El Doctor Tangalanga fue un personaje paródico creado por el humorista argentino Jorge De Rissio, que se caracterizaba por realizar bromas telefónicas a desconocidos. El personaje alcanzó su apogeo popular entre los años 1989 y 2013, llegando a vender miles de copias de sus grabaciones telefónicas. En su largometraje, titulado El método Tangalanga (2022), el realizador argentino Mateo Bendesky se sirve de manera acertada e inteligente de una ficción intimista narrada con las claves de la comedia clásica de enredos (a diferencia del tono de comedia negra que acompañaba al drama familiar en su antecesora Los miembros de la familia – 2019), para narrar la antesala que le dio gestación al personaje humorístico en cuestión.

Ambientada en una Buenos Aires de fines de los años 50 -y que logra transmitir la adecuada dirección de arte-, Jorge Rizzi (Martín Piroyansky) es un típico y desapercibido empleado que trabaja en la producción de fragancias en una empresa de productos cosméticos. De carácter tímido y poco agraciado, se esconde tras la figura de su extrovertido amigo Sixto (Alan Sabbag), ya sea en las reuniones de marketing con clientes como al momento de acercarse a mujeres. Este joven hombre soltero tiene que lidiar además con la demandante intrusión reiterada de su madre viuda.

Diversas casualidades y causalidades confluirán en la creación de Tangalanga: la internación imprevista de Sixto, que lo deja en la empresa al frente de sus funciones con los clientes por orden de su jefe Horacio (Luis Machín); la fuga del perro de Sixto al salir de la veterinaria, que lo conduce al Seminario del Desarrollo de la Personalidad a través de la Oratoria dictado por el “experto” español Conrado Taruffa (Silvio Soldán); el flechazo con Clara (Julieta Zylberberg), la telefonista de la clínica Montes donde se halla internado Sixto y que mantiene un frustrante romance con el director de la clínica Franco Giordano (Rafael Ferro), un hombre casado; y el pedido de su madre Elvira de que le arregle una grabadora que tiene una cinta con una canción romántica que evoca el recuerdo del padre.

Al hablar en público para dirigirse a los clientes y defender el producto (un jabón con aroma a lavanda demasiado concentrado) o al dirigirse a Clara, que lo obnubila con la fascinación que le produce, Jorge enmudece o apenas consigue balbucear algunas palabras, que se vuelven incomprensibles por su tartamudeo. Esta encrucijada es lo que vuelve clave la escena con Taruffa, que evoca aquella de la clase de actuación en la paródica Doble de cuerpo (De Palma, 1985) donde el claustrofóbico actor Scully revela el trauma de su infancia presente en dicho padecimiento. Como allí, a través del trance hipnótico al que es sometido, Jorge manifiesta una escena traumática infantil donde al ser “boca sucia”, una voz masculina y severa lo castiga lavándole la boca con jabón. La sugestión por la voz en la hipnosis le ordena olvidar “el jabón”, resonante con el miedo, y Jorge recupera instantáneamente el habla con fluidez. Pero como ya advertía Freud, antes de inventar el método psicoanalítico, el síntoma mediante hipnosis se supera transitoriamente y retorna. Será por reflejo condicionado -al estilo del perro de Pavlov- que ante el encuentro casual con el tono de la línea de teléfono o del cristal de la copa (similares al tono resonante con el que fue sumido en hipnosis), se desencadene para Jorge de manera irrefrenable la verborragia del chiste, la broma y la rima, no exentas de contenido escatológico. A diferencia de Doble de cuerpo, que tiene como soporte la mirada, Bendesky sitúa claramente como soporte de la temerosa inhibición para hablar de Jorge la dimensión del tono implicado en la voz, más que el contenido en sí de lo que se le dice en la reprimenda. Esta dimensión de la voz emparienta más a El método Tangalanga con Blow Out (De Palma, 1981), que con la mencionada anteriormente.

Por azar, nuestro antihéroe descubre un poder que se desencadena ante estos estímulos mencionados y comienza a grabar sus bromas telefónicas dirigidas a personas generalmente abusivas (como si fuese una suerte de justiciero anónimo), para brindarle un mejor pasar a Sixto durante su internación. A su vez, le permite envalentonarse para seducir a Clara con llamadas telefónicas de un admirador anónimo. Pero hete aquí que el remedio pavloviano encuentra sus límites: sólo se sostiene a condición de eludir la presencia. Los amantes continúan separados, lo cual Bendesky puntúa con acierto al emplear el recurso depalmiano de la pantalla dividida. E incluso la verborrea escatológica desatada le cuesta su puesto de trabajo. El incontrolable verborrágico, suerte de Sindrome de Tourette, es el doble y reverso del tartamudo. Hace falta una vuelta más, hallar una regulación posible.

El éxito de la circulación de las grabaciones entre los trabajadores de la clínica lo conduce a realizar un pequeño show de bromas telefónicas en vivo, situación que termina de construir al personaje paródico con su vestimenta característica. El Doctor Tangalanga es en definitiva un juego de lenguaje: el cruce de una suerte de parodia del médico que trata enfermedades psicológicas, del galán de telenovelas (el “tan galán/tan langa” inserto en el nombre, donde resuena además la célebre telenovela  de Migré, Una voz en el teléfono), y del “boca sucia” de la infancia. Tangalanga es la parodia que desbarata la seriedad de los semblantes que invisten a la autoridad y al macho ganador a partir de hacer surgir el elemento voz que la soporta, produciendo el efecto de la risa. Por otra parte, el personaje de ficción que lo distancia y diferencia de su persona se constituye en el tratamiento que el propio Jorge encuentra para su malestar. Del mismo modo como los superhéroes descubren un nuevo poder o habilidad en ellos mismos (a partir de una mutación genética, de un accidente o un experimento de la ciencia), el camino de Jorge Rizzi es hallar la manera singular de manejar y regular el poder de esa voz liberada que, de acuerdo a su tono, es capaz de tocar los cuerpos produciendo ofensas, pasiones románticas o risas. 

Partiendo de la imperiosa demanda materna y de un padre muerto, más vivo que nunca en su severidad de castigo tras su muerte, esta comedia clásica en el fondo puede ser leída como un coming of age. E incluso como metáfora del recorrido de una terapia psicoanalítica, donde la función del analista (que bien puede ser encarnada por Sixto) no hace sino acompañar al analizante en la aventura de inventar su propia solución frente a lo irremediablemente insabido de la muerte y del sexo femenino.

En El método Tangalanga, Bendesky consigue tramar y transmitirnos (con gracia, belleza y prolijidad técnica) el valor de una ficción testimonial de la que acaso podamos servirnos para encontrar, no sin varios intentos, nuestro singular invento frente al malestar inherente a la vida humana. 

Calificación: 8/10

El método Tangalanga (Argentina, 2022), Dirección: Mateo Bendesky. Guion: Sergio Dubcovsky, Nicolás Schujman, Mateo Bendesky. fotografía: Daniel Ortega (ADF). Edición: Federico Rotstein. Elenco: Martín Piroyansky, Julieta Zylberberg, Alan Sabbagh, Rafael Ferro, la participación especial de Luis Machín, Luis Rubio, Lucía Maciel, Antonella Saldicco, y la actuación estelar de Silvio Soldán. Duración: 98 minutos.

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