Cómo definir un día, cómo separarlo de otros. La organización del tiempo de trabajo lo hace posible. Los días laborables son calcos que se parecen entre sí y que solo se diferencian por las expectativas que cada persona pone en ellos (el lunes como una carga pesada, el viernes como preludio del descanso). El problema se plantea con el domingo. Día único que no reconoce similitud con el resto de los días. Entonces, se lo define por oposición, por la diferencia, por ese momento en el que el tiempo puede ocuparse en todo lo que no se puede hacer mientras se está ocupado trabajando.

De todas formas, un domingo, como cualquier otro día, es una construcción social. Una forma prefijada, pero por contraste con el resto de la semana. Domingo (Pérez Cantón y González de Cap; 2025) toma esa construcción como guía para establecer distancias. Se reconoce como punto de partida para trabajar sobre la explicación de esa función o para desmontarla de una mitología forjada especialmente a partir de las clases medias. Desde el comienzo, la elección de los entrevistados se aparta de esa concepción, refleja un periplo por otros territorios. Un vendedor de churros en un parque público, un botellero que sale con su camioneta, una vendedora de flores en un cementerio. Los tres revelan una cara de los domingos que cuestiona la uniformidad: no solo por sus trabajos, sino porque son los días en que para ellos el trabajo rinde más. “Si a las 11 del domingo tengo la chata llena, soy el hombre más feliz del mundo” dice Alcides Ríos, el chatarrero, resignificando el concepto de felicidad –sobre el cual volverá el documental- y asociándolo a ese momento de la semana que suele ser despreciado.

Cuando los testimonios vuelven sobre aquellos que pueden pensarse como pertenecientes a la clase media, en cambio, hay algo que se desmembra, entre los que arrastran las resacas de los sábados y los que no pueden dejar de trabajar ni siquiera ese día. Si en los otros el descanso, corrido hacia otro día, parece estar implícito como necesidad, aquí se pierde encolumnado en la obligación o la negación. En ellos se vuelve una exploración de la forma en que el domingo se vuelve un día en el que se hace lo diferente. Pero a diferencia de aquellos, a quienes vemos en movimiento, haciendo su trabajo dominical, a estos solo los escuchamos. Es su voz la que relata lo que no vemos, como si esa experiencia de alguna manera vedada, no tuviera la importancia de lo laboral. O como si eso a lo que se refiere, no fuera más que una parte de esa construcción.

Construcción que está hecha de imágenes de la estructura familiar. El domingo como ritual repetido del encuentro familiar, organizado alrededor de la comida. O de la visita a los muertos en el cementerio. Pero en todos los casos, anclada en los recuerdos de niñez de los personajes adultos que no parecen haber podido perpetuar esos gestos. Toda mención, en esos casos, es pasado, como un detrito que se arrastra desde los primeros años de la vida y que queda fijado como estampa normalizadora. La familia como tal no aparece en pantalla, como si fuera innecesaria. O mejor, improcedente a los propósitos de la película. Lo que hay son individuos, memorias y evocaciones personales que van construyendo una idea del domingo alejada de la unanimidad, definitivamente diversa.

Si la familia queda apenas mencionada como pasado y el fútbol –el otro gran protagonista relacionado con el día- desaparece casi por completo (hay solo una mención cerca del final que alude, también en pasado, al sonido proveniente de una cancha cercana), la otra construcción con la que se confronta es con la religiosa. Con la iglesia como otro elemento normalizador de la idea sobre el domingo: el día que no se trabajaba para agradecer al “Señor”. Pero sí es interesante –además de la sinonimia en la palabra entre Dios y el patrón-, la vuelta que propone el sacerdote entrevistado: pensar el domingo como el día que se contempla lo hecho. Porque implica una salida del movimiento de la productividad, para devolver la mirada y observar lo que se ha hecho. Y porque implica una ligazón directa con los modos del capitalismo: el día de contemplación o el día de descanso para que el esclavo siga produciendo. En esa dicotomía que en verdad se superpone es donde la necesidad de producir parece imponerse como registro del pasado y promesa a futuro. Como si todo el tiempo se negara la posibilidad de mirar.

Para desarmar ese paradigma al que está atado el domingo, el documental recurre a dos elementos. De un lado, la decisión de explorar en los entrevistados, la experiencia implicada en lo sonoro y lo olfativo. Establecer diferencias con el resto de los días a partir de los sonidos y de los olores –la música tocada por amigos y los silencios; el asado y los churros- permite desde esa evocación nuevamente ligada a lo infantil, encontrar un trazo del domingo que parece escaparse de la aparente tristeza que trae la tarde. Del otro, apelar a la explicación psicológica para desmontar la escena de “la hora del corchazo” y reivindicar la posibilidad de valorar al domingo. “No es el domingo la nada vacía y triste, somos nosotros”, dice Angel Fernández, para resaltar que el problema no está en el día, sino en lo que se deposita en él. Y la relación con el capitalismo como sistema, regresa cuando se plantea que “la tristeza es un aliado del capitalismo”. Pensar, entonces, que la expectativa no es el descanso del fin de semana sino el regreso al trabajo para que el lunes vuelva a tapar esas carencias. En todo caso, lo que consigue es desmitificar una idea de felicidad transmitida desde la propaganda (“Los que no se deprimen los domingos, ¿son felices?” se pregunta) y cuya única función es realimentar un circuito en el que el único resultado posible es la continua frustración individual.

El domingo, entonces, se ha transformado en otra cosa: ha dejado de ser un objetivo de descripción para el documental y pasa a convertirse en punto de partida. El domingo es en Domingo un nodo que permite pensar los modos de vida sociales, ese conjunto de aspiraciones e ideas cristalizadas que hay que romper para no entregarse mansamente a una dinámica ajena. Y donde el pensamiento más afilado puede salir de la boca de un asador, mientras prepara el fuego: “El capitalismo no va a condicionarme el domingo ni ningún otro día”.

Domingo (Argentina, 2024). Dirección: Julián Pérez Cantón y Lautaro González de Cap. Duración: 65 minutos.

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