El cine de Jia Zhangke reviste una belleza opaca. El color, cuando aparece en sus formas más puras o estridentes, está siempre enmarcado por un trasfondo gris. El título original de su última película, traducido acá como Esa mujer, nos da una clave al respecto: «Ash Is Purest White», es decir, un blanco puro pero opacado, un color intervenido por el paso del tiempo, que es el límite de las pasiones amorosas para los personajes de Jia. En su cine no hay movimiento, ya sea de cámara o de baile, que no esté precedido por un paisaje desolador, un hecho trágico o una situación desesperante. Todo en sus películas huele a despedida, a fin de ciclo. La melancolía se percibe en el aire; y la nostalgia por el pasado se hace evidente cuando lo político, en tanto avance de la modernidad, interviene sobre las relaciones sociales, que devienen, más temprano que tarde, en una suerte de existencias solitarias y errantes, en un conjunto de cuerpos vencidos y a la deriva, en un presente decadente. Ahí está ese primer plano con el que abre Esa mujer, lleno de caras tristes y cansadas a bordo de un colectivo en marcha, entre las que se encuentra la de nuestra protagonista, Qiao (impresionante, luminosa y bellamente triste Zhao Tao, actriz fetiche y pareja del director); ahí está esa escena en la que su padre, luego de invitar por radio a seguir resistiendo contra el enemigo -en este caso el dueño de una mina de carbón-, queda derrotado sobre la consola cuando la propia Qiao desconecta el cable de la pared. Hay algo de esa situación que recuerda a las películas de Yasujiro Ozu, aunque con una diferencia. Porque en el cine del japonés la resignación y la impotencia ante el mundo que avanza no está nunca acompañada por el peso de lo físico, más bien se trata de un derrotero espiritual, de la pérdida inevitable de ciertas costumbres y tradiciones del viejo Japón. En el cine de Zhangke es el cuerpo, en tanto entrega a una causa, el que se ve avasallado por la occidentalización tecnológica. El refugio en el alcohol suele ser la salida más a mano que tienen los personajes en uno y otro cine.

Con Esa mujer se da una operación similar a la que se daba con Lejos de ella (otra traducción simplificada y alejada del sentido poético, y no menos político, de «Mountains may depart«), la película anterior de Zhangke. Una suerte de lógica formal que se repite y que sostiene lo que ocurre al interior de la historia: a medida que se establece la distancia entre los protagonistas, la extensión del mundo se amplía, pero el formato del plano también lo hace. Sin entrar en especificaciones técnicas, podríamos decir que la imagen cuadrada del comienzo -en ambas películas- deriva hacia un marco rectangular que va en consonancia con el aumento del dramatismo. La diferencia es que en Lejos de ella esta variante formal se alternaba a lo largo de la película, porque la conclusión a la que arribaba la historia, aun cuando fuera irreversible, dejaba lugar para el recuerdo de otros tiempos más felices: un paseo en moto o el eco de una canción bajo la nieve, por ejemplo. En Esa mujer no hay vuelta atrás. La partida es inevitable, y la forma compacta del comienzo sólo vuelve a repetirse cuando el grupo de gángsters comandados por Bin (Liao Fan) observa en el televisor la violencia de The killer, esa película magnífica de John Woo de 1989. Ese momento es central, porque la referencia opera como contraparte de un mundo que para el cine de Jia Zhangke ya no es tal. La violencia estetizada -y ralentizada, a veces- del director hongkonés brilla por su ausencia en Esa mujer. De hecho, es la acción mafiosa la que se omite cuando Bin es atacado en la calle. Basta un llamado para que en el plano siguiente sepamos quiénes fueron los autores del hecho. La violencia queda supeditada, entonces, a la pantalla del televisor o del cine, pero en la ficción de la película la realidad opera bajo formas invisibles. Se lo dice Qiao a Bin: «has visto muchas películas de gángsters«. Y aunque la aclaración está dada antes por la imagen, por la escena que acabamos de citar, la repetición sirve para confirmar la fe del director en el cine, en lo revelador de sus imágenes antes que en el diálogo que lo explique todo. Porque cuando oímos a sus personajes repetir lo que la imagen ya nos dijo unas escenas atrás, situación que se reitera más de una vez en la película, lo que tenemos no es una redundancia o una impericia para narrar, sino la construcción psicológica de unas personalidades tardías y poco reflexivas, que no son, acaso, más que otra forma velada de la nostalgia.

