En las películas de Jia Zhangke es evidente la reciprocidad entre la Historia y las historias, lo grande y lo pequeño, el afuera y el adentro, los movimientos tectónicos que vive China desde hace varias décadas y, como en Esa mujer, una pareja que camina mientras reflexiona sobre su presente amoroso y su futuro posible. Los personajes se mueven en ese momento-visagra que conecta lo que se perdió con lo que todavía no se quiere (o no se puede) abrazar. Pero las historias no están ahí sólo para ilustrar de modo alegórico el vértigo de la Historia. Valen por sí mismas y develan un modo particular de concebir el tiempo. La escena con la que abre la película, y que Gabriel Orqueda describe en su texto de manera precisa, lo confirma. Lo que importa son cada uno de los rostros de los más de mil millones que se desplazan por el territorio, persiguiendo una promesa o escapando de la miseria. Los cuerpos cansados que van hacia el trabajo o vuelven de él.
Esa primera escena, de textura documental, funciona como una capa de apariencia que cubre un submundo integrado por hombres que ordenan sus acciones en función de un sistema de lealtades y códigos que parece, como todo, estar desapareciendo: el jianghu. Qiao, la protagonista, se mueve entre todos ellos. Es la mujer de Bin, el líder, pero tiene una presencia que excede el rol secundario de primera dama. Lo sostiene, lo mira de reojo y desafía a todos con su mirada y su flequillo. Hay en ella, sin embargo, una cuota de tristeza, como si anticipara la serie de acontecimientos que se vienen y que comienzan con la muerte de un líder querido y la aparición, desde el futuro, de un grupo de jóvenes violentos que atacan a Bin, obligan a Qiao a usar un arma y a soportar, solo por disparar al aire, cinco años de cárcel. Al salir, transformada, sin flequillo y con la mirada aún más pesada, descubrirá que Bin ya no es el mismo y que China tampoco. En el cine de Jia, los saltos temporales tienen un peso que no tienen en ningún otro cineasta. Los cortes son abismales porque aluden a transformaciones inconcebibles para una mente occidental. Cinco años chinos son cincuenta años nuestros.
Qiao hace todo lo posible por encontrarse con Bin. Todavía se ilusiona. Cree que hay una razón por la cual no la fue a visitar mientras estuvo en la cárcel, pero quiere escucharla de su boca. Cinco años después de que ella se inmole por él y de que él solo le devuelva una ausencia fantasmática, se encuentran en un hotel mientras la lluvia aplaca todo, especialmente las capas de pasado que los llevaron hasta allí. En medio de una larga conversación que Jia resuelve con un plano secuencia, Qiao se parte en mil pedazos y Bin, después de desconocer la mano que lo salvó, intenta borrar la falta con un ritual de pasaje, un intento vano por eliminar con el fuego lo que la lluvia les está devolviendo. Marca en el suelo de la habitación una frontera simbólica entre el pasado y el futuro, deposita un papel encendido y la invita a cruzar. Ella lo hace, le da el gusto, pero sabe (y se lo hace saber) que los rituales de antes ya no valen nada. El momento es hermoso, sobre todo a nivel sonoro: el papel que Bin enciende y deja en el suelo rápidamente queda en fuera de campo y desaparece de manera progresiva hasta fundirse con el ruido de la lluvia.
Los personajes masculinos que rodean a Qiao, desde Bin hasta su padre, pasando por todos los monigotes que le hacen la corte a su amante, son como niños que se resisten a ver de frente el tren que está a punto de llevárselos por delante. Su padre, al inicio del relato, vocifera desde una radio precaria, como si las viejas luchas tuvieran todavía la misma fuerza o como si el orden que alguna vez prometió el maoísmo pudiera actualizarse de manera mecánica a una realidad inmutable. Bin, mientras tanto, hace lo suyo en relación al mundo del cual fue protagonista: se resiste a verlo desaparecer; antes prefiere desaparecer él mismo. En su texto, Gabriel Orqueda inscribe la película en la tradición del melodrama. Es cierto: la potencia femenina y la debilidad masculina, entre otros elementos, lo permiten. Pero si de juegos hermenéuticos se trata, Esa mujer también puede ser pensada, salvando las distancias, según las coordenadas de otro gran género. La disputa entre el pasado y el presente, o entre los que traen las nuevas leyes y los que todavía sostienen las viejas; las grandes extensiones que parecen dispuestas a ser conquistadas por la fuerza insolente de lo que asume el disfraz de la modernidad; una forma de vida que desaparece y la presencia casi mística de la mujer (basta ver el modo en que aparecen los cielos, nocturnos y diurnos, y especialmente la escena casi onírica en la que Qiao observa un ovni desde una zona que parece abandonada), podrían acercar la película al terreno de un western crepuscular. Aunque no sería, por las limitaciones descriptas más arriba, sumadas a un problema de puntos cardinales, estrictamente un western. Esa mujer deja en fuera de campo lo que define superficialmente al género, al mismo tiempo que le permite operar sobre lo que vemos, como si la circunstancia de que el orden social que desaparece perteneciera al hemisferio opuesto la obligara a reformular sus tópicos. Aquí, el primer plano le gana al plano general, las armas están prohibidas y los momentos en que una nueva civilización hace desaparecer a la otra son absorbidos por saltos temporales implacables y no por escenas de duelo. El personaje de Qiao se podría encontrar con las grandes heroínas que replicaron, dentro de la matriz del western, el estoicismo del melodrama, como la Vienna de Joan Crawford en Johnny Guitar. Aquella obra maestra de Nicholas Ray y esta de Jia Zhangke, desde polos y épocas distintas, se encuentran en una zona común: retratan a mujeres que, rodeadas por hombres violentos e infantiles, tratan de encontrar algo parecido a un horizonte mientras la tierra se mueve.
La nota de Gabriel Orqueda sobre la misma película se puede leer acá
Calificación: 8/10
Esa mujer (Jiang hu er nü, China/Francia/Japón, 2018). Guion y dirección: Jia Zhangke. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Matthieu Laclau. Elenco: Zhao Tao, Liao Fan, Diao Yi’nan, Feng Xiaogang, Ding Jiali, Dong Zijian. Duración: 136 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: