La desventura de un equipo de filmación varado a merced de unos caníbales en Epecuén es la excusa para este homenaje de los hermanos Onetti al slasher y a sus películas precursoras, porque en su cine todo está en la mirada. La pantalla funciona como un cúmulo de fascinaciones escópicas. Fascinaciones que tienen que ver con sus consumos culturales y que comparten con los seguidores del género, a quienes proponen constantes guiños, como un personaje igual al asesino de The Hills Have Eyes (Wes Craven, 1977), la toma de la vaca tirada a mitad de la ruta que emula a la toma del armadillo de The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974), a la que se suma posteriormente la escena de la “cena familiar”, repetida tanto en la saga propia como en sucedáneas.
Con estas referencias y un argumento sencillo, muy propio del género, el suspense deja de funcionar como elemento de tracción que guía la narración, y, por el contrario, se descansa sobre la expectativa de lo ya sabido en relación al disfrute puramente visual. Esta elección que, en apariencia se presenta monótona, cobra fluctuaciones en base a una serie de tensiones dicotómicas que chocan de manera irresoluble durante toda la película: la ontológica lucha entre el bien y el mal; el día y la luz como seguridad contra el peligro de la noche; los planos amplios del paisaje que colisionan con los primeros planos de las víctimas; y por sobre todo, la tensión entre ficción y documental. Las citas mencionadas conviven, por un lado, con registros documentales, y por el otro, con una remera del giallo Francesca (Luciano Onetti, 2015) -dos tipos de relato que han tenidos tantos choques como hibridaciones-, para que el cine, y los discursos sobre el cine, terminen por inundarlo todo.
Es así que la película comienza con una toma aérea de Carhué mostrando la localidad arrasada por el agua, al tiempo que, de fondo, una sucesión de relatos radiales -en español y en inglés-, cuentan lo acontecido para luego dar paso al primer asesinato de la película, marcando el cruce entre documental y ficción que regirá en toda la película. La radio documenta lo sucedido, marcando la función y el entrecruzamiento de la sintaxis documental como recurso del cine terror (utilizado ya en la película de Hooper). Y dentro de esa partición entre formas de registro, Los olvidados se instala del lado de la ficción, evidenciando ciertos mecanismos por detrás de la supuesta objetividad del documental e incluso poniendo en jaque el estatuto de verdad de este cine, mostrando la imposibilidad de documentar ciertas cuestiones (“¿Querés hacer un documental?”, le pregunta el asesino -otrora víctima de la inundación- al director mientras lo ataca). No se puede documentar esa tragedia por quienes no pertenecen al hecho. Y ahí aparece otra díada en combate: el centro y la periferia.
Un rasgo de hostilidad para con los visitantes se manifiesta cuando la comerciante se entera que esa gente ha llegado desde la capital (“Capital quiere decir cabeza”, les dice mientras pasa su mano por la garganta como símbolo de decapitación). Es por eso que, al llegar, los recibe un gran plano del matadero como sinécdoque de la matanza venidera: no pertenecen al lugar. Si en The Texas Chainsaw Massacre el terror era síntoma del miedo al redneck, a la Norteamérica profunda, Los olvidados toma como elemento distintivo a la marginalidad, aquello que quedó por fuera de la sociedad, a los habitantes de Epecuén y a los ex combatientes de Malvinas. Son ellos los que han quedado por fuera de la asistencia del Estado.
Homónima de la película de Buñuel de 1950, esta producción de los Onetti comparte con aquella también la intención de poner en pantalla la periferia marginal de un pueblo. La familia caníbal de la película de Hooper tenía como trasfondo la guerra de Vietnam, y en este caso es la Guerra de Malvinas la que se vislumbra en el póster del garaje que dicta “Estamos ganando en todos los frentes” y en el recorte de la revista Gente con el titular “Estamos ganando”, que se entremezcla con los recortes de la tragedia hídrica. Es por eso que la incorporación de los tangos “Volver” y “La casita de mis viejos” no solamente funcionan a modo de aporte de color local, para condimentar con sabores propios recetas ajenas, sino que marcan la añoranza de los tiempos perdidos, compartiendo como tópico la vuelta al pasado como lugar seguro ante las inclemencias del presente.
El giro argumental sobre la figura de la final girl y la clausura del relato sin la restauración del status quo dan un golpe de efecto a la fórmula poco sorpresiva que suma jóvenes, una camioneta, rock y drogas. Desde antemano el espectador puede prever qué les sucederá, trocando el suspenso por expectativa, incluso por ansiedad. Porque, en definitiva, al trabajar con arquetipos genéricos, forjar suspenso no importa. Tampoco están en primer plano las cuestiones sociales implicadas (sutileza que las salva de mutar en denuncia panfletaria). Lo que prevalece es el sentido plástico y lo que tracciona la narración es el placer visual. Es vivir dentro de las imágenes. Por eso las referencias a las demás películas y los modos de relacionarse del cine con la realidad: la práctica documental, la ficción y el homenaje. Allí chocarán las tomas documentales, el found footage, buscando borrar sus huellas de enunciación con los colores saturadísimos de la noche en el matadero o los inserts de imágenes rojas y negras que estallan gritando su plasticidad. Todo coordinado y pensado para el disfrute visual: desde los paisajes -trabajados por la gran fotografía de Nuble-, pasando por la cosificación de los protagonistas -en especial de las mujeres-, hasta las escenas gore. Todo está en la mirada. La triple mirada que conforma al cine: la del director/cámara, la del personaje, la del espectador, y que los Onetti hacen converger a partir del recuerdo, de consumos colectivos, generando así una mirada compartida.
Los olvidados (Argentina; 2017). Dirección: Luciano Onetti y Nicolás Onetti. Guion y dirección: Luciano Onetti, Nicolás Onetti, Carlos Goitia. Fotografía: Facundo Nuble. Edición: Luciano Onetti. Elenco: Agustín Pardella, Damián Dreizik, Victoria Maurette, Victorio D’Alessandro, Gustavo Garzón, Mirtha Busnelli. Duración: 98 minutos.
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