Naturaleza muerta es una película de terror vegano, filmada a solo cinco años del conflicto que enfrentó al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con las patronales del campo. En una escena se hace mención al enfrentamiento entre agricultores y ganaderos como hipótesis sustentadora del conflicto y esa tensión sobrevuela el relato de principio a fin. 

La historia es simple: una serie de desapariciones en un pueblo despierta la sospecha de una periodista (Luz Cipriota), quien sola frente a todos decide iniciar una investigación de los sucesos. Deudora de la saga Scream de Wes Craven, pero también del terror contemporáneo iniciado con El proyecto Blair Witch (Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999) y de la incluso más moderna Rec (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007), Naturaleza muerta produce, en sus mejores momentos, un genuino miedo con recursos muy sencillos. La naturaleza como representación de lo peligroso frente a la tranquilidad burguesa de la ciudad es un primer contraste que puede observarse nítidamente. Sin embargo, esas líneas políticas que sugiere y no termina de hacer explícitas son las más interesantes porque le agregan espesor a una trama que se revela disparatada cuando unas sectas de veganos deciden iniciar una cruzada frente a los carnívoros que rondan por estas pampas. 

Como en Rec, tenemos a una mujer frente a una cámara intentando capturar un horror que evoque las torturas que sufren los animales antes de ser comercializados. Esa violencia naturalizada en relación al maltrato animal es el centro neurálgico del film. El último cuarto de hora (sin dudas el más logrado) se centra en la descripción minuciosa, casi documental, de un matadero humano. Filmado con una pulsión física atípica en el cine de terror local, se permite dialogar con referentes canónicos del terror cinematográfico como La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974) y con otros más recientes como Hostel (Eli Roth, 2006), afirmado en la solidez de la puesta en escena que sortea las claras debilidades del guion. La cámara que filma a la cámara, el terror grabado y la naturaleza como representación del peligro son los tres tópicos sobre los que Naturaleza muerta construye su idea de terror. Es cierto que hay lagunas y líneas argumentales no profundizadas, pero también hay un amor al género que en ningún momento deviene en pose o pretensión.

Además, Naturaleza muerta respira libertad e independencia. Filmada sin el apoyo del INCAA y con un presupuesto mínimo, todo sucede fuera de la gran ciudad. El campo como representación de la otredad se establece desde el inicio como el principal enemigo de la intrépida y ambiciosa periodista. Hay una mirada interesante y ambigua sobre ese periodismo etnocentrista y frívolo que irrumpe en la cotidianeidad de ese pueblo chico con ansias de descubrir los secretos que éste esconde. El conflicto entre ciudad y campo -reactualizado en esos años tras el conflicto del gobierno con el campo- genera un clima de tensión fuera de foco que impregna a la película y le da una carnadura de realidad a la historia contada. Al finalizar la película uno piensa en la cantidad de films de terror que podrían contarse a partir de las tensiones políticas que nos atraviesan desde la conformación del Estado argentino. La cuestión de la tierra, los conflictos de clase y, por supuesto, el país agrícola-ganadero que surge desde el inicio de los tiempos enfrentado a los excluidos que el sistema produce de modo sistémico.

Lo que destaca a la película de Grieco en el registro de la tortura -a diferencia, por ejemplo, del exploit de Eli Roth- es que no hay un regodeo en lo explícito, sino que la exposición de la crueldad se utiliza para el clímax narrativo seco y contundente que se desencadena en la modélica escena final. Si bien resulta técnicamente irreprochable, por momentos recae en el abuso de la subjetiva del perseguidor como decisión estética. El cine de terror nacional se debe todavía narrar con sus herramientas el conflicto entre los que tienen acceso a un plato de comida y los que no. Una vez que saldemos ese tema podremos adentrarnos de lleno en la batalla ideológica que nos plantea Naturaleza muerta. Un cineasta clasista y combativo como Georges Romero podría servir de inspiración a los cineastas locales que en el futuro se animen a dar cuenta de esa conflictividad evidente.

Naturaleza muerta (Argentina 2014). Guion y dirección: Gabriel Grieco. Fotografía: Mariano Suárez. Edición: Gabriel Griego. Elenco: Luz Cipriota, Nicolás Pauls, Juan Palomino, Amín Yoma. Duración: 90 minutos

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: