En la década del ’90, Casas de fuego (Stagnaro, 1995) puso en foco nuevamente a la enfermedad de Chagas. Lo hizo desde la épica romántica de Salvador Mazza, quien estudió la enfermedad en las provincias del norte de Argentina, hasta dar con aquello que la originaba. Pero su éxito de público implicó un relieve efímero: pasada la ola, el Chagas volvió a ser una enfermedad invisibilizada porque su zona de influencia no se situaba ni en la Ciudad ni en la provincia de Buenos Aires. Una enfermedad de provincias, de gente de campo, pobre