En Esa mujer los cambios de estado son descontrolados, repentinos y vertiginosos, y están dados por el corte antes que por la acción directa sobre un objetivo claro: las dos veces que Qiao toma el arma para disparar, por ejemplo, lo hace sin mirar. Zhangke asume la elipsis como signo de los tiempos modernos, aunque no como modernidad cinematográfica. Esa mujer tiene de película de gángsters lo que las de John Woo tienen de melodrama. O sea, nada. La transición, entonces, es moderna por el aparato que sostiene la historia, pero la búsqueda es melodramática. Y si hay melodrama, hay tiempo. La clave está en el personaje de Qiao, que es doblemente trasladada: primero en micro, como reclusa, y luego en barco, ya liberada. Sin contar el traslado del comienzo con el que inicia la película, que no es un detalle menor, porque Qiao despierta a un mundo lleno de hombres tristes y ese despertar tiene que ver con la lucidez de su personaje: es ella la que no se reconoce como parte del Jianghu porque sabe que ya no hay Jianghu (eso también se lo dice a Bin). Es ella la que entiende cuando algo es demasiado occidental, como cuando observa a la pareja de baile de salón hacer su rutina. Es ella la que reconoce su tiempo y su lugar, y ese reconocimiento no es meramente interno sino que también se traduce en su apariencia: esa suerte de femme fatale silente del comienzo deviene, a fuerza de destierro y desesperación, en una lumpen hablante y persuasiva. Es ella la que se despide del mundo conocido en Las Tres Gargantas cuando baja del barco, confirmando lo que ya estaba presente en Still life (2006): la imposibilidad de seguir comunicándose con el otro. Y no importa si antes de todo esto la vimos bailando YMCA de Village People, porque ese gesto, en apariencia contradictorio, también es parte de su lucidez y completa lo que en Lejos de ella quedaba establecido con la canción Go West de los Pet Shop Boys. A ese rumbo inevitable hacia una tierra de costumbres y tradiciones desconocidas, Zhangke le agrega ahora su carácter religioso, festivo y superficial.

Ash Is Purest White

El sonido y las canciones son importantes en el cine de Jia. Y en Esa mujer el trabajo es simple pero doblemente virtuoso: un tambor resuena alternadamente por fuera de la historia de Qiao y Bin, marcando, más que la importancia de lo que ocurre en cada escena, el cambio de registro y de los códigos que rigen la relación que los une con el mundo. Es una latencia de muerte, es el sonido de un mundo que va rompiéndose en la mirada del director. Por otro lado, con las canciones cantadas en chino dentro de la película sucede lo contrario de lo que pasa con los diálogos antes descriptos, en la medida en que funcionan como clausura de cada acto, como si hiciera falta coronar cada fatalidad con un tono triste, con un poema desgarrado. Lo notable de esa lógica interna (diálogos como repetición de la impotencia mostrada por la puesta en escena, canciones como coronación mítica de la tragedia) es que Zhangke le concede siempre la duración necesaria a esos momentos. Su nostalgia por el pasado se vuelve así un acto revolucionario. El mayor encanto de su cine, su rasgo más conmovedor, y lo que hace de Esa mujer una película extraordinaria, es justamente ese: el de oponer el sentido melodramático, siempre cinematográfico, siempre lejos de la añoranza y el lamento vacuo, a la velocidad moderna del impulso y la improvisación; el de amagar con filmar una de gángsters para terminar haciendo un melodrama político sobre el uso del tiempo; el de permitirse, aun reconociendo la prisa del presente, el tiempo que la tristeza demanda. Sólo después de comprendido esto se puede, finalmente, partir.

Calificación: 10/10

Esa mujer (Jiang hu er nü, China/Francia/Japón, 2018). Guion y dirección: Jia Zhangke. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Matthieu Laclau. Elenco: Zhao Tao, Liao Fan, Diao Yi’nan, Feng Xiaogang, Ding Jiali, Dong Zijian. Duración: 136 minutos.

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