Atención: Se revelan detalles del argumento. Para evitar spoilers, no lea las notas al pie de página.

La trilogía basada en obras de R. L. Stine tuvo estrenos periódicos en Netflix y apuntó a refrescar ciertos tópicos del cine de terror, especialmente del slasher, pero sin caer en la apelación sensacionalista de la nostalgia para con del género ni para con las épocas retratadas.

La calle del terror versa sobre un grupo de adolescentes que sufren los infortunios de su ciudad, Shadyside, maldita desde hace siglos por la figura de una bruja que, a modo de venganza, perseguirá a los habitantes del pueblo desencadenando periódicamente oleadas de asesinatos. En contrapartida, la ciudad vecina de Sunnyvale se mantiene siempre brillante y próspera. Desde el primer momento se plantea el tema de la dicotomía entre los pueblos, donde hay una lógica de explotación y donde finalmente se subvertirá el origen del Mal, que pasará de un estado místico a uno material(ista).

Esa línea sirve como puntapié para hacer gala de una serie de asesinos seriales inmortales que recuerdan a los grandes monstruos del subgénero, llevando a cabo un despliegue del imaginario mítico cinematográfico que interpela al espectador en las tres partes. Las citas no solo se corresponden al universo del cine de terror sino que en el punto cero de la narración, en 1994, se apela a películas que han marcado los ’90: Línea mortal (Schumacher; 2010); Tiempos violentos (Tarantino; 1994) e incluso unas pinceladas de Mi pobre angelito (Columbus; 1990) [1].

Si en la primera parte se apelaba a películas representativas de esa década que excedían al cine de terror, en las otras dos partes se mete de lleno en el género para ir tornándose cada vez más oscura. La segunda parte lleva la fecha de 1978, año en que se estrena Halloween (John Carpenter), con un asesino principal inspirado en Jason Voorhees, el personaje de Viernes 13 (Sean S. Cunningham; 1980), que se suman a la cita de Scream. Vigila quién llama (Wes Craven; 1996) y Hellraiser (Clive Barker; 1987) de la parte anterior. El reconocimiento de tópicos e incluso escenas funciona como un guiño cómplice hacia el espectador; sin embargo, es constante la búsqueda de giros argumentales que sostengan la atención de quien mira, porque no descansa en la mera apelación patética –algo que sí han hecho otras producciones de Netflix como Stranger Things-, sino que se trae esos asesinos de nuevo a la vida –ambas “demiurgas” lo hacen: la bruja diegéticamente y la directora Leigh Janiak, extradiegéticamente -, como forma de dar carnadura a ese pasado y estudiarlo, cuestionarlo, reanimarlo. Por eso la estructura del relato se disgrega en viajes en el tiempo para desentrañar, como en un juego de muñecas rusas, diferentes líneas temporales que irán adentrándose en las entrañas de ese pueblo para finalmente revelar el origen de la maldición. La búsqueda de la verdad es constante y no es sencillo anticipar las resoluciones.

No es casual que la primera escena de la trilogía comience con una cita explícita a Scream, la película que revitalizó mediante giros autoconscientes al género cuando estaba prácticamente al borde de la extinción. Esa inspiración es explícita no solo en la máscara del primer asesino que aparece en la trilogía, sino que además el primer asesinato es idéntico al de la película de Wes Craven, con el personaje siendo atacado por la espalda mientras corre en ralenti.

En la utilización del slasher, además, Janiak subvierte el elemento pulsional:  si en el ’80 reaganiano el arma era una extensión de la sexualidad del asesino y el homicidio una forma de sublimar el deseo sexual, y en el ’90 la expresión de la falta de acceso al sexo –pensemos en el Billy Loomis de Craven-, en 2021 el desencadenante está relacionado con algo que en principio se presenta como el castigo a una sexualidad subvertida pero cuyo misterio develará motivos ajenos [2]. Es, en ese sentido, que la tercera parte tiene grandes puntos de contacto con La bruja (Robert Eggers; 2015), especialmente en la descripción de la moral eminentemente puritana del siglo XVII, en cuyo marco cualquier subversión al orden establecido conlleva a la acusación de ser acólito de Satán. En este caso, la subversión no se plantea únicamente en la sexualidad de las protagonistas, alejada de la heteronormatividad, sino además en las actitudes de confrontación que presentan ante el orden social falocéntrico.

La de Janiek es una película dirigida hacia un público adolescente y, en ese sentido, los personajes se dirimen entre roles marcadamente escolares: los populares, los nerds, los abusones, los mojigatos… Todo enmarcado en un universo donde los padres están ausentes, inertes o se constituyen en figuras negativas y represoras. Y la apuesta de la directora es dar entidad a esos adolescentes, a los que retrata de tal manera que, especialmente en la segunda parte, el drama termina ganando la pulseada ante un slasher cuyas puñaladas se hacen esperar. Simpatía y toques de humor. El trabajo sobre los personajes hace que la empatía troque en interés/preocupación por el destino de éstos, aquello que en otras vertientes del género descansa sobre el mero susto. Aquí, la presencia del asesino serial encarna una entidad más preocupante que ominosa, e incluso su construcción se basa en el pasado y en lo que lo constituía como ciudadano modelo, a veces, sufriente en otras, y víctima siempre. Es en ese sentido que en la tercera parte es Deena (Kiana Madeira), la protagonista de 1994, quien se reencarnará en el personaje de la bruja, de manera que la empatía por una se transponga hacia la otra.

Janiak no solamente hace uso de los recursos del cine de género para atrapar al espectador, sino que abraza la lógica televisiva que se ha agravado en la era del streaming de finalizar con un golpe de efecto que engancha al espectador hacia el capítulo siguiente, atrapándolo en un juego de autoconciencia y vitalidad sin dejar de vista la premisa de entretener.

Calificación: 8/10

La calle del terror (Fear Street; EUA; 2021). Dirección: Leigh Janiak. Guion: Phil Graziadei, Leigh Janiak. Fotografía: Caleb Heymann. Edición: Rachel Goodlett Katz. Elenco: Kiana Madeira, Olivia Scott Welch, Benjamin Flores Jr, Sadie Sink, Emily Rudd, Ryan Simpkins. Duración: Primera parte – 1994: 107 minutos; Segunda parte -1978: 109 minutos; Tercera parte – 1666: 114 minutos. Disponibles en Netflix.


[1]La decisión de matar a Sam y revivirla es una referencia a la película de Schumacher; apelar a la puñalada en el pecho hace referencia a la escena en que intentan revivir al personaje de Uma Thurman en Tiempos violentos y la preparación del plan para combatir a los asesinos está filmado igual que Columbus filma a Macaulay Culkin.

[2]Finalmente, la maldición no tiene que ver con el “pecado” de Sarah Fier, sino con las aspiraciones materiales de la familia Goode. Es decir, el origen del Mal ya no reside en las sexualidades sino en la ambición de dinero y poder.

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