Hace unos pocos días murió David Crosby y de eso se ocuparán estas líneas, de intentar escribir algunas cosas sobre alguien que fue un músico extraordinario y una Leyenda durante más de 50 años. Y también, ¿por qué no?, sobre cómo nos afectan y, en algunos casos, nos golpean estas muertes. Lamentar con algo más que un «la pucha» el fallecimiento de músicos que admiramos se hace extensivo y aplicable a actores, escritores o futbolistas (una lista que puede incluir a Spinetta, Mastroianni y el Diego). Y eso habla a los gritos (o a los susurros) de nuestra propia manera y forma de vincularnos con las cosas que nos apasionan.
Pido clemencia por el tal vez elevado grado de inexactitud en datos y fechas, pero en el caso de Crosby no tengo certezas en cuanto a ubicarlo con una cara y un nombre que lo acompañe en un momento preciso. El rastro se torna borroso, apenas marcado por menciones en la revista Pelo o Rock SuperStar (una publicación que sacó Ediciones de la Urraca casi un año antes del exitazo de la Revista Humor), pero creo que la cuestión anda por la primera vez que vi Melody, donde todas las canciones eran de los Bee Gees, de los que éramos fans, menos una: Teach your children…
Retomo algo de estos dispersos datos biográficos sobre David Crosby: fundador de The Byrds, responsable de varios de los mejores momentos de la banda y también culpable de los peores, motivo por el que fue despedido por sus propios compañeros.
De ese despido devino fundar e integrar ese supergrupo sublime que fue Crosby, Stills & Nash, al que después se le agregó nada menos que Neil Young.
Idas, venidas, problemas legales gravísimos (que incluyeron estar preso unos meses), peleas y reconciliaciones con todos y cada uno de sus compañeros, como parte del oleaje embravecido de un carácter tormentoso y autodestructivo, que sus adicciones no suavizaron (en el notable documental Remember my Name (2019), él menciona la cantidad de gente a la que dañó, lastimó o hizo sufrir por causa de su temperamento y de esas mismas adicciones).
Después de años de escucharlos, finalmente Crosby, Stills & Nash vinieron a la Argentina (6 de mayo de 2012) e hicieron una única función en un no muy poblado Luna Park donde me crucé o saludé a León Gieco, Charly García, Raúl Porchetto y Miguel Cantilo, entre otros. Un recital hermoso e inolvidable. Nos cautivó la sobria perfección de Graham Nash, perdonamos algunos desbordes de Stephen Stills y quedamos asombrados por el virtuosismo y la parquedad del señor de bigote y pelambre ingobernable. En algún momento de la noche la barra coreó un «olé, olé, olé/ Crosby, Crosby» y el tipo no sonrió ni nada que se le parezca: apenas llevó su mano derecha al corazón e hizo un ínfimo gesto de agradecimiento. La tribuna se vino abajo…
En 1991, David Crosby apareció en un par de películas: hizo un papelito en el comienzo de LLamarada (Ron Howard) como un hippie al que se le está incendiando la vivienda. Y también hizo una pequeña actuación en Hook (Steven Spielberg), donde su actuación tiene mucho de bufonesca. Y de aroma a pagar cuentas y saldar deudas…
Pero lo que es imprescindible ver es el documental mencionado renglones arriba: Remember my Name (A. J. Eaton, 2019), sobre el que hay una excelente nota de José Luis Visconti publicada en este mismo sitio. Un relato en carne viva, «con heridas que no cierran/ y sangran todavía», como dice el tango. Un testimonio lacerante sobre su vida y un retrato perfecto sobre casi 60 años de trayectoria artística.
Un documental que contiene una frase sabia y sin fisuras, que debe ser la que cierre estas líneas de despedida a un Artista excepcional que murió a los 81 años: «El tiempo es la moneda definitiva. ¿Y cómo vas a gastarla?».
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