La utopía de los gauchos judíos de Gerchunoff, llevada al cine en 1974 por Juan José Jusid, parece hoy agonizar. De aquel cooperativismo fundacional de las primeras comunidades agrícolas de nuestro país, queda la nostalgia y la preservación museística de lo que se constituye como legado histórico. De hecho, uno de los escenarios centrales del pueblo santafesino de Moises Ville, retratado en La Jerusalem argentina, de Ivan Cherjovsky y Melina Serber, es el museo. Eva Guelbert de Rosenthal, directora de su museo “Rabino Aarón Halevi Goldman” constituye uno de los focos centrales de este económico documental. Económico no solo en el sentido práctico del término, sino en su pretensión desde las imágenes. Se trata de un trabajo centrado en la identificación con sus pocos habitantes, en el que el espectador se encuentra con pequeñas referencias a recuerdos, historias de vida, tópicos de la cotidianeidad del lugar y de la identidad judía pueblerina. Guelbert refiere con orgullo al carácter fundacional del lugar; cuenta que allí se construyó el primer cementerio judío de la Argentina, la primera sinagoga; y que ancló el primer rabino. Y, fundamental, la primera cooperativa de Santa Fe, embrión del cooperativismo argentino como concepto de trabajo. “Moises Ville es ejemplo para otros pueblos y otras comunidades en el mundo”, afirma.

Si se ubica el trabajo de Charjovsky/Serber en perspectiva con Los gauchos judíos, resulta notorio el paso y el peso de un tiempo que arrasó con el lugar. Aquella utopía socialista, subjetivada por la esperanza del colono que inaugura una historia, un pueblo, encuentra su consuelo en La Jerusalem argentina como pasado, en tanto preservación de la memoria histórica a través de anécdotas, planos fijos de casas, de instituciones escolares, del teatro, de una panadería, una farmacia, una vieja y preservada sinagoga, y una pequeña iglesia.

Pero es justo desnaturalizar la anexión directa, como si fuera de suyo, de la identidad de este pueblo fundado hace 125 años con la del Estado de Israel. Más allá de las referencia de dos octogenarios que relatan cómo las cuatro sinagogas que había hace varias décadas se llenaban tanto en Rosh Hashaná como en Yom Kipur, y de cómo muchos jóvenes emigraron hacia ese país de Medio Oriente -aunque también a Buenos Aires, Córdoba y Rosario-, quedando hoy en el pueblo el ocho por ciento de la población con respecto a los años cuarenta, la penetración cultural se expresa en dos momentos de la película: uno en el interior del teatro, y otro en el establecimiento escolar primario. En el primer ejemplo, una guía explica la función del Keren Kayemet Le-Israel (KKL), un fondo que recolectaba dinero en Argentina para, supuestamente, plantar árboles en Israel con el objetivo de la reforestación de aquel país. En el  ejemplo del colegio, un plano fijo exhibe banderitas israelíes que cuelgan unidas por un hilo; en otro plano, dos dibujos de un niño pegados en la pared representan las dos banderas -la argentina y la israelí-, una al lado de la otra, o sea anexadas, hermanadas. Sin embargo, tal hermandad no va de suyo: es un forzamiento instituido desde la creación de ese Estado. Los habitantes de Moises Ville son judíos argentinos, y la gran falacia que aquel país beligerante promueve al mundo -judío y no judío- es que son la representación de ese pueblo en la Tierra. Cuando la realidad es que un gran porcentaje de la población judía mundial no se siente representada en absoluto por el Estado de Israel. Por lo tanto, Moises Ville, de “Jerusalem argentina” en sí, no tiene nada. Sí de anecdotario local: lo que sostiene su identidad más genuina.

La Jerusalem argentina (Argentina, 2019). Guion, producción y dirección: Iván Cherjovsky y Melina Serber. Montaje: Emiliano Serra. Investigación: Iván Cherjovsky. Directora de Fotografía y Cámara: Sol Miraglia. Duración: 60 minutos.

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