Doble discurso (Hernán Guerschuny; 2023) pretende hablar sobre política. O refinando el análisis, sobre la política en un país latinoamericano en el presente. Pero como sucede en muchas ficciones, parte de una imposibilidad: decir las cosas por su nombre. No hay que echarle la culpa de esa limitación solo al hecho de tratarse de una producción de una plataforma: en todo caso, esto afecta a la generalización del escenario que apenas tiene unos pocos puntos de anclaje con el territorio real (el uso de la Casa Rosada, las menciones a las provincias de Tucumán y Catamarca). Hay que pensar que esa imposibilidad pueda configurarse como una especie de autocensura protectora: no aludir a partidos políticos o agrupaciones reales para evitar cuestionamientos o juicios. Pero ese artilugio –que está presente en una película que trata sobre un presidente en una cumbre latinoamericana como La cordillera (Santiago Mitre; 2017)- termina desbaratando cualquier verosímil posible y deja a la historia flotando en un espacio intermedio que la distancia de su aparente pretensión política. Como en la película de Mitre, aquí se recurre a desvíos, circunloquios que pretenden zanjar esa distancia desde la alusión: los dos candidatos que compiten por la presidencia de ese país al que no se nombra pero que se supone que es Argentina, pertenecen a partidos políticos denominados “Libertad Ciudadana” y “Frente Progresista Unido”. Uno de ellos es un ex deportista y empresario famoso; el otro, un joven algo cool y pretendidamente popular que habla en lenguaje inclusivo. Unos y otros representan lugares comunes, estereotipos, formas cristalizadas de opuestos que pretenden abarcar la mayor cantidad posible de representaciones políticas del grupo social. Pero no dicen nada de la política como fenómeno en ese país que se supone que es Argentina, ni de ningún otro país. En todo caso, es la reproducción de un pensamiento binario ya establecido y que hace que la trama avance por simple oposición.
La voluntad de eludir a la política como discurso, se manifiesta de manera contundente en tres momentos. Tanto en el acto en el que participa Prat (Rafael Ferro) como en el debate con Kravitz (Alejandro Gigena), las voces están silenciadas, tapadas en un caso por los chats supuestos de Prat con Camila (Julieta Cardinali) y por la música extradiegética. En la entrevista que Camila le hace a Prat, en todo caso, lo que aparece es la percepción que toda la película desarrollará sobre la política: las preguntas giran alrededor de denuncias de acoso, de corrupción, nunca por una textualidad relacionada con la política. Doble discurso tiene una coartada: se presupone que estamos en una película cuyo centro es el detrás de escena, las estrategias para sostener o construir un candidato político. El problema es que reafirma desde ese lugar, aquello que en apariencia observa con ironía crítica. Que la política se vuelve una práctica en la que las palabras quedan reducidas a slogans (Sacrificio/Confianza/Equipo), consignas vacías azuzadas por la experiencia personal (el discurso de Prat en Peñaloza) o respuestas dictadas por un auricular al oído del candidato para que las repita. Entonces, lo que se advierte es que, para sostener la idea del vacío de la política, se procede de modo análogo a vaciar de política a la película. Allí hay un traspaso que se pretende simular ante el espectador: ya no es que los políticos no tienen nada político para decir; es la película la que decide no tomar el riesgo, no expresa una mirada política. Criticar el vacío de la política desde el vacío político del discurso de la película es repetir y perpetuar el esquema.
Lo que no quiere decir que en Doble discurso no haya política. Hay una mirada sobre la política que responde, como se dijo, al binarismo expositivo. Una oposición evidente y burda centrada alrededor de la imagen que proyecta de los dos candidatos principales y su entorno. Prat es millonario, pulcro, exitoso, formal e incapaz de articular un discurso propio –“Contanos por qué te estamos pagando” es la primera frase que le dirige a El Griego (Diego Peretti)-, sus oficinas son modernas y el perfil de quienes lo acompañan es tan juvenil como uniformemente formal. Kravitz es progresista, viste de una forma más cercana al hombre de la calle, tanto su ropa como el espacio partidario están dominados por colores oscuros, habla en inclusivo. Pero esa exposición se disuelve rápidamente desde el momento en que ambos quedan igualados en la circulación impune de dinero en sobres o bolsos. En la política, según se plantea en Doble discurso, no hay política, no se la hace. Lo único que se hace a uno y otro lado de la divisoria de aguas de las agrupaciones es contar dinero cuyo origen se desconoce, traicionar a los propios, negociar con los otros y con el periodismo (que, a su vez, permanece como territorio incólume de la verdad difundida a través de una pantalla). Cuando se produce el debate final, el escándalo termina envolviendo a los dos candidatos por separado a partir de una cámara oculta con el empresario Domenech (Victor Laplace). La única salida, parece decir la película, es el candidato de un Partido Ecologista, un hombre mayor que casi no interviene y del que, como de los demás, poco se sabe de sus planteos políticos.
