No es casual que Llamen a Joe (Hernán Siseles, 2023) comience con los entrevistados recalcando que no había otro abogado como Joe Stefanolo. La referencia rocker para recalcar que era un par –un lejano parecido con Frank Zappa o con los miembros de ZZ Top- puede relacionarse con la percepción de quien no pertenece a esa subcultura: no había, al menos en la época en que apareció, abogados con pelo largo. Esa imagen lo convirtió, tal vez a su pesar, en un personaje, especialmente desde que empezó a hacerse presente en la televisión a partir de casos relacionados con la escena del rock y con las drogas (algo de eso puede atisbarse en la recuperación de archivos que hace el documental, como su participación en el programa Hora Clave). Pero esa exposición hizo que el personaje dividiera las aguas: esencial para la escena rock de las últimas cuatro décadas, esa ligazón fue la que generó desconfianza en los sectores medios alimentados por la prédica televisiva alrededor de las drogas.

Llamen a Joe es el primer intento por desarmar esa mirada y reconstruir al personaje en otra dimensión. Lo hace renunciando a los principios rectores del documental biográfico estandarizado: aquí no hay referencias a la infancia ni a los motivos que lo llevaron a estudiar abogacía ni a su familia. Le basta deslizar unos pocos detalles sin subrayar -la discoteca de su casa, las escenas con su esposa, las charlas en el estudio-, para comprender que el eje está en ese espacio en que el abogado Stefanolo, ese que aún con sus pelos largos insiste en que “la corbata siempre tiene que estar acomodada”, se convierte en Joe.

Pero también renuncia explícitamente al documental de entrevista que tiende a revelar desde la palabra del sujeto su concepción del mundo. Consciente de las consignas simples que guían su trabajo, las reduce a su mínima expresión y las toma, antes que del propio Joe, de quienes lo rodean. Son ellos los que plantean que Joe “siempre está”, los que describen el estudio de Joe como una especie de Babel en la que pueden convivir, en la sala de espera, un músico, un empresario y la madre de una víctima de la violencia del estado. Tal vez porque la máxima del trabajo sea, como lo enuncia Rodolfo Yanzón, algo que va más allá de la confianza que genera en la gente, que es el escuchar a todos, que “nadie se quede sin tu ayuda”.

Despejado -y despojado- de esos elementos que tienden a la autocelebración del personaje, Llamen a Joe sintetiza su búsqueda con la puesta en sucesión, como mojones imprescindibles, de los casos más recordados y resonantes en los que intervino. Una cadena de hechos que justificó no solamente aquel apodo que le impusieron –“el abogado del rock”-, sino que lo convirtió en una referencia ineludible en la lucha por la despenalización de las drogas. Es así que el documental recupera la detención y condena a Gustavo Bazterrica en la segunda mitad de la década del ochenta, su defensa de Los Violadores, Turf o Pipo Cipollatti en episodios en los que les plantaron drogas, o los más mediáticos procesos por supuesta apología de las drogas contra Andy Chango y Andrés Calamaro. Pero también recupera y potencia acciones menos recordadas como su participación en el armado del recital de rock en la cárcel de Olmos en 1993.

Por otro lado, el recorrido que traza excede al personaje, en tanto a partir de él construye un retrato de época en el que entran en juego no solo el rock nacional, sino la perspectiva social sobre el tema de las drogas y la potencia del discurso periodístico y político -ambos de características conservadoras- alineados con la política anti-drogas impulsada desde los Estados Unidos. Desde esa perspectiva, Llamen a Joe se retrotrae varias décadas para pensar esa casuística desde el absurdo que implica su visión retrospectiva, pero sin renunciar a la puesta en pantalla del peso que tenían en su momento. El absurdo que se instala ya en la conclusión de los sobreseimientos de todos los involucrados, se completa con los detalles -tanto el contexto en el que se formula la famosa frase de Calamaro en La Plata como el evidente delirio de quienes confunden el polvo para hacer humo en un escenario con cocaína en un recital de Los Violadores-. Pero su puesta en perspectiva histórica los potencia: aquellas causas se vislumbran iniciadas desde lo insignificante y como producto de mentalidades perimidas. Y en ese mismo punto, justamente por la insignificancia que revisten desde el presente, se vuelven reveladores de un recorrido que fue estableciendo, más que una jurisprudencia -que también lo hizo- los avances que se fueron dando en la percepción social respecto del rock y de la relación con las drogas.

Llamen a Joe se vuelve entonces sobre su objeto para transformarlo. Si la frase fue, durante el pasado, contraseña entre músicos y productores cada vez que había un problema con la institución policial -y/o judicial- hoy parece convertirse, merced al documental, en un llamamiento para entender el pasado y comprender, de qué manera la lucha desde la legalidad más estricta puede lograr que se eviten condenas injustas. Pero sobre todo que desde allí se puede pensar en transformar leyes y hacer del mundo un espacio un poco más humano. Como una señal de los cambios que ha traído el tiempo, hoy un abogado como Stafanolo ya no asombra. Y aunque la lucha por la legalización de las drogas continúa –como da cuenta el discurso en el acto en que participa frente al Congreso de la Nación- aquellos cargos pueden verse hoy como parte de un pasado que quedó definitivamente atrás.

Llamen a Joe (Argentina, 2023). Guion y dirección: Hernán Siseles. Fotografía: Pablo Parra. Edición: Manuel Margulis. Duración: 70 minutos.

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