El comienzo de Please, Baby, Please es sorprendente, exuberante y deja clarísimas las coordenadas que ordenan el camino: comedia musical ambientada en unos distópicos años cincuenta (la puesta en escena combina creativa y audazmente elementos de esa época, pop, actualidad y atemporalidad, todo junto en una deliciosa mistura posmoderna). Coreografías y código interpretativo arriba. La fotografía maniobra el espacio en clave baja, con gran vigilancia de las fuentes de luz y generando claroscuros constantes en una paleta de colores plenos donde se privilegian los rojos, azules y verdes con exacerbada alternancia. Un festín de luz y color. Realismos, afuera.

A primera vista, Please, Baby, Please pareciera cuestionar los estereotipos de género. Pero hay más. La gráfica de los títulos alambicados y rosas, el callejón neoyorquino y la pandilla de hombres bailando mientras avanzan ominosos, nos lleva directo a West Side Story (1961), película musical que versiona nada menos que a Romeo y Julieta, paradigma del amor-pasión absoluto y trágico. Hay jazz que evoca al Badalamenti de Twin Peaks. La pandilla avanza y mata a palos a unas personas. Contraplano a un matrimonio joven, Suze (la camaleónica Andrea Risenborough) y Arthur (Harry Melling), que observa con fascinación aterrorizada a la banda, especialmente al cabecilla, Teddy (un Karl Glusman que emula al macho Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan en la película homónima y corporizado por Marlo Brando en el cenit de su juventud musculosa y viril). Todo esto en los primeros escasos minutos. Las citas se torsionan todo el tiempo.

En la fascinación aterrorizada la pareja se bifurca: en Arthur, además del miedo surge contundentemente sutil el deseo vehiculizado en la mirada. En Suze, el miedo convive con la crispación que genera la sorpresa de descubrir que su marido mira deseante a un hombre; Teddy para ella se vislumbra como el sujeto con el cual identificarse y que la lleva a desafiar frenéticamente a los varones con los que alterna sin encontrar su lugar. La pandilla lleva irónicamente su nombre impreso en sus camperas “Los jóvenes caballleros”; vestidos de cuero negro, exhiben la voluntad de poder y dominación en todos los planos de la vida.

Clasificada con la etiqueta LGBTQ+, la película de Amanada Kramer trasciende ampliamente su rótulo porque se trata de una película que habla del deseo, del amor y el sexo en su complejo derrotero. La directora Ilumina nuestro entendimiento focalizando en protagonistas queer cuyas identidades no pueden ceñirse a patrones cis heteronormativos, pero de ahí la cuestión se eleva a lo universal, saliendo de su etiqueta y alcanzando a quienes nos vemos reflejados en el desacople. Es un gran hallazgo porque no es una película para minorías, al contrario.

Suze y Arthur se quieren, pero no se desean. De esto se trata nada menos. La película hace estallar el “american way of life”, ese sueño en el que el matrimonio y los electrodomésticos encumbrados por la publicidad en los 50´s compelían a la “felicidad” (Sara Ahmed en su libro La promesa de de la felicidad hace un recorrido esclarecedor al respecto) para decir que el matrimonio fue siempre tan problemático como la sexualidad.

La aparición del personaje de Demi Moore como mujer de mediana edad experimentada y con marido gentil y boludo genera una conversación con Suze en la que ambas mujeres se quejan de que amor y deseo no vayan juntos, aunque luego desespere por no tener ya marido. En La degradación de la vida erótica (1912), Freud habla específicamente de la separación entre la corriente tierna y la corriente erótica. Eso pasa en Please, Baby, Please. Parece que todas fantasean con Stanley Kowalski. Suze quiere que le den una piña en la cara y rezonga del buen trato que le dispensa Arthur mientras que él se apasiona con Teddy y no con ella. La inadecuación con la identidad de género hegemónica se juega desde el inicio. Porque en el campo del deseo hay otro que juega más allá de la identidad. Y ese otro a veces quiere y a veces no quiere. Suze le propone juegos (se pone una botella que oficia de pito, lo arrincona, le pregunta si la ama, se arroja a sus pies suplicando sumisión) que a Arthur lo apabullan. “¡Entra en el juego!” le grita muchas veces. Él no puede entrar porque no quiere, porque no lo calientan esos juegos. Y a la vez a ella tampoco la calientan los juegos que propone en su desesperación ante el desencuentro. Ella se crispa, él se apichona.  Ninguno quiere jugar el juego. Y el sexo es juego compartido, ¿o qué sería, si no?

El amor también está presente en Please, Baby, Please. Hay una escena hermosa donde alguien, en un capullo rosa lleno de flores y párpados de pétalos, canta por teléfono y a los gritos “I don´t want anything since I don´t have you”. Cuando el personaje corta, con todo el rimmel chorreado, le dice a Suze: “Nunca le dije que quería estar sola. Le dije que me dejara sola. Es diferente, ¿no?”. Lo transitorio y lo permanente. Esa línea da cuenta de algo que también le interesa a la película: el hecho de que cada vez que intentamos cernir lo que queremos por medio de la palabra, la palabra tropieza y terminamos con la cara desfigurada por el rimmel que se corre. Con lucidez, Kramer deja en claro que en la aceptación de esa identidad desacomodada pero verdadera -no se puede tapar el sol con las manos- está el punto de partida para jugar con el otro en el campo del deseo. Que ahí arranca el camino.

Please, Baby, Please (Estados Unidos, 2022). Dirección: Amanda Kramer. Guion: Amanda Kramer, Noel David Taylor. Fotografía: Patrick Meade Jones. Música: Giulio Carmassi, Bryan Scary. Reparto: Harry Melling, Andrea Riseborough, Demi Moore, Mary Lynn Rajskub, Karl Glusman, Ryan Simpkins, Dana Ashbrook, Jaz Sinclair, Cole Escola, Jake Choi. Duración: 95 minutos. Disponible en Mubi.

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