Si nunca viste una película de Christian Petzold, y después de que tanto te lo recomienden debutás con Toter Mann, los primeros segundos de este film, vistos con ojos críticos, te pueden confundir. Pueden darte a pensar que estás por comerte un bodrio, una pedorrada. La película comienza con un plano general de una mujer saliendo de una piscina. Desde la otra orilla la vemos llegar nadando a la escalera que la va a sacar del agua. No hay contraplano ni nada, sólo una cámara que permanece fija, quieta. Las pertenencías de esta mujer están ahí nomás, dentro del mismo plano, a pasos de esa escalera. Seguimos en los mismos primeros segundos, no pasó ni medio minuto todavía. Ya fuera del agua, avanza unos chorreantes pasos, llega a sus cosas, se seca un poco con una toalla, para finalmente agarrar sus pertenencias y emprender la retirada. La misma cámara que seguía estática, clavada, comienza a girar en pos de seguirla. La sencillez es tanta que, en algún recoveco inconsciente del cerebro, al espectador se le enciende la alarma titilante que reza “Esto Puede Ser Una Garcha”. Vamos treinta y nueve segundos. Volviendo a la escena, la mujer nunca se detuvo. No avanzó más de cinco pasos desde la escalera (y esto no es un decir, sino un dato exacto), que entra en cuadro un hombre en traje de baño, sentado, al que ella supera por delante, para seguir avanzando. Son las únicas dos personas que aparecieron hasta ahora. Cuando ella se aleja tres pasos de él: ¡pim!¡pum!¡pam!, se le caen todas las pertenencias al piso.  Y se le caen de un modo tan burdo, tan acartonado, que la alarma en el espectador ya no es inconsciente, se le escapa por lo bajo, susurra: “Esto Puede Ser Una Garcha”. La mujer recoge sus cosas, cree haber tomado todo, pero se está yendo otra vez sin notar que se olvidó de algo. Entonces el tipo del otro extremo se pone de pie, agarra ese algo y la llama: ¡Disculpe!¡Disculpe! En alemán algo que suena medio así: ¡Cherikbum!¡Cherikbum!

Recién en ese momento entra en juego otro plano, otra cámara. Cruzamos a la orilla de la acción y obtenemos primeros planos. Ella se detiene, gira, es hermosa, puede enamorar a todo el planeta. Quienes saben de cine alemán la recontra ubican: Nina Hoss, reconocida actriz en su patria. Para los que todavía están descubriendo el cine alemán, de la mano de Petzold, puede que no la junen, o que a lo mejor la recuerden de alguna serie yanqui, tal el caso de Homeland. Volviendo a la acción, hay otro cambio de cámara que nos ofrece un primer plano, ahora para él: la está mirando como Bubba a los camarones, como Rambo a la pobre Co Bao en la 2, cuando ella le dice que también sabe disparar. La alarma “Esto Puede Ser Una Garcha” grita: ¡Y encima es una película de amor pedorro! Pero no puede estar más equivocada. Ahí, cuando recién pasó un minuto de un arranque trastabillado y elemental, el director ya te escondió lo que te quería esconder. Te distrajo, te camufló gran parte de la resolución de la historia. Toter Mann es una película con una historia sencilla, fácil, de la que el espectador no caerá en la cuenta hasta que el director quiera: sobre el final, en el instante exacto pensado para las revelaciones. Muy astuto.

Nina Hoss no es una madera, todo lo contrario. A medida que la narración avanza nos seduce con intriga. En torno a ella giran las incógnitas, se construye el suspenso, el thriller que se puede intuir, pero del cual hasta ahora no tenemos ningún elemento contundente para confirmar que lo sea. Porque Toter Mann nos amaga para que creamos que se trata de una cálida película romántica, acunada en paisajes hermosos, mucho verde y escasos diálogos. El director también consigue que pensemos que la trama es una sola, muy simple y sencilla: un romance de dos personas a las que les cuesta concretar, y que seguro se consumará sobre el final. Como ya nos confundió en la escena inicial de la pileta, y estamos convencidos de que estamos ante una película romántica, un toquecito liviana, introduce segundas tramas con un personaje recontra clásico, y al principio no nos damos cuenta. Toter Mann se va cocinando lento, por fuera de los ojos del espectador. Petzold te metió a un preso en la película, y al ingenuo espectador no le levantó sospechas de que pueda convertirse en un protagonista importante. Todavía la película avanza por canales románticos, pero sin lugar a cursilerías o clichés. La sensación es que el espectador más cavernícola podrá ir a su trabajo mañana y contar sin vergüenza lo que vio. Es más, los dos protagonistas actúan tan bien, y los paisajes son tan hermosos, que este hombre imaginario que atrasa cien años anhela verlos coger, y algún día subirse a un avión rumbo a Berlín. Así se va la primera parte.

