso, que los ansiosos o los habitúes a modelos narrativos legitimados confunden por estatismo, es el decir mucho con muy poco. Sus imágenes, que parecen simples aunque cuenten con un gran trabajo de composición (tanto estética como conceptual), terminan siendo un fiel espejo del mundo contemporáneo, porque lo que provocan en el espectador (guste éste de su cine o no) es una sensación introspectiva, y esas imágenes-espejo terminan por reflejar al individuo que se expone ante ellas para hacerlo dudar de sus propias convenciones interiores e ideas preconcebidas ante lo observado. Alonso construye una realidad puramente simbólica que pone en marcha al cerebro y lo hace trabajar, para así intentar darle sentido a su realismo surrealista.
Con sus conceptos e ideas ya maduros después de un buen puñado de interesantes películas-espejo, el director se atrevió a abrazar del todo el lado más intrínsecamente surrealista del asunto y el resultado fue ese western delirado con fuerte trasfondo histórico (aunque la película pareciera operar fuera del tiempo) que es Jauja. Al igual que en Los muertos (película seminal del cine de Alonso, con la cual también comparte el simbolismo con los juguetes para denotar lo arbitrario del paso del tiempo y las convenciones que rigen la madurez o el infantilismo visceral) el motor de la acción está en la desesperada búsqueda de un padre (Viggo Mortensen) tras su hija (Viilbork Malling Agger), que en un principio desaparece por elección propia pero luego se da entender que es secuestrada por los aborígenes de la región en reacción a la atroz Conquista del Desierto de la que el personaje de Mortensen es parte, hecho que la emparenta directamente con Más corazón que odio de John Ford (película que Alonso asegura no haber visto), a pesar de que el guionista Fabián Casas dice haberse basado menos en la de Ford que en Mad Max de George Miller, película que también transcurre en un espacio sin tiempo y cuyo motor también es una búsqueda última (ésta de venganza) que la emparenta con el western más clásico.
De esta manera, Alonso nos presenta una Patagonia onírica donde cada paso que el capitán danés da se vuelve un paso en falso, ya que sus intenciones no son las correctas; su búsqueda visceral no es la de su hija, sino la de lo que su hija representa para él y la del control (en realidad el confort que la ilusión del control le generaba) que ejercía sobre ella como único eslabón que lo une con su trágico pasado en Dinamarca, lugar del que se exilia por honor y cuya nostalgia nunca lo abandona del todo. Cierta noche, después de largos días de caminata por el desierto sin agua ni comida, el capitán se deja caer bajo un cielo estrellado, que en un segundo se nubla y se vuelve oscuridad. Así es como Alonso da muerte a su personaje de forma simbólica, dando a entender que desde ese punto en adelante, cualquier sensación de realidad o verosimilitud es pura conicidencia. Lo que viene después es la hermosa etapa final del viaje, o etapa inicial de un viaje ultraterreno, donde nada es lo que parece, o en realidad todo es lo que parece, pero el protagonista tarda en caer en la cuenta de sus propios conceptos erróneos que lo alejan de la verdad.
Un pasaje final, inesperado y potente, resignifica las imágenes aún más, y plantea una nueva duda que se vuelve certeza: la única certeza que existe en el Universo es la de la incertidumbre, y Jauja no es tan solo una película, sino que es todas las películas posibles; Jauja es otro espejo, pulido en el centro y corroído en los bordes; Jauja es lo que el espectador quiera que sea, desde un sueño epifánico hasta una pesadilla perfecta. Es un paradigma del mundo desde lo más pequeño; una sinécdoque. Es lo creativo y lo receptivo en frágil armonía. Es la arena que se transforma en vidrio, que se transforma en espejo.
Aquí puede leerse un texto de Gustavo F. Gros sobre Lisandro Alonso y Jauja.