La política que presenta la película es un espacio de la ética ausente. Esa ausencia es la que le reclama Camila a El Griego, como recuerdo de un episodio del pasado en el que ella confió y fue traicionada -ese recuerdo de los tiempos universitarios parece tender a reafirmar los planteos que hace años hiciera Santiago Mitre en El estudiante (2011)-, y trasladado a un presente en el que se encuentran en lugares opuestos. Hay una escena que pone en el centro esa ausencia como elemento premeditado. Cuando El griego lleva a Prat a un supermercado –un espacio incómodo y literalmente desconocido para el candidato- lo que hace es construir un acontecimiento, transformar un sitio real en un espacio de ficción –nuevamente atravesado por el dinero- pero cuya condición de verosimilitud está dada por la intermediación de una cámara (la del celular) y su constancia para repetir y viralizar. Lo que implica el desplazamiento de la ética es que todo hecho puede forzarse para ser producido pensando en un beneficio a futuro. Pero lo que podría pensarse como instancia crítica resulta validado desde la normalización: lo que sucede a lo largo de toda la película remarca que la práctica es la habitual y no la excepción y de esa manera queda planteada como la regla del juego que todos, y sobre todo la película misma, aceptan para poder entrar en él.
El planteo de Camila terminará volviéndose sobre ella. Presentada como una suerte de periodista estrella y comprometida con la verdad, sus métodos vuelven cuestionable a la práctica. En esa instancia es donde aparece un doble discurso que replica al de la política que se pretende cuestionar. No solo porque recurre al uso de cámaras ocultas –llevando a la exposición a varias personas- sino porque la relación que establece con asesores y miembros de los equipos de trabajo de los candidatos es de un intercambio cuya ética es cuestionable. Lo que comienza con la denuncia a Prat en el programa de TV, termina derivando en una entrevista por conveniencia de ambas partes, pero en especial para la periodista que tiene la posibilidad de entrevistar mano a mano a un candidato a presidente. La cercanía que va estableciendo por vía telefónica con Prat es interesante por las implicancias que conlleva. Por un lado, porque señala el distanciamiento de la política de la calle. Lo que no aparece en la película es la gente a la que la política de esos candidatos va a afectar indefectiblemente. La seducción telefónica es la reducción a pequeña escala de la seducción por redes sociales. Por esa razón, cuando Prat decide que ya es hora de conocer a Camila “en carne y hueso”, la reacción de El Griego es decirle que va a arruinarlo todo. El contacto con el otro ya no es parte de la tarea de seducción propia de la política, sino que se convierte en una relación carnal que podrá devenir en más o menos explícita. La otra implicancia está dada por la frase que pronuncia Miguel Prat (Jorge Suárez): “Si la conquistamos a ella, conquistamos el país”. Hay allí tanto un afán de representatividad (la periodista encarna a la gente, al pueblo, al país) como una consideración exclusivamente mediática: para la política, la conquista de los medios y sus representantes es la conquista del territorio, en tanto su influencia se vuelve central sobre la población. Es en ese planteo como en el del periodista interceptado por Prat al comienzo para que cambie el contenido de una entrevista por dinero, que se revela el carácter innecesario del pueblo, de la gente, que quedan relegados a un fuera de campo continuo, del que solo emergen para emitir un voto ya digitado. El problema, con el personaje de Camila, es que la película la coloca ante la imposibilidad de advertir que es parte de un juego al que se suma por conveniencia, aunque todavía tenga la posibilidad de establecer algún límite.
