Ese Uno llamado Patria. Lo que no se piensa se naturaliza. Cuando no se problematiza el concepto de Patria, ésta cautiva, supuestamente contiene, asigna una identidad y hace sentir beneficiarios naturales a quienes habitan su suelo: un Algo superior está dado. Es entonces cuando el Estado se asigna la representación de eso que cautiva. Uno de los ejemplos bisagra de la Historia se da durante los primeros años del siglo XX en el epicentro del Viejo Mundo, con una modalidad inaugural: los países en conflicto durante la Gran Guerra incorporan población civil a las filas de sus ejércitos. En el Estado británico, a modo de potenciar ese sentimiento patriótico instalado en la media poblacional, se lanza un aparato de propaganda para incitar a sus jóvenes a la lucha en el frente. El Comité de Reclutamiento Parlamentario edita para tal fin una serie de afiches con dibujos de amigables soldados “invitando” a la guerra. El más emblemático hasta hoy lo es no solo por su ilustración sino por la frase que la acompaña, que resuena hasta hoy: es el dibujo de un hombre formal de edad media sentado en un sillón mientras esquiva la mirada de su hija, sentada en el regazo. Al pie del sillón, otro niño jugando a los soldaditos. La frase que se lee en la parte inferior del poster es: “Daddy, what did YOU do in the Great War?” (¿Qué hiciste TÚ en la Gran Guerra, papá?). Un contundente y manipulador llamado a las filas de combate a partir del sentimiento de culpa. En los primeros minutos del valioso documental de Peter Jackson Jamás llegarán a viejos, dicho afiche se apodera del cuadro cinematográfico como otras ilustraciones con la misma intención, desfilando por esos primeros momentos de la película en fundido con imágenes del reclutamiento, la arenga desde un mitin, o la instancia de revisación médica. Un concepto de pueblo unificado va de suyo y se expresa sobre todo en otro de los afiches, en este caso mostrando una fila militar, y al final de la cola civiles de diversas ocupaciones y oficios. La leyenda que acompaña el dibujo es “Step into your place” (Entra en tu lugar). Desde las filas adversarias, una imagen similar es rescatada por Harun Farocki en otro documental, Trabajadores saliendo de la fábrica (2006). Farocki también rescata imágenes de antaño, como la de una cámara que filma en la Berlín de veinte años más tarde – todavía período de entreguerras – a empleados de la fábrica Siemens en su salida, en el momento en que se unen a una manifestación nazi, conformando una única fila. Farocki reflexiona en off: “Imagen de la militarización de la ciencia y la técnica: visión anticipada de lo peor”. Dos documentales, cada uno exponiendo una nación enemiga de la otra en ambas guerras mundiales, pero con la misma identificación con sus respectivos ejércitos y la misma idea de pueblo. En el trabajo de Jackson, el problema – del cual no parece dar cuenta la mirada del propio director, dado el sentido épico con que cierra el documental – es el escasísimo discernimiento, o conciencia política del contexto político de entonces por parte de los reclutados. Algunos testimonios blanquean su crianza desde un sentido de superioridad: “Se nos educó creyendo que un inglés valía por diez alemanes”. O cierto sentido patriótico desde una totalización simplista del Imperio: “Para mí, todo enemigo de Inglaterra era mi enemigo, y allí quería estar”. Pero el patriotismo como alienación puede ser más contundente: “En aquellos días los hombres no tenían que pensar por sí mismos. Solo tenían que hacer lo que se les mandaba, y nada más.”, o “A todos se nos había inculcado la idea de que estábamos en guerra y que había que matar alemanes: así veíamos las cosas”. La respuesta, siempre provisoria, sobre si aquella ausencia de pregunta se modificó en quienes sobrevivieron se encuentra en los testimonios finales que expresan que volverían a la guerra.
El fin del anonimato. Jamás llegarán aviejos es lineal en su estructura: arranca con los reclutamientos y finaliza con el fin de la guerra y el regreso de los enrolados, no héroes sino anónimos. Una sensación de anonimato primero desde el estupor y luego como enorme frustración para quien experimentó las peores experiencias que puede soportar un cuerpo, sin ser luego reconocido siquiera por sus vecinos. Antes, ser uno más no representaba un problema; desde ahora, el cuerpo quedó marcado para siempre, por una guerra que en casi ningún aspecto le pertenece. La película de Jackson, en tal sentido es un acto de visibilización de esos soldados desconocidos. Tarde, pero algo. La selección es de audios, propiedad de la BBC, y de imágenes que originariamente formaban parte del Museo Imperial de Guerra Británico. Durante décadas ese material se confinó a esos mundos acotados: voces tan perdidas como las imágenes, fragmentos de subjetividad que solo serían consultados por quienes se interesarían personalmente por el material. Peter Jackson transforma ese confinamiento en cine, abre al mundo a aquellos reclutados sin actitudes destacables, o de valentía forzada por el atropellamiento de un hecho traumático tras otro, o con historial de arrojo. Entre estos últimos se encuentra uno a quien el director dedica la película en primer término: su abuelo, el entonces joven William Jackson de destacadísima labor en el frente y premiado con posterioridad.
El documental es un trabajo, entre otros, por encargo del gobierno británico en el marco de un programa cultural conmemorando los cien años del armisticio que puso fin a la contienda. Aspecto que no devalúa en absoluto un notable montaje entre imágenes de archivo de la guerra y testimonios en off de sobrevivientes de entre cuarenta y cincuenta años más tarde. Y con dos intervenciones visuales y sonoras que añaden el toque contemporáneo: el añadido del color y el sonido de cañones, bombas, armas de mano y reproducción de diversos sonidos que amplían el marco envolvente de un contexto hostil y opresivo.
Marchas. La película abre con el encuadre de una imagen en blanco y negro, en donde se decidió ubicar la cámara fija frente a la fila de soldados que marchan de frente para desaparecer por el lateral, en ralenti. En dicho prólogo, la imagen progresivamente se aclara hasta fundir a blanco. Conforme progresa temporalmente la película, reaparecen cada tanto imágenes de los que marchan, ya en plena guerra y con otros niveles de dificultad. En estas caminatas los cuerpos se modifican: al comienzo, exultantes; minutos después, el peso de las botas, el uniforme, el equipaje y una mayor exigencia tanto en la forma y velocidad de la caminata como en la mencionada extensión en kilómetros, invariablemente los condiciona. La guerra de a poco deja de ser aquella aventura que se fantaseaba, para tomar los propios cuerpos hasta límites impensados. Tarde para dimitir, en caso de pretenderlo. Lo mejor es aceptar el día a día de las órdenes superiores, de las más amigables a las más hostiles, y de exigencia cada vez mayor.
Pretérito imperfecto. El prólogo del reclutamiento mantiene las imágenes en blanco y negro, con el marco de una pantalla de proyección en fílmico. Cuando los registros del periplo de los ahora soldados marcan el comienzo de la guerra, Jackson interviene el material por medio de un tratamiento digital de la imagen que sugiere un coloreado opaco, con la ausencia de matices de los primeros tiempos del color en el cine. Para Jackson, la búsqueda de una percepción contemporánea atentaría contra el efecto de lejanía de un universo en el cuál ellos de algún modo están, pero no, porque reviven como cada actor que se actualiza una y mil veces en pantalla, aún muerto, pero en este caso desde una condena insalvable dada por el anonimato. El Jamás llegarán a viejos se cumple fácticamente pero no en todos los casos, por lo que opera como metáfora. Muchísimos dejaron su vida en el frente, pero otros – como aquellos que relatan sus experiencias en off durante toda la película -, volvieron. Ahora bien… De la enorme cantidad de esos rostros, de esos cuerpos que combaten, que comen en una mesa mientras ríen para la cámara, que marchan, que disparan tras las trincheras, que duermen… ¿Quiénes son los sobrevivientes? No hay respuesta. No se promociona una relación del público con vivos ni con muertos, sino con cualidades y potencias sin actualizar. Con cuerpos que arrastran la condena de una lejana virtualidad. De cualquier captura de pantalla con una imagen colectiva podrían especularse tachaduras sobre unos cuerpos u otros. La imagen deviene transitoria. Otro divorcio: los testimonios en off de sobrevivientes no se corresponden con las imágenes. En tal sentido el texto y la materialidad de esas voces quebradas, de edad muy avanzada, esa memoria audible de la guerra, por un lado, y las filmaciones de soldados por otro. Pero el montaje que propone Peter Jackson ubica en simultáneo ambos registros en donde confluyen narrativamente, logrando una dialéctica en la cual el espectador le asigna unidad a esos textos e imágenes de diferente origen.
Sin gloria. Los momentos de la vida en la trinchera, con el enemigo enfrente, son los más difíciles para el viaje de los voluntarios. Piernas gangrenadas, convivencia con las ratas que se comían los cadáveres de compañeros muertos, lucha con los piojos, defecaciones colectivas al aire libre a falta de un baño, y lo peor: la convivencia diaria con la muerte de los pares más cercanos. Llega un momento en que la cadena de mandos ya ni existe, y el mundo circundante se descalabra. También, algo de lo humano emerge a la hora de cierta piedad con algún joven alemán capturado, al cual perciben indefenso. Imágenes en movimiento se alternan con imágenes fijas en una narrativa que se sostiene hasta el final, con el fin de la guerra. Una leyenda inaugura la vuelta al blanco y negro: “Casi un millón de soldados británicos y del imperio murieron entre 1914 y 1918”. Las imágenes del regreso a la vida civil se encuentran trabajadas con el efecto de cámara rápida, en simetría con la cámara lenta del prólogo.
El regreso sin gloria de los anónimos, que incluye la discriminación para puestos laborales, barre cualquier posibilidad de justicia poética, la trascendencia de la narrativa clásica choca de frente con la realidad más cruda. La Nación triunfó, no sus hombres. La Gran Guerra fue una desgracia global. De los últimos testimonios se desprenden cosas como: “Éramos una raza aparte de los civiles, y podías hablar con tus compañeros y te entendían, pero con los civiles era perder el tiempo”, o “La vida de un hombre no valía nada al final de la guerra”.
Jamás llegaran a viejos pretende no solo visibilizar a esos anónimos, sino instalar la pregunta a partir de las imágenes, esa pregunta que faltó al naturalizar “Patria”.
Calificación: 9/10
Jamás legarán a viejos (They shall not grow old; Reino Unido / Nueva Zelanda; 2018). Dirección: Peter Jackson. Duración: 99 minutos.
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