El concepto de “biodrama” fue introducido por Vivi Tellas en los años ‘90 (uno de los primeros biodramas, según recuerdo fue “Temperley”, con una puesta en el Teatro Sarmiento). Sintéticamente, se trata del traspaso de la experiencia de vida de una persona o un grupo a la representación teatral. “Imprenteros” nace de esa manera, a partir del impulso de la actriz Lorena Vega –y el acompañamiento de sus hermanos, en especial Sergio- por recuperar la imagen de su padre, Alfredo Vega. El hecho que aparece como punto de partida no es, de manera estricta, la muerte de Alfredo, sino una consecuencia que se deriva de ella: los hijos del otro matrimonio de Alfredo deciden cambiar la cerradura, impidiendo el acceso de Lorena y sus hermanos al taller gráfico del padre. Una apropiación, como la definen en algún momento del documental, de un espacio físico de referencia sobre el padre. “Imprenteros”, la obra, postulaba una reversión –y una revisión- de aquella apropiación original y ajena, pero diferente. Esa reversión, construida en un escenario, adquirió otras características: como biodrama, se construyó, a diferencia de lo habitual, con los mismos involucrados sobre el escenario.
Lo que derivó en una plataforma híbrida. “Imprenteros” ponía en escena lo documental (los archivos familiares, los testimonios de los hermanos) con lo ficticio (algunas escenas entre padre e hijos eran representadas por actores). Pero a la vez, la voz de Lorena Vega, convertida en la guía de esa experiencia teatral, oscilaba entre ambos universos: narraba hechos con pretensión de documentarlos, pero su voz, las inflexiones, los recursos para generar un efecto humorístico, funcionaban como alusión a la ficción, como elemento que contenía el discurso. Imprenteros (Vega, Zapico; 2024), el documental, no se detiene demasiado en el origen de la obra. Se toman de ella algunos fragmentos en el comienzo, para establecer una base. Si bien se postula allí una relación directa con el origen teatral, se plantea una distancia: se sostienen los elementos que conducen al espectador a comprender el origen (la historia familiar, la relación con el padre) pero sin que ello implique la traslación del formato teatral al cinematográfico. La experiencia familiar ya tuvo su trasposición hacia lo teatral y no necesita de un nuevo desplazamiento. Forma parte de ello, pero se resiste a la redundancia, a volver a narrar por otro medio lo que ya se ha contado.
Imprenteros el documental, es el registro de otro traspaso, que tiene también un punto de quiebre. La pandemia iniciada en 2020 funciona como alteración de la vida social (puesta en pantalla tanto en la imagen de la sala vacía como de las máquinas de la imprenta sin funcionar) y de los proyectos personales. La detención del tiempo y el encierro en el espacio, marcan una distancia que queda reemplazada por el llamado telefónico o los encuentros virtuales. Hay desvíos que aparecen en este punto del relato, como intentos de romper con la virtualidad impuesta. Uno es el que ensaya Lorena en su casa: una película de corte experimental sobre una mujer sola, en la que quiere jugar a imitar a sus actrices preferidas (Sonia Braga, Isabelle Huppert), pero que rápidamente advierte que no lleva a ningún lado (y lo notable es que la inclusión de esas ficciones se vuelve también un ejercicio documental). La otra es la que insiste en seguir Sergio. Su condición de obrero gráfico lo lleva a pensar en la posibilidad de llevar la historia familiar a un libro (así como ser actriz llevó a Lorena a pensarla como obra de teatro). El abandono de una vía –que se despegaba de ese ciclo familiar- deriva en la prosecución de la otra. Pero de nuevo, obviando el facilismo del traspaso lineal de la obra al papel.
¿Qué es, entonces, Imprenteros? En primer lugar, el registro del proceso de edición como correlativo a la obra de teatro. De un libro en general y el de “Imprenteros” en particular. Un pasaje que introduce la conjunción ya no solo entre la palabra y las imágenes sino la intromisión del resultado del trabajo. El libro puede verse como una forma de enfocar la historia familiar a partir de una reconstrucción de los fragmentos (focalizado en el trabajo de montaje fotográfico que recupera una unidad siempre recortada). Pero es, sobre todo, un intento de reencuentro. Si la obra supuso un encuentro familiar (aunque no esté de cuerpo presente en la obra, Federico, el hermano menos ligado a la historia del padre aparece en una entrevista filmada), el libro repone textualmente los lazos familiares (hay un texto dedicado directamente a Yeni, la madre), incluso como parte de una herencia no declamada (¿acaso no es eso la decisión de poner en el libro las instrucciones para manejar la máquina?). Como señala Mariano Tenconi Blanco en la presentación del libro, se escribe “para estar con los muertos (…) para estar con el padre”. Recuperar una presencia que el documental señala en el relato de los hermanos como distante (el comentario de Lorena sobre la foto del padre, de una de las pocas veces que fue a darle dinero a la madre). En ese sentido, el reencuentro real, el que no puede darse físicamente, se recupera por la relación con el espacio que pertenecía al padre. El montaje fotográfico que repone a los tres hermanos en el taller de impresión es, por un lado, la reversión de la apropiación de los medio-hermanos y por el otro, una nueva apropiación que reafirma la pertenencia a ese espacio (no es casual que los montajes simulen el trabajo en la máquina y la ubicación de los cuerpos por delante de ellas). Recuperar el espacio desde la virtualidad, como una forma diferente de volver a entrar en él, antes que recurriendo a la violencia explícita con la que soñaba Sergio.
En segundo lugar, el documental se autonomiza del propósito único de la edición del libro. Incluye tanto a la representación teatral como al proceso de edición, pero entendiéndolos como fragmentos que no pueden asumirse como totalidad. De esa manera, se asume como complemento y no como ilustración: forma parte del universo “Imprenteros” que ahora es una performance teatral, un libro y un registro audiovisual en el que aparecen elementos que los otros no pueden ofrecer. Reconstruir el proceso que lleva a la concreción de los otros medios, como un proceso en sí mismo que culmina en el documental (en definitiva, la concreción del libro funciona en paralelo con la obra y el documental). La complejidad de Imprenteros como documental no es evidente, sino que reside en esos pliegues en los que pone a dialogar formas aparentemente divergentes. Como en la edición del libro, el documental es un proceso que se va construyendo a sí mismo y cuya totalidad posible asoma solo cuando concluye (ese momento en el que se vuelve a la obra para hacerlo coincidir en su final). Obra, libro y documental se encauzan en una traza en la que viajan en paralelo, pero complementándose. Versiones –como dice Lorena Vega para eludir los cuestionamientos de su madre- de una historia, bajo formas diferentes y que, en conjunto, adquieren una corporalidad que las integra y que finalmente las excede.
Imprenteros (Argentina, 2024). Dirección: Lorena Vega, Gonzalo Javier Zapico. Guion: Lorena Vega. Fotografía: Gonzalo Javier Zapico. Edición: Emi Castañeda, Mariano Saban. Duración: 79 minutos.
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