Puede pensarse que ese retrato de los contendientes en un proceso electoral tiene los signos de estos tiempos posmodernos: piénsese el traspaso de la noción de “revolución” que plantea El Griego, que se reduce a evitar que un determinado candidato sea elegido presidente. Pero más allá de algunas torpezas inesperadas (no tener en cuenta que existe una línea sucesoria ante la muerte de un presidente para completar el mandato, por ejemplo) y de los guiños que no aportan a la trama (desde la repetición de frases de la política real de la Argentina, las “gracias por el fuego” del personaje que interpreta Laplace y las más evidentes, a la estructura y lo anecdótico que refiere a Nueve Reinas), lo que termina prevaleciendo es el discurso que en los últimos quince años se ha repetido y que nos ha traído hasta este presente de negacionismo y autoritarismo disfrazado de promesa de libertad total. Doble discurso aborda la escena de la política para negarla y para sostener su carácter innecesario, en tanto espectáculo dominado por traiciones y dinero ilegal. Pero, además, señala que es allí donde está el peligro y que cualquiera que ose atacar alguna de sus bases está condenado a la posibilidad de ser eliminado (“¿Sabés cómo se acaba el acto de magia? Haciendo mierda al mago”, le dice Miguel Prat a El Griego). Y la prueba de esa apoliticidad es la coda final, en la cual un exilio político es convertido en un viaje de placer a un paraíso para los filatelistas.
Doble discurso (Argentina/EUA; 2023). Guion y dirección: Hernán Guerschuny. Fotografía: Nicolás Trovato Edición: Laureano Rizzo. Nicolás Trovato Elenco: Diego Peretti, Julieta Cardinali, Rafael Ferro, Jorge Suárez y Víctor Laplace. Duración: 113 minutos.
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Lei la reseña de José Luis Visconti sobre mi última película con mucha atención. También con entusiasmo, porque a diferencia de críticas que con cierta pereza arrojan adjetivos y alguna frase sagaz para congraciarse con sus seguidores ávidos de sangre, el texto de Visconti se dedica a pensar Doble Discurso y desde allí la juzga, sí, pero con argumentos. No es poco, y uno lo agradece, en tiempos de consumo fugaz de contenidos.
El problema es que Visconti basa su tesis en la idea de que la película es pretendidamente antipolítica. Justifica este postulado diciendo que la misma “no dice las cosas por su nombre”, y que se trata de «una especie de autocensura protectora: no aludir a partidos políticos o agrupaciones reales para evitar cuestionamientos o juicios.» «Artilugio similar», asegura, «al de La cordillera (Santiago Mitre, 2017)»-, porque «ambas terminan desbaratando cualquier verosímil posible y deja a la historia flotando en un espacio intermedio que las distancia de su aparente pretensión política. Como en la película de Mitre, aquí se recurre a desvíos, circunloquios que pretenden zanjar esa distancia desde la alusión…»
Después de recorrer diferentes escenas para seguir justificando su tesis con razonamientos que encuentro contradictorios (ya iré sobre ellos), sostiene que como Doble Discurso critica de igual manera a ambos candidatos, a la prensa y al empresariado, lo que en realidad hace es abordar «la escena de la política para negarla y para sostener su carácter innecesario, en tanto espectáculo dominado por traiciones y dinero ilegal.”.
Con cierta ansiedad, me anticipo a pensar que estamos ante un doble problema. Uno más bien cinematográfico y otro definitivamente filosófico.
Cuando sobre Argentina, 1985 a Mariano Llinás los kirchneristas le cuestionan que es antiperonista, los antiperonistas que es peronista, y los radicales que falta Alfonsín, y para otros hay mucho Julio Strassera…, su guionista respondió “es que el cine no funciona así”. Eso no sería cine, sería algo más parecido a la propaganda. «Porque una de las de las características de la propaganda es dejar bien en claro qué es lo que está propagando. A partir de que es un objeto que tiene cierta zona de incertidumbre, yo puedo estar a favor de la película.” Coincido con esta manera de pensar nuestra tarea e ideamos Doble Discurso de la misma forma. En términos de arte dramático siempre consideré más interesante, antes que determinar quién es el bueno y quién el malo, bucear en las contradicciones de los personajes, en exprimir los conflictos en tanto -como dice Mauricio Kartun- “todos somos la lucha horrenda y bochornosa entre lo que queremos y lo que se nos opone”. En término dramáticos -y no propagandísticos- la contradicción no es lógica pero es lo que hace particular a los personajes, los humaniza. Visconti preferiría, para que la opinión de la película quede clara y sea “más política» , que se subraye la diatriba directa estableciendo donde está el bien y dónde está el mal.
