“Hay varios mundos pero están en éste”, dijo alguna vez Paul Éluard. La película de Anton Corbijn lo confirma, aunque distante de la clave surrealista que dictaba la frase del poeta.
El mundo del espionaje coexiste con el de las personas, llamémosle, comunes; coexistencia inestable, insospechada por la mayoría casi siempre; sus escasas manifestaciones en la vida pública suelen darse rodeadas de escándalo (Kim Philby, Watergate o las escuchas macristas camufladas de chusmeríos/cotilleos familiares). Las películas que adaptan libros de John Le Carré (ex espía del MI 5 él mismo), como El espía que vino del frío, El topo, o la presente, acercan ese mundo paralelo con sus reglas difícilmente comprensibles, un helado ajedrez en donde las personas son trebejos intercambiables, sacrificables, en un juego amoral y alejado de las ideologías. El espionaje es funcional a quien lo dirige, en su mundo toda guerra es fría.
Hamburgo es el escenario gris e invernal de esta historia pautada por el agua del que emerge el joven checheno Issa, prófugo de la guerra y la tortura. Issa es musulmán, huidizo y desconfiado como la ciudad que lo recibe. Apenas sube a tierra, un corte introduce a Gunther (Phillip Seymour Hoffman), jefe de un grupo secreto de inteligencia germano dedicado al combate de grupos musulmanes extremistas que, según informa un título en la presentación, están activos en Alemania después del 11/9.
El corte abrupto de montaje, que presenta a ambos personajes, los acerca en lugar de separarlos. El punto de vista que elige Corbijn es dual, y es el de ambos; los dos son marginales a sus propios orígenes y sistemas de obediencia; Issa es un huérfano desplazado y desclasado, checheno criado y torturado por rusos, que lleva en su origen la sangre de víctimas y victimarios. Gunther, por su parte, es el jefe de un grupo que no reporta a su propia estructura de inteligencia, gestor de trabajos “en negro” que le han reportado fracasos y un escepticismo terminal; su descreimiento se opone y espeja con la devota fe islámica de Issa. La persecución de uno al otro parece una espiral borgeana, o –más preciso aún- chestertoniana, en donde la culpa se transforma en atribución universal y el odio, en una instancia burocrática.
Si Issa es un hombre de otro mundo, en tanto sobrevive en éste portando la incomodidad de su fe y su esperanza de redención por la caridad islámica, Gunther es un hombre de otro tiempo; se viste como tal: un impermeable tan sucio y arrugado como el resto de su ropa, la barba desprolija, el alcohol siempre a mano y su anacrónico tabaquismo; pero también algún opaco brote de antigua ética masculina: reunido en un bar con Martha (Robin Wright), la representante local de la CIA, ven como un parroquiano borracho golpea a su mujer, entonces Gunther se levanta de su mesa, cruza al golpeador con una trompada waynesca que desmaya al borracho, y vuelve a sentarse.
Es Hamburgo pero podría ser Londres, o Nueva Delhi, o Buenos Aires; un mundo igualado por las líneas de fuerza de la posmodernidad: los fríos trazos de la construcción hamburguesa, mármoles amparando el lujo, el frío húmedo del otoño empapando las calles y las ropas de los excluidos, sospechosos del sistema, musulmanes que oran mirando hacia La Meca, un gesto extraño en la ciudad pragmática. También el resto de los personajes, la belleza fría y eficiente de Martha, la eficiencia robótica, salvaje y necia de los jefes de la inteligencia oficial alemana, la ingenuidad bienpensante de la abogada Richter, y hasta el sutil doble juego del benefactor Abdullah, son parte del mismo engranaje de poder y traiciones, un juego tenebroso e inútil, una trampa que envuelve a todos pero sólo condena a los inocentes como Issa o a los escépticos como Gunther.
La última actuación de Phillip Seymour Hoffman hace lamentar más aún su muerte; compenetrado en la complejidad de raíz romántica de su personaje, lo construye con un despliegue milimétrico y enorme al mismo tiempo, instancias de frustración, violencia y disimulado afecto sin destino que parecen surgidos del interior terminal de su propia experiencia. Un elenco que incluye a Robin Wright, Willem Dafoe y Nina Hoss, la musa de Christian Petzold, no puede menos que estar a la altura de su protagonista. El usualmente anodino Anton Corbijn construye con ellos esta discreta elegía invernal de un mundo apagado y menguante, que disimula su brutalidad y su eterna vocación de sometimiento.
Aquí puede leerse el texto de Marcos Vieytes y Nuria Silva sobre la misma película.
El hombre más buscado (A Most Wanted Man, Alemania/Inglaterra/EEUU, 2014), de Anton Corbijn, c/Philip Seymour Hoffman, Nina Hoos, Willem Dafoe, Rachel McAdams, Robin Wright, Grigoriy Dobrygin, Daniel Brühl, 122′.
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