Ahora el director quiere que creamos que la mina es una loca, o que tiene algún patito desalineado. Y lo logra, porque el guion no tiene puntos flacos. Los protagonistas ya interactuaron, dieron los primeros pasos de acercamiento. Incluso han cenado juntos, pero todavía no llegaron a cuarta base. Él es más lento que Otamendi en la final del mundo contra Alemania, y ella tiene algún “temita” que la nubla, como el Messi pre última Copa América que quiere, pero no puede. Todo es un enredo raro, misterioso, pero no deja de ser clásico. El espectador sigue en un paseo hermoso, y un poco enamorado también. Nina Hoss te hace creer que está loca, sí. Que perdió un patito. Pero el espectador sigue de su lado. Y del de él también: si continúa desenvolviéndose así va a morir virgen, pero es buen tipo, se le nota. Y nadie rompe con boludeces de segundas tramas. Estamos a full, compenetrados con esa situación amorosa, y el neandertal sabe que mañana en el trabajo no puede contarla. Cada diálogo contribuye pura y exclusivamente a perseguir los hilos de ese amor creciente. La música recontra va, suena a cantidad, y la escuchamos al mismo tiempo que los personajes, lo que llaman diegética quienes odian la coloquialidad  y las malas palabras en esta clase de notas. En esta altura podemos ponerle fin a una segunda parte.

A los veinte minutos de película el amor se frustra, los personajes se pierden, se alejan, sufrimos con esa otra situación clásica del género. Y la película sigue estando buenísima, quizá porque ella no se fue a la guerra, no fue ortivada por sus padres que quieren un mejor chongo para su hija, ni nada por el estilo. No son esas las razones, pero tampoco sabemos porqué se fue. Estamos en bolas como él, que también la rompe en una actuación que comprime dos facetas: un hombre decidido en el trabajo, y quedado en los asuntos del corazón.

Los verdes y los paseos ya no son tantos. El romance empieza a transformarse en un thriller, en escenas más oscuras, de colores pasteles y cuestiones menos idílicas: trabajos de mierda, hogares no tan cómodos, realidades menos confortables. Petzold nos va preparando. En este tramo de la película el personaje de Nina Hoss se va descubriendo, y él la persigue, la busca. Toter Mann deja de ser una película romántica porque no promete una reconciliación, un reencuentro, y lo que necesitamos ahora es saber porqué huyó. Qué le pasa, quién es. Todavía, todavía, lo que nos escondió el director en el arranque, lo tiene bien encanutado fuera de foco, silbando bajito.

No podemos decir que nadie se dará cuenta de que algo raro hay cuando el preso, que sólo tenía contacto con él, su abogado, está siendo asediado también por ella. No, es cierto. Pero ahí, con ese tridente asexuado, lo que muere es el romance. Y la alarma de “Esto Puede Ser Una Garcha” se fue a freír unas buenas docenas de churros. Pero aunque haya para todo en la viña de los espectadores, razón por la cual todavía alguien podría inclinarse por la posibilidad de que esto sea un romance más que un thriller, sea el género que sea, el desenlace se avizora vertiginoso.

Los diálogos fueron pocos durante toda la película. En la parte final, que también escasean, además son revelaciones del argumento. Ya no quedan dudas de que estamos frente a un thriller. Sabemos que en ese arranque de película, cuando a la protagonista se le cae todo en la pileta, no fue una mala actuación, sino el argumento pidiéndole exactamente que lo haga así. Que Petzold compuso con maestría una situación de arranque que debía verse pero sin ser tan notoria. Algo muy finito, muy sutil, y con un balance de actuación, recursos y guion muy homogéneo. Lo logró, y ahora, cuando Petzold quiso y no antes, la verdadera trama salió a flote y con sorpresa. Ya sabemos todo sobre el personaje que encarna Nina Hoss. Y de postre todavía le restan minutos para un desenlace de acción.

En eso último, cuando sería común que hubiese espacio para los tres protagonistas en un mismo plano, Toter Mann se queda sólo con dos. El final fuerte es de ella y el preso. Ella, el preso, y un pequeño dilema moral, ideológico, o un pariente de estos dos. Segundos para pensar y llevarnos una idea, como un cuento con moraleja al estilo oriental. Sea lo que sea, un final inesperado. Después llega el otro final, para el amante de las telenovelas. Este otro no se puede precisar, son miradas que generan diferentes interpretaciones. Un final abierto: o se podría venir una segunda parte, con ella y él onda gato y ratón, tipo Keanu Reeves y Patrick Swayze en Punto límite; o no hay secuela, y él la quiere igual, aunque le chifle el moño y sea una poquito brava. El tipo que nunca había visto algo de Petzold ya lo anda recomendando.

Toter Mann (Alemania, 2001). Guion y dirección: Christian Petzold. Fotografía: Hans Fromm. Música: Stefan Will. Reparto: Nina Hoss, Andre Hennicke, Sven Pippig, Kathrin Angerer, Heinrich Schmieder, Franziska Troegner, Henning Peker, Michael Gerber, Johannes Hitzblech, Hilmar Baumann, Rainer Laupichler, Kai Schumann, Ingeborg Schilling. Duración: 90 minutos.

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