También es un asunto cinematográfico ya que -a diferencia de Argentina, 1985- Doble Discurso se trata de una historia de amor, en el marco de una sátira política. El diccionario define esto último como «un género literario o artístico que utiliza la ironía, el humor y la parodia para criticar o burlarse de la política, los políticos, las instituciones gubernamentales y las cuestiones sociales y políticas de una sociedad en particular. Su objetivo principal es señalar las deficiencias, la hipocresía, la corrupción o los absurdos del sistema político y poner de manifiesto las contradicciones y los problemas inherentes a él.” Es decir, lo que a Visconti le molesta es el hecho de que sea una película, con un género determinado, que construya personajes y tramas, y no que mediante “artilugios evite aludir a partidos políticos o agrupaciones reales». En el cine vivimos usando artilugios, circunloquios y alusiones, y cuando escribimos guiones solemos pensar que un personaje no es la representación de la persona -como le gustaría a Visconti- sino que tienen una entidad en si mismos. Los personajes deben tener condensación, percepción de una singularidad, pero no dejan de ser figuras poéticas que encierran metonimia, metáforas, paradojas, etc. Es cinematográfico, por último, porque si a algo los guionistas le escapamos como al dengue es a dejar un mensaje o a hacer una denuncia. Que no esté claro ese mensaje intranquiliza a Visconti porque sería negar la política; para mí es afirmar el cine.
Lo que nos lleva al segunda problema: el filosófico.
Visconti sostiene que como la película «iguala a ambos candidatos», cuestiona la ética de la periodista y expone la corrupción de los empresarios, significa que la película tiene un “discurso vacío” y «criticar el vacío de la política desde el vacío político del discurso de la película es repetir y perpetuar el esquema.”. Y que entonces «lo que termina prevaleciendo es el discurso que en los últimos quince años se ha repetido y que nos ha traído hasta este presente de negacionismo y autoritarismo disfrazado de promesa de libertad total. Doble discurso aborda la escena de la política para negarla y para sostener su carácter innecesario, en tanto espectáculo dominado por traiciones y dinero ilegal…”
Más allá de que encuentro como una contradicción atribuir de discurso vacío a una película que pone el foco «en la política actual tanto espectáculo dominado por traiciones y dinero ilegal», me interesa más aún otro aspecto: la idea de que valorar negativamente cómo se desempeña la política actual significaría “sostener su carácter innecesario” sino más bien denunciarla, o que parodiar cómo se presenta hoy la democracia, sería estar en contra del sistema como tal. Creo más bien todo lo contrario.
Pretender que la defensa de la política y la democracia es evitar la crítica hacia ellas, es una falacia. Eso sí se parece al negacionismo. Incluso aquellas veces en que coincidimos con nuestro entorno frente a cualquier asunto, es obligatorio dudar de esas certidumbres para ser vigilantes del sistema. «Si dos personas piensan igual una no piensa», dijo alguien. En la concepción de Visconti, si la película hubiese dejado claro de qué lado está, hubiese sido política. Si hubiese identificado con claridad quién es el enemigo de la democracia, hubiera sido demócrata.
Considero, por el contrario, que justamente aquel «discurso que en los últimos quince años se ha repetido y que nos ha traído hasta este presente de negacionismo y autoritarismo disfrazado de promesa de libertad total”, es el que Visconti dice defender, aquel que con profunda tozudez asegura que el mal está del otro lado de la grieta (no importa cuál sea) y con esa convicción, tranquiliza a su bando. Pero es una convicción solo retórica, ya que no soluciona los problemas de la población, está claro. Y a río revuelto… ya sabemos.
