
Un nombre puede ser un misterio. Durante muchos años, en entrevistas a actores que comenzaban a ser reconocidos, la pregunta recurrente era con quiénes habían estudiado. Una serie de nombres se repetían, invariablemente: Lito Cruz, Alejandra Boero, Julio Chávez, Gandolfo, Fernandes, Alezzo. Entre esos nombres solía aparecer otro, más enigmático, menos reconocido por fuera del ambiente. El nombre Hedy Crilla era un enigma, un misterio por fuera del mundo teatral. Pasaron los años y el misterio persiste. Quién fue Hedy Crilla. Quién sigue siendo. Qué representa en la formación de actores y en el teatro argentino.
El camino de Crilla recuerda el de Reneé Falconetti (rescatado por Eduardo Cozarinsky en Boulevares del crepúsculo). Pero si Falconetti trascendió dándole rostro a la Juana de Arco de Dreyer, el rostro de Crilla parece haberse perdido en el tiempo. El primer tramo del documental encuentra entonces ese rostro, al recuperar su carrera como actriz en la Berlín de los años veinte del siglo pasado. El misterio comienza a develarse. En las fotos sobrevivientes de esos años. En los relatos de su biógrafa, Cora Roca. En el momento en que su imagen aparece en Madchen in uniform o en Morgenrot. La mujer avejentada en una, la enfermera de guerra en la otra sitúan a la actriz en el contexto de su trabajo en la época. Cuatro películas en un año dan la medida de cómo se transformó en una actriz requerida. El contexto cambia, entonces: Hedy es una actriz, una mujer judía en la Berlín del ascenso del nazismo. La Gestapo yendo a buscar a su hermano, que alcanzó a huir a tiempo eran una advertencia del camino que le esperaba. Escapar del nazismo, paradójicamente, gracias al apellido del esposo del que acababa de separarse era conservar la vida a costo de perder el lugar, la fama adquirida. Hedy Schlichter sale de Alemania y se convierte en Hedy Crilla: la actriz pasa a segundo plano para dar a luz en un rincón alejado de su país natal, a la maestra que vendrá.
El centro del documental está en la segunda parte. Identificada con el título de “La maestra” se desliza desde mediados de la década del cincuenta hasta el momento del golpe contra Arturo Frondizi y la entronización de José María Guido. Se trata de no más de cinco o seis años en los que Crilla pasará del anonimato de las clases en su departamento a ser el epicentro de la transformación del teatro argentino. Ese tramo es recuperado por quienes formaron parte de esa transformación como sus alumnos iniciales, que luego se convertirían, más que en discípulos, en herederos directos del lugar de la maestra. Pepe Novoa, Augusto Fernandes y Agustín Alezzo reconstruyen de manera casi cronológica su pasaje por el Teatro Colonial hasta la necesidad de encontrar nuevos caminos. El relato del encuentro con Crilla resulta el punto de partida para emprender el cambio. Una judía alemana se convirtió de pronto (o no tanto si se lo piensa desde sus antecedentes en el Teatro Alemán contra el Nazismo o en el teatro infantil que propició desde la Hebraica) en la mujer que introdujo una forma de representación diferente en el teatro argentino. “Era otro teatro” señala desde el presente Fernandes. Meses de ensayos rigurosos que dieron lugar a éxitos duraderos. Lo notable (y que el trabajo deja en claro) es la intensidad desatada en ese breve período. Una revolución silenciosa que estalla, de nuevo en el Teatro Colonial de Paseo Colón y que necesitó de apenas un puñado de obras para romper con la herencia declamatoria del teatro español y recuperar el habla del territorio para sentar las bases del teatro argentino.
La palabra como búsqueda. El último tramo del documental profundiza en el período posterior, donde el nombre de Crilla se vuelve referencia. Es el período en el que parece volver a reinventarse. El documental explora, entonces, otras voces. Convoca a otros hombres y mujeres que se formaron con Crilla –y el espectro es tan amplio que va de Daniel Marcove a Helena Tritek, de Héctor Bidonde a Luisa Kuliok-. Lo que aparece ahora en el centro es la palabra, la forma en que trabaja sobre ella, aun cuando no era su idioma original. De los cuadernos de “La Palabra en Acción” como legado esencial a la enseñanza de la diferencia que puede provocar una palabra u otra. “La palabra es aire” dicen que decía. O lo que es lo mismo, la palabra se vuelve necesaria para respirar, para vivir. Arriba y abajo del escenario.
Sobre el final, el documental vuelve sobre lo biográfico, cerrando el círculo que se abrió con la evocación de la niñez y juventud en Alemania. El éxito de “Solo 80” en el regreso a la actuación, el accidente con la fractura en Bariloche y la decadencia física que la llevaron al final son apenas detalles, notas al pie de lo que interesa y constituye el cuerpo central del trabajo. La ausencia física de Crilla y el escaso material fílmico (ese puñado de películas en las que participó a un lado y otro del océano, la recuperación de su corto Barrios y Teatros de Buenos Aires) no solo sostienen la dimensión mítica que las fotos parecen reforzar, sino que predisponen al documental en la búsqueda de relatos que desde la parcialidad puedan construir esa figura huidiza a su pesar. Si el mérito de Hedy Crilla maestra de actores no se limita al rescate o a la biografía pura es porque los entrevistados consiguen dar un registro de la dimensión del personaje por su influencia en el teatro nacional. Pero hay un mérito adicional, que parece pasar desapercibido pero no es menos importante. Y es que a la vez que recupera a Crilla, el documental es también una mirada sobre sus sucesores y en especial sobre Alezzo y Fernandes. Lo que ambos logran iluminar sobre Crilla se vuelve también una forma de iluminarlos a ellos mismos como parte inescindible de ese proceso.
Hedy Crilla (Argentina; 2023). Dirección: Luciana Murujosa. Guion: Mónica Salerno, Luciana Murujosa. Fotografía: Pigu Gómez; Mirella Hoijman. Edición: Luciana Murujosa, Cristina Carrasco Hernandez. Duración: 90 minutos.
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