
Por definición, el todo es lo que no se puede abarcar. Hay una imposibilidad manifiesta que se resigna, en todo caso, a parcialidades que se designan con el mismo término. Siempre, evidentemente hay algo más, siempre quedan espacios que no pueden cubrirse. En la vida de una persona, esa totalidad que puede ser cada día, queda atravesada por las horas de sueño que no registran el transcurrir de esa vida.
El principio por el que parece regirse Partes del todo reside allí en lo que el título propone como dinámica. El todo aparece planteado desde la aparente necesidad -o compulsión- del personaje de registrar todo momento de su vida con una cámara. La cámara se transforma entonces, en una extensión continua de sus ojos: no hay disociación con la mirada en tanto el cuerpo de quien mira nunca aparece en su totalidad del otro lado de la cámara. Su voz está siempre detrás. Alguna parte de su cuerpo puede verse fugazmente en cámara; incluso hay alguna escena en la que filma su propia sombra, como si filmara a un doble, o como si comprendiera que esa es la única visión que puede tener de sí mismo.
Las partes provienen del recorte, de la selección de esos momentos que se van articulando en el montaje, como un patchwork despreocupado de tender relaciones de armonía visual. Un entramado que reniega de la construcción de una narrativa interna –quizás por eso llama la atención que el momento en que Camila Fabbri detalla una serie de escenas de un posible guion, sea tan extensa- y que antes que confiar en la dispersión, prefiere trabajar sobre la idea de retazos. La ausencia de la narrativa conlleva, como consecuencia directa, la suspensión de lo temporal. Si bien una serie de carteles –no más de 6- se suceden marcando lo que podría ser un recorte de un mes específico, la ausencia de la especificación del año –solo en algunas escenas puede intuirse ya sea por la presencia de personajes públicos de la política o la cobertura de algún hecho puntual- y las elipsis que se presuponen entre cada bloque, anulan la percepción de la progresividad.
En el interior, el único material que podría restaurar esa forma cronológica de lo narrativo, es la relación entre Juan y Camila. Pero, aun cuando en ella se plantea el avance que lleva hacia la ruptura, la puesta en segundo plano y la decisión de dejar fuera cualquier elemento que funcione como posible motor de la separación, rompen con toda posibilidad de convertirse en un objeto narrable. En todo caso, lo que se observa es otro elemento: si en el comienzo la mirada de la cámara más que personal se convierte en compartida –las voces de uno y otra circulan en la banda sonora, pero están ambas fuera del cuadro-, más adelante Juan comenzará a filmar a Camila. En alguna de esas escenas, se advierte el germen de algo que podría convertirse en una escena de una película, en tanto le da indicaciones, la dirige de alguna manera. Pero en otras, esa forma de relación entre el delante y el detrás de la cámara, va corriéndose: la mirada y el objeto de la mirada empiezan a tomar distancias, al principio mínimas, luego más perceptibles –hay una escena en la que Juan intenta retomar el control pidiéndole que camine más cerca de la cámara- y finalmente más distantes –como cuando la filma con un evidente zoom sentada en las escalinatas en Mar del Plata-. Esa distancia se convierte finalmente en ausencia marcada por un texto escrito en una libreta antes de un nuevo viaje y se resuelve poco después en un video con un texto sobreimpreso que hace todo lo posible por mantener fuera del espacio narrativo a esa relación.
En todo caso, lo que subsiste en Partes del todo es la sucesión de hechos, de lugares y tiempos que insisten en quebrar toda relación posible entre sí. Como un álbum de fotos incompleto, la película se abre al espectador potenciando a la vez, tanto esos fragmentos elegidos como aquello que se omite, desafiando la posibilidad de trabajar sobre la interpretación. Ese devenir de imágenes, que puede pensarse casi al borde de lo experimental, logra mixturar elementos de la intimidad con el trabajo, los viajes de descanso y los que funcionaban como parte de lo laboral. Pero en unos y otros, lo que se sigue advirtiendo es un corrimiento de la mirada, una insistencia por mirar más allá de lo que supuestamente parecía importante de la escena. En un acto partidario, mientras de fondo se escucha la Marcha Peronista en ritmo de cumbia, la cámara enfoca el movimiento de la grúa que porta la cámara que se mueve sobre el público. En el preparativo de las comparsas para el desfile de carnaval, la cámara prefiere buscar los rostros de la gente que las observa. En la marcha en la que comienza a atisbarse la represión policial, se concentra en la forma en que los manifestantes buscan y llevan objetos que puedan servir como barricada. En plena selva y bajo la lluvia, prefiere filmar a un cerdo que lo observa casi con la misma curiosidad con que la cámara se detiene largamente en él. Allí es donde se evidencia que mirar implica una exploración de eso otro que alguien podría tentarse de declarar como material de descarte. Pero que en el contexto de Partes del todo recupera su valor como hecho, y fundamentalmente, como parte de la mirada personal.
Partes del todo (Argentina, 2023). Dirección: Juan Renau. Guion: Agustín Godoy. Fotografía: Juan Renau. Edición: Eugenia Campos Guevara. Duración: 70 minutos.
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