Pero volvamos a las confusas argumentaciones del texto. Visconti dice «La voluntad de eludir a la política como discurso, se manifiesta de manera contundente en tres momentos. Tanto en el acto en el que participa Prat (Rafael Ferro) como en el debate con Kravitz (Alejandro Gigena), las voces están silenciadas, tapadas en un caso por los chats supuestos de Prat con Camila (Julieta Cardinali) y por la música extradiegética. En la entrevista que Camila le hace a Prat, en todo caso, lo que aparece es la percepción que toda la película desarrollará sobre la política: las preguntas giran alrededor de denuncias de acoso, de corrupción, nunca por una textualidad relacionada con la política. “
La escena citada sobre el acto que participa Prat se trata de la puesta en marcha del dispositivo de Cyrano, donde mientras oímos a un intendente dar un discurso relamido (se oye claramente: “..y desde la Intendencia notamos el pulso de una Argentina que sigue avanzando con pavimento, con trabajo nacional, con cloacas…” ) los personajes del triangulo amoroso dialogan en paralelo. Es decir, no creo que la escena “eluda la política”, sino que poniendo en primer plano la trama romántica, satiriza un discurso vacío. Ese, a mi entender, es un comentario político de la película.
La segunda escena, la del debate, los textos no están tapados como dice Visconti. Se oyen claramente parlamentos entre ambos candidatos sobre las acusaciones de corrupción («Ricardo Prat habla de honestidad pero no quiere admitir que él y su primo y jefe de campaña, Miguel Prat, al que vimos llevando dinero en bolsos para los legisladores, son socios de Jorge Domenech!”), tópico sobre el que discurre la trama. Tal vez el autor de la nota hubiese preferido que hablaran de Vicentín, la dolarización o la motosierra de Milei, pero no sería esta película.
La tercera escena citada, la de la entrevista, según Visconti niega la política porque «las preguntas giran alrededor de denuncias de acoso, de corrupción, nunca por una textualidad relacionada con la política”. No se cómo entiende lo “político” Visconti pero si nos regimos por la definición más habitual (actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país), esa preguntas son todos temas centrales.
Por último, casi apoyando mi posición, Visconti dice: «En la política, según se plantea en Doble discurso… (…) Lo único que se hace a uno y otro lado de la divisoria de aguas de las agrupaciones es contar dinero cuyo origen se desconoce, traicionar a los propios, negociar con los otros y con el periodismo. Cuando se produce el debate final, el escándalo termina envolviendo a los dos candidatos por separado a partir de una cámara oculta con el empresario Domenech (Victor Laplace). La única salida, parece decir la película, es el candidato de un Partido Ecologista, un hombre mayor que casi no interviene y del que, como de los demás, poco se sabe de sus planteos políticos.”
Que las agrupaciones cuenten dinero cuyo origen se desconoce, que traicionen a los propios, negocien con otros y con el periodismo, me parecen comentarios furiosamente te políticos. Que la única salida, para la película, sea el candidato del Partido Ecologista, es casi una sentencia electoralista. Aquello de que poco se sabe de sus planteos le hago el favor a Visconti de transcribir aquí solo una linea de algunas de las escenas del debate y de la entrevista en la tv donde el personaje en cuestión desarrolla su posición («Hemos asistido a la evidencia de cómo el capital internacional produce y reproduce a sus representantes y desconoce el mal que le estamos haciendo al planeta… Es decir…: Un pseudoprogresismo que es funcional naturalmente y un neoliberalismo…).
Varios otros párrafos son confusos en sus planteos (por ejemplo: «la política que presenta la película es un espacio de la ética ausente. Esa ausencia es la que le reclama Camila a El Griego, como recuerdo de un episodio del pasado en el que ella confió y fue traicionada, y trasladado a un presente en el que se encuentran en lugares opuestos.”) ya que paradójicamente califica de ausentes temas que él mismo cita de la película. O algunos donde sencillamente hubiese necesitado más atención por parte del autor de la nota («algunas torpezas inesperadas (no tener en cuenta que existe una línea sucesoria ante la muerte de un presidente para completar el mandato)», cuando la película narra una campaña electoral, es decir la elección de un nuevo candidato tras una gestión y no la sucesión durante un mandato.
Cierra Visconti su artículo diciendo que “…la prueba de esa apoliticidad es la coda final, en la cual un exilio político es convertido en un viaje de placer a un paraíso para los filatelistas”. No estoy seguro para Visconti cómo debe ser un exilio político (¿entonces hay política o no? ¿en qué quedamos?). Pero el personaje de Doble Discurso emigra debiendo dejar a su hijo y a la mujer que ama, donde solo le queda el mcguffin narcisista con el que se puso en acción: una tonta estampilla.
El título de la reseña es “La política y el silencio”, y es posible que discrepemos con el autor en ese asunto clave. A la hora de representar y pensar la política en el cine muchas veces el grito más fuerte es un mar caótico de susurros.