Jorge Demirjian, pintor y argentino, ha muerto. Su muerte, como la mayor parte de su vida, queda fuera de campo. Es apenas un nombre, una ausencia física. Pero esa carencia de fisicidad contrasta con una suerte de omnipresencia que recorre todo el documental. Desde el hecho de que el elemento central del relato es qué hacer con su obra, Demirjian se vuelve una presencia que deambula en las imágenes convocadas por una cámara que vuelve una y otra vez sobre él. Casi no vemos imágenes de Demirjian a lo largo de todo el relato –apenas una breve escena de una filmación en la que se lo ve buscando parte de su obra para llevar a un galerista- y sin embargo está ahí. Como descubre la mujer que va al taller mientras Rodrigo, el hijo de Demirjian, intenta organizar los cuadros y en un momento dice “está ahí”, ante la caja que contiene sus cenizas. Que las cenizas estén en ese lugar, en el centro de su taller, no es tanto la imposibilidad manifiesta de los hijos por saber qué hacer con ellas, sino la confirmación de la presencia entre sus obras.

En un diálogo telefónico con su hijo, Demirjian es contundente. No le importa la posteridad, lo que ocurra después de su muerte. Su obra es parte del momento de la vida, no un intento de sobrevivir más allá de ella. No le importa el destino que se le dé a esa obra que deja y que se acumula en su taller. El planteo no hace más que abrir los interrogantes que se abaten sobre los hijos. Sobre todo Rodrigo, quien al comienzo parece estar tanteando opciones. Consulta a conocidos, a galeristas, piensa en relación al espacio. Las obras se acumulan en un taller en un número que excede lo previsto. La primera decisión es desarmar el taller: un espacio organizado por alguien que ya no está parece perder en esa ausencia su razón de ser. Le sugieren crear una fundación, catalogar las obras, organizarlas. Hay un punto en el que todo parece excesivo y cualquier intento se transforma en limitado: es un doble momento que se articula entre el llamado con el galerista que lo desanima en cuanto al dinero que se puede pedir por una obra de su padre (el “no hay demanda por la obra de tu padre” parece contrastar con la idea de que “cotiza más porque ya no está”) y la escena del remate en el que nadie se interesa por la compra de un Demirjian. Es un quiebre en las intenciones familiares. Los cuadros, a partir de ese momento, comenzarán a acumularse, unos contra otros, en un espacio mucho más limitado. El cuerpo de la obra del pintor queda en una habitación pequeña, atiborrada y cerrada, como si su presencia se volviera un ruido, una molestia que no puede resolverse (y algo de eso se percibe cuando en el tramo final, la esposa quiere irse a Madrid, “porque ahí no está Jorge”).

Sin embargo, puede pensarse a El legado como la búsqueda del hijo de reconstruir una imagen de su padre. La distancia familiar que implica vivir en España y venir a la Argentina cada cinco años, va difuminando la imagen del padre, como en esas imágenes en blanco y negro que transcurren como fondo de los diálogos telefónicos recuperados. En esos llamados, la verborragia del padre se impone por sobre los silencios del hijo. Por momentos solo parecen referir a las consecuencias que la enfermedad produce sobre su cuerpo. Pero en ellos está la imagen de la que parte Rodrigo para rehacer la figura de su padre. Al regresar a la Argentina tras su muerte, es lo único que tiene: un puñado de intervenciones en las que su padre trasciende el diálogo sobre lo cotidiano, mientras va dejando que surjan definiciones sobre el sentido de pertenencia, sobre la obra, sobre la pintura como forma de vida y sobre el camino que cada artista debe construir. Lo que encuentra en la Argentina es lo que completa. Lo dicho no dicho, lo que se expresa en otros modos.

La imagen del Demirjian padre se completa con los cuadros, con los papeles hallados en los fondos de algún armario, con los recuerdos que brotan en el diálogo con su hermana, con el descubrimiento de las películas que filmaba en super 8. Pero el legado allí es físico y lo que resulta evidente es que Rodrigo no sabe bien qué hacer con ellos. Están allí, remiten a su padre, pero en un punto le provocan cierta ajenidad: son una obra de otro, algo con lo que debe lidiar por filiación, pero que una y otra vez parece escapársele de las manos, más allá de la sorpresa o el hallazgo. Dicen algo de su padre, pero lo dicen con menos énfasis que lo que sostiene en los audios telefónicos.

Tal vez porque, en definitiva, no son el mismo. El de los cuadros, el de las filmaciones, el de los catálogos de muestras es Demirjian, el pintor. El del teléfono deja de ser Demirjian para ser su padre. No hay obra en esos audios, pero sí un discurso. Que no es el del artista –aunque por momentos se pueda colar- sino el del padre. Su puesta en escena parece obedecer a la necesidad de comprenderlo, de dotarlo de un sentido. La sucesión de esos discursos va estableciendo un hilo conductor que lleva desde la afirmación argumentada de que la patria de su hijo es la infancia –en tanto éste dice que no se siente ni español ni argentino- hasta el momento en que le señala que “vos tenés que conformar un mundo tuyo”, como un corolario en el que parecen unirse definitivamente la persona y el artista.

De alguna forma, El legado no es tanto lo que parece afirmarse desde un primer momento. No es, en sentido estricto, un legado que se transmite por generaciones, incluso aunque este parezca existir como sustrato del relato (ahí están, en ese taller, las “tres generaciones de objetos” a las que refiere Rodrigo). No es tampoco, la centralidad de la idea de la paternidad que circula a lo largo del relato y que excede a la relación con su padre (el asistente que no conoce a su padre biológico, el amigo que mantiene una mala relación con el suyo, el recuerdo de la muerte del padre de Jorge en un accidente) e incluso al ultimátum que Rodrigo recibe de su pareja para decidir si quiere tener un hijo con ella. Esos elementos, que están allí en el documental, son en realidad, parte de un ensayo para construir ese mundo personal. Puntos de partida, en el mejor de los casos, para correrse del efecto imitativo (la escena con la modelo que posa; la foto imposible entre padre e hijo reconstruida con otra persona) y construir un mundo personal, tanteando a partir de esos materiales para encontrar un camino. 

El legado (Argentina/España, 2023). Dirección: Rodrigo Demirjian. Guion: Rodrigo Demirjian, Kike Costas. Fotografía: Mayi Gutierrez Cobo , Carolina Alvarez, Natalia de la Vega. Edición: Rodrigo Demirjian, Manuel Bauer, Omar Al Abdul Razzak. Diseño de Sonido y y Postproducción sonora: Mariana Delgado (ASA). Música Original: Leonello Zambón. Duración: 90 minutos.

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