Jauja (Argentina/ Dinamarca/ Francia/ México/ EE.UU./ Alemania/ Brasil/ Holanda, 2014) de Lisandro Alonso, con Viggo Mortense, Ilse Hughan, Viilbork Malling Agger, Andy Kleinman, Sylvie Pialat. Jaime Romandia, Helle Ulsteen,108′.
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Pffff
Muy muy muy berreta la nota. Todas las expresiones de manual para hacerse el profundo que ve lo que las mentes simples no ven. Encima pretendés definir y ordenar la esencia de toda la obra de Alonso como si vos mismo estuvieras escribiendo un manualcito, legitimado por quién sabe qué.
Bardeás a los espectadores y cineastas a los que no les gustan las pelis de Lisandro Alonso tildándolos de ansiosos, habituados y confundidos, y le lamés el culo a él hasta el punto de convertirlo en un Copérnico del Cine.
Patético el posturismo de los «críticos» argentinos mediocres con Alonso y con otras garchas como las pelis de Ortega, Perrone o Llinás,
Lamentablemente también los críticos importantes de acá y del mundo, cuyos artículos sí tienen consecuencias en el devenir del Cine, convierten a este tipo de bodrios inexpresivos como Jauja en algo sagrado y de ese modo le hacen mucho daño a la difusión del cine independiente.
Una nota muy El Amante, Escuela de Onanistas Snobs
Querido profesor,
Por un lado, en ningún momento pretendo darme aires de superioridad ni «bardear» a los espectadores (mucho menos a los cineastas, ¿dónde dije eso?) por no apreciar el cine de Alonso; el comentario fue inspirado al ver espectadores abandonar la sala antes de que la película termine o distraerse con aparatejos electrónicos durante la misma, sin darle la chance a sus mentes de trabajar o siquiera procesar lo proyectado, negando así toda posibilidad de un razonamiento crítico al respecto. Entiendo y respeto los argumentos del anti-alonsismo militante (el término no es mío), pero para formularlos hay que por lo menos prestarle atención a la pantalla. Por otro, si tanto le perjudica a su ego leer opiniones que no concuerden con la suya o que interfieren con su propio onanismo (rasgo inherente del ser humano que al rechazarlo usted parece abrazar), lo invito a leer los hermosos textos de Vieytes y Pagés al respecto de la película, que expresan ideas similares con construcciones menos «berretas» que las suyas.
Saludos a Pucho y Serrucho.
¡Paz!
Sr. Martínez,
en tu nota nunca hablaste de espectadores que abandonan la sala o se abocan al WhatsApp en ella. Sino que trazaste una dicotomía entre «los ansiosos o los habitúes a modelos narrativos legitimados, que confunden al Cine de Alonso con estatismo», y aquellos que saben contemplar las maravillosas virtudes del «cine-espejo» transformador de Alonso.
Además, jamás hablaste de espectadores, por ende tu dicotomía se aplica también a los cineastas que no gustan de la obra de Alonso.
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Las piezas audiovisuales de Lisandro Alonso no cuentan una historia, y da igual verlas de principio a fin, ver solo un fragmento del medio, o verlas cortadas en pedacitos reordenados azarosamente. Por ende no son Cine, son Videoarte. Que las ponga en un loop y las exponga en el MoMA.
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Y eludiste un tema clave: no podés negar que existe una postura rígida de los críticos de «descubrir» y santificar a quellos nuevos «auteurs» que son sublimes de un modo que el espectador no es capaz de apreciar. Y usualmente lo hacen sin tener en cuenta en absoluto la opinión que los cineastas de trayectoria tienen de ese nuevo cineasta. Los críticos del Mundo a lo largo de las décadas ungieron a cientos de Alonsos que hoy nadie recuerda y que no inspiran a ningún nuevo cineasta en su formación. ¿Subiela te suena?
Saludos
P.D.: La mastrubación es sana y bella. El onanismo, en cambio, es una vida dedicada a la masturbación. Y militar con arrogancia y narcisismo en favor de las películas aburridas que no emocionan es onanismo intelectual.