1. Movimiento. Recorrer América Latina. Hacer kilómetros por las regiones menos conocidas. Escaparse de las grandes ciudades para sumergirse en esos territorios marginales, apartados, en los que los trabajadores rurales sobreviven desde la organización. Movimientos. Los Sin Tierra en Brasil. El Mocase en Argentina. El Consejo Regional Indígena en Colombia. Territorios que se ocupan, asentamientos, espacios que se reclaman como propios. La tierra en el centro de disputa. Mecanismos de supervivencia bajo la forma de cooperativas, de organizaciones que defienden los derechos de sus miembros. El funcionamiento se ejemplifica cuando la cámara sigue a Aline, en Ribeirao Preto, centro del agronegocio brasilero: no se trata de compartir, sino de contribuir a la constitución de un reparto equitativo de lo producido. Tomar decisiones que beneficien a todos. Una tendencia a un sistema más cercano al socialismo que solo se replica en los otros fragmentos cuando se pone el eje en el conflicto por el agua en Santiago del Estero.

Ya el segundo segmento de imágenes de La educación en movimiento es un montaje en el que se aprecia con claridad que las luchas, las marchas y las movilizaciones no son privativas de un espacio, sino que conforman un continuo que abarca el continente. Las variantes son menores, insignificantes. Las imágenes dan sensación de espacio en común de disputa. En el final, a cambio, una voz en off señala que la fragmentación de ese proyecto, la ausencia de la unificación del reclamo a nivel continental, implica cierta esterilidad: la acción termina tocando intereses o situaciones locales, pero no consigue ir contra el sistema.

2. Educación. Lo que interesa no es, a fin de cuentas, el movimiento por sí solo, sino la forma en que articula con la necesidad del conocimiento. En países en los que la currícula tiende a suponer una igualdad de situaciones y condiciones para diferentes regiones, la idea de apropiarse de la educación para la transformación no es solamente un slogan político: es la puesta en marcha de los mecanismos necesarios para que la educación se adecue a las características del lugar. Si en Santiago del Estero el eje está puesto en la utilización del agua y los derechos al acceso a la misma, en la Escuela Mujeres de Frente de Quito, en Ecuador, lo importante es enseñar a las mujeres que valen por sí mismas –“Yo era una persona que no podía mirar a los ojos de otra persona. Me daba vergüenza porque pensaba que en mi mirada iban a ver que yo no era nada”, dice una de ellas-, y en la Escuela Nacional de Ribeirao Preto lo central es la formación político-ideológica de los trabajadores para elevar su nivel de conciencia social.

Pero donde se advierte una efectiva apropiación de esos instrumentos educativos es en los otros casos que se recorren. En el Centro Educativo de Popayan, en Colombia, se ha diluido la frontera inexpugnable entre maestro y alumno que establece la cultura occidental. El maestro deja de ser la autoridad que posee el conocimiento, cuyo origen se multiplica hacia los niños y los campesinos –es notable el momento en que se relata cómo los niños le enseñan al maestro cómo debe plantar las papas. En Chinore, la educación entronca aún más con la necesidad de cambiar las estrategias que se llevaron hasta ese momento en Bolivia: la idea de educar para descolonizar no está relacionada solamente con el espacio físico, sino con la estructura mental de los jóvenes. No formarlos para que sean empleados de las empresas, sino con un criterio comunitario, en una educación integral en la que los contenidos tengan una aplicación directa en sus vidas. En Lagoa de Mineiro, la lucha contra ese estado que pretende hacer tabla rasa consiguió sus primeros frutos: la inclusión de materias como Organización del Trabajo, Práctica Social Comunitaria o Proyectos de Estudio e Investigación, sacan a lo educativo de la abstracción que se teje desde las grandes ciudades, para hacerla parte de la estructura social de una comunidad.

3. Dudas. La duda que surge es si la misma estructura del documental no abona esa fragmentación de la que se habla cuando se menciona que no se toca el sistema. O, dicho en otras palabras, si no hacía falta un elemento que enlace de manera más contundente el trabajo en diferentes regiones: un documental no va a solucionar los problemas pero puede establecer ideas, posibilidades de acción en conjunto que los mismos actores pueden no ver, enfrascados en su situación particular. Plantear la acción de los movimientos en cada región, sin establecer con claridad el contexto –o dándolo por sentado-, sin mencionar cuáles son los puntos de contacto entre los distintos grupos, parece reducir el planteo del documental a una mostración algo superficial e igualmente fragmentada de la situación.

Por otra parte, la ausencia de grupos de algunos otros países de Latinoamérica –Chile, Perú, Uruguay, Paraguay, Venezuela- no está explicada ni se sabe si allí ocurre algo similar. Esa ausencia de un contexto está dada por la decisión de no contar con una “voz” –oral o escrita- que articule, que salga de la simple puesta en imagen para hacer explícito no solo el punto de vista, sino por sobre todo la lectura que los directores hacen sobre la situación que observan. Hay en La educación en movimiento un margen autoimpuesto por la cámara que no parece atreverse a sobrepasar, como si los directores fueran solamente observadores y no parte de ese fenómeno y de su reproducción.

Incluso el tramo final, dedicado al Frente Popular Darío Santillán, parece no entrar del todo en el perfil del relato. El desplazamiento del campo a la ciudad implica un cambio de problemática que diluye la potencialidad de luchas que son más profundas y están ligadas con la historia misma del sometimiento de los pueblos –“La historia del Brasil es la historia del latifundio” dice una de las directoras de Lagoa do Mineiro, por caso. En ese tramo se desaprovecha la situación del personaje principal, una trans que vuelve a la escuela para terminar sus estudios que la discriminación le habían obligado a dejar. Allí todo se habla y las opiniones se reflejan como un fraseo propio de la ciudad. Basta como ejemplo que la idea de “comunidad” que abrazan las instituciones educativas de los otros países, aquí se reemplazan por una idea más  amplia como la de “pueblo trabajador”. O ver que la discusión en las asambleas es por la llegada tarde de los alumnos y no por los valores o criterios educativos.

El valor del recorrido que impulsa el documental es el de poner en conocimiento de realidades que habitualmente no aparecen en la agenda mediática que consumimos, ni en la de los documentales que llegan a la pantalla. Pero quedarse en la decisión de mostrar es resignarse, casi, a lo descriptivo, a no encontrarle la entidad política e ideológica que el propio tema del trabajo está demandando.

La educación en movimiento (Argentina, 2017). Guion y dirección: Malena Noguer y Martín Ferrari. Fotografía: Malena Noguer. Edición: Gabi Jaime, Malena Noguer y Marín Ferrari. Duración: 89 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: