Atención: Se revelan detalles importantes de la resolución del argumento.
¿Sabes? Alguna vez, cuando estábamos acostados y apoyaba mi cabeza en tu pecho, oía tu voz exactamente igual que esta noche en el teléfono.La voz humana. Jean Cocteau.
Si bien La culpa bucea en las profundidades del ser tortuoso de manera laica, lo hace desde una puesta en escena litúrgica que convierte la angustia en calvario para finalizar en una profunda redención.
Asger es un policía que cometió un crimen y no está en sus planes admitirlo. Al día siguiente es el juicio y tiene una coartada preparada. Mientras tanto, fue trasladado a “tareas pasivas” -que de pasivas no tendrán nada- y se ocupa de atender los llamados en el servicio de emergencias de la fuerza. Conocemos a Asger por su oreja, al tiempo que se acopla con el auricular receptor. Alianza necesaria -la escucha y las voces-, para provocar el recorrido tormentoso que lo llevará a un final espiritualmente liberador.
A medida que la historia avanza, la puesta en escena construye la idea de un confesionario y el cuerpo de Asger va perdiendo rigidez y se va volviendo penitente. Acompañamos a Asger en su tormento, su omnipotencia primero y los errores que de ella se desprenden, su intento desesperado por reparar después, y finalmente la dolorosa aceptación de la culpa y su resignación a la pena.
La negritud de la pantalla del comienzo -solo se escucha el sonar de un teléfono, sonido que será luz en esta oscuridad-, como omnipotencia ciega, devendrá en luz blanca hacia el final, la luz de la verdad redentora hacia donde Asger se dirige.
¿De qué manera este hombre violento y omnipotente, llega a la aceptación de su culpa? ¿Cómo logra esta propuesta magnífica eludir lo edificante y moralista?
Voces rotas, asustadas, desesperadas, frágiles, enojadas. Son todas las voces que llegan de afuera para habitar la conciencia de Asger.
La voz acusmática[1] es aquella cuya fuente de emisión no podemos ver. Una voz imposible de ubicar. Omnipotente y aurática. Esta voz remite a la primera voz sin cuerpo que hemos escuchado: la voz de la Madre. En un juego de equivalencias también alude a la voz del Amo y a la de los muertos. La voz acusmática es una voz sin cuerpo que al escucharla indefectiblemente le adjudicamos uno, según qué nos invoque.
Todas las voces que recibe Asger son acusmáticas. Pero, ¿qué hay de especial en la de Iben que lo atrapa? Recordemos que Asger se encuentra en un estado de culpa severo que aún no sabe asimilar.
Vemos al policía desde distintos ángulos y en permanentes reencuadres pero la cámara se acerca decididamente en un primer plano muy corto y de frente cuando habla con Iben. Como si la única posibilidad de algún tipo de liberación en medio de tanto encierro residiera en esa voz, en la de Iben, la voz de La Madre/Amo que, como un punctum[2] sonoro, lo perturba, lo conmueve y lo somete a una escucha atenta. Al mismo tiempo, la escucha entraña el obedecer. Hay algo en la naturaleza misma de la voz que la dota de autoridad magistral[3].
Esta voz inaugura la dimensión especular entre ellos pero, para que funcione en Asger, al espejo nunca lo notará. El policía atraviesa el periplo convencido de estar ayudando y salvando a Iben, sin advertir que quién en realidad se está salvando mediante esa voz acusmática es él mismo.
Iben se funde en estas dos representaciones para Asger: por un lado representa a la Madre, el Amo, la autoridad. Y, por otro, es espejo, reflejando al mismo Asger con el mismo terror al encierro y la misma capacidad de destrucción.
Estas voces devendrán en las propias, como resonancias de la voz de Asger, como si las tres voces -Iben, Mathilde, Michael- no fueran otra cosa que las voces agónicas dentro de su conciencia. Mathilde, la criatura frágil y abandonada, representa para Asger eso mismo en él -recordemos que fue abandonado por su esposa-. Michael reproduce su parte culpable, asesina, y con él va a descargar con furia todo lo que en realidad sabe que se merece, como si de una autopunición inconsciente se tratara.
Asger va encerrándose cada vez más con estas voces acusmáticas que ahora son sus voces, como si el espacio donde trabaja ahora tuviera la forma de los cubículos que conforman su mente, cuadrados como sus prejuicios, oscuros y asfixiantes como su omnipotente soledad.
Cuando Asger hace pública la confesión de su crimen, asume definitivamente su culpa y está dispuesto a esperar la correspondiente condena, pues le pide a su amigo que al día siguiente diga la verdad. Pero cuando entiende qué lo separa de Iben, cuando lograr formular la diferencia entre una persona psicópata y una psicótica, es cuando asume profunda y cristianamente su responsabilidad, porque lo hace para salvarla a Iben del abismo.
La redención de Asger llega con la bendición de Iben/Madre. “Asger, sos una buena persona” le dice. Y lo salva. Y ahora es Asger quién no salta al abismo, el espejo funcionó y una vez evanescido se encamina a la purgación con la certeza de saberse bueno.
Aquella luz por detrás de la puerta lo espera -la verdad-, al tiempo que suena la única música de todo el film, como un órgano evocando lo sacro, el alivio redentor.
¿A quién llama Asger en el final? Ya no importa, lo importante es que llama, él llama ahora, él es quién puede pedir ayuda ahora y salir, del encierro de sí mismo, de su ciega omnipotencia, del cuadrilátero oscuro y asfixiante de su mente en donde su lucha íntima se llevaba a cabo.
Cuando se dirige a la salida Asger hace el gesto de
desenfundar el arma de la cartuchera en su cintura pero saca su teléfono.El
tortuoso y transpirado recorrido que hizo Asger esta noche convirtió -como en
un milagro- el arma en un teléfono. La violencia en un pedido de ayuda.
[1] Una voz y nada más. Mladen Dolar. Manantial, Buenos Aires, 2007.
[2] Barthes define el punctum en la fotografía como aquel elemento que lo captura. “Esta vez no soy yo quien va a buscarlo (…), es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme. Punctum es también: pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidad. EI punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta ( pero que también me lastima, me punza.) 64-65. “Studium y Punctum” en La cámara lúcida. Roland Barthes. Paidós, Buenos Aires, 2005,
[3] Una voz y nada más. Mladen Dolar. Manantial, Buenos Aires, 2007, 92.
Calificación: 10/10
La culpa (Den skyldige, Dinamarca, 2018). Dirección: Gustav Möller. Guion: Gustav Möller. Emil Nygaard Albertsen. Fotografía: Jasper Spanning. Montaje: Carla Luffe Heintzelmann. Elenco: Jakob Cedergren, Jessica Dinnage, Omar Shargawi, Johan Olsen, Morten Thunbo. Duración: 85 minutos.
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