Para quienes venimos de eras geológicas pasadas, el término “still” nos remite a la botonera de los antiguos reproductores de vhs que permitían congelar la escena en un punto, ya sea para ver algo en detalle o para poner una pausa que interrumpiera el fluir de las imágenes. Esa idea de detención -del tiempo, de la historia- puede aplicar claramente al documental sobre Michael J. Fox, en tanto obra que plantea mirar hacia el pasado desde un presente, pero siendo, paradójicamente, la idea contraria de la vida del retratado. Desde el comienzo mismo del documental, Fox desarma toda posibilidad de quietud. El niño que no paraba de correr en sus primeros años, el que se escapaba de la casa para ir a comprar golosinas, se continúa en el adolescente y el adulto que no puede parar de trabajar -en un frenesí que lo lleva a filmar Volver al futuro mientras seguía haciendo la serie Family Ties, o en esos tres años en los que llegó a filmar cinco películas-. El Parkinson llega en ese momento -Fox parece sentir culpa del éxito brotando en la enfermedad como castigo- para hacerle decir que “No pude dejar de estar quieto hasta que no pude dejar de estar quieto”. La movilidad elegida hasta el paroxismo por la que surge de su cuerpo: un cambio en el descontrol que lo lleva de poner el cuerpo a los requerimientos de una industria en la que se constituyó como una pieza exitosa a que el cuerpo comience a moverse por su cuenta. La condena a un movimiento perpetuo ante el cual no hay freno posible y donde el riesgo adquiere la forma de golpes que pueden terminar en fracturas.

Esa dualidad entre la quietud y el movimiento es explorada por el documental. La mayor parte del tiempo vemos a Fox sentado, respondiendo a cámara, mientras el relato del pasado se vuelve frenético. Por la cantidad de sucesos que se narran pero también por el remarcamiento que hace el montaje de varias secuencias, en especial la de la convivencia de los trabajos mencionados en el párrafo anterior. La vida de Fox se parece allí a un tren de alta velocidad que en algún momento percibe que habrá de detenerse dramáticamente (allí, en Florida, en 1990, en ese inicio con reminiscencias lejanas del Apocalypse now de Coppola). Pero en ese momento se decide mantener la velocidad para hacer como si no sucediera nada, ignorar lo que estaba ocurriendo, esconderlo a la mirada. Lo interesante es que en ese pasaje, Fox introduce los elementos que se ponen en juego y que, como esa máscara de Parkinson que dice llevar, le permitían simular ser otra persona (“El gran deseo del actor es pasar el mayor tiempo posible fingiendo ser otra persona”, dice). Porque para ocultar el movimiento espasmódico y descontrolado había que recurrir a otros movimientos y posturas, a la torsión del cuerpo para simular una normalidad que se estaba escapando. La duplicación de la simulación: Fox simula ser el personaje de Spin City a la vez que simula ser el Michael J. Fox que fue y que ya no existía.

En Still, Fox no finge y el documental no lo oculta. Lo mira de frente pero sin regodearse en el detalle -es notable el momento en que le preguntan a Fox por qué no ha mencionado el dolor físico en la entrevista, a lo que responde “porque no me lo has preguntado”-. Es como si formara parte de la familia y encontrara en ella la clave para registrar al personaje en ese período de su vida (“Cuando estoy con mi familia, no me tratan con pena”), pero evitando convertirse en una película familiar. Still tensiona la relación entre el personaje público -que es quien justifica la necesidad del retrato- y la persona privada -que frena al otro en su vorágine desde sus limitaciones- como una convivencia compleja, no para comprender los efectos de una enfermedad, sino para recuperar el proceso que lleva el personaje. Del actor que aprendió a moverse sobre los escenarios o delante de las cámaras al hombre que debió aprender a moverse nuevamente, con las limitaciones en su vida cotidiana.

Esa tensión es la que estructura el documental. Si, por un lado, tanto el personaje como el documental se alejan del dramatismo y la conmiseración, permitiéndose aliviar la tensión desde la risa -como recuperando la idea del actor que plantea que no hay nada mejor que la risa del público-, como en el gag con Larry David, o desde la utilización que se hace de la música (“Welcome to the jungle” de los Guns’ n’ Roses cuando llega a Hollywood; “New sensation” de INXS cuando empiezan los síntomas del Parkinson), lo que resalta es la forma en que recurre al cruce entre las nociones de documental y ficción, retorciéndolas hasta hacerles decir otra cosa de lo que significaron originalmente.

En primer lugar, lo hace generando nuevos tramos de ficción para trazar una continuidad con las imágenes documentales, que producen el efecto de un relato que empieza antes de lo que puede registrar, por ejemplo, la grabación de un programa de TV o el comienzo de una escena de la sitcom. Ese efecto, además, marca una línea inescindible entre el espacio privado y el público que acentúa la sensación de movimiento continuo del personaje. En segundo lugar, la continuidad se refuerza desde la elección de fragmentos de películas o sitcoms en las que trabajó Fox como si se tratara de repeticiones de su vida real, espejos apenas deformados que le permiten ilustrar el relato creando un verosímil desde la ficción. Pero a la vez esa ficción, a partir del desarrollo de la enfermedad, se vuelve sobre sí misma hasta verse como un documental: deja de importar, en parte, lo que dice el personaje de Spin City y lo que toma el centro de la escena -sin necesidad de ninguna remarcación- es su mano izquierda. La forma en que la mantiene ocupada, la rigidez -de otra forma inadvertida-, los momentos en que el movimiento de la mano se descontrola a pesar del intento de esconderla. Es entonces que el logro más notable de la película es invertir los términos de lo establecido. Si el Michael J. Fox documental de aquella época puede verse como una ficción de sí mismo -un personaje que se construye a partir de la negación y el ocultamiento-, el de la ficción se vuelve el documento inesperado, aún desde la fragmentación de aquello que se quería ocultar y que estaba, en definitiva, a la vista de todos.

Still – A Michael J. Fox Movie (Estados Unidos, 2023). Dirección: Davis Guggenheim. Guion: Michael J. Fox. Fotografía: Julia Liu, C. Kim Miles, Claire Popkin. Edición: Michael Harte. Duración: 95 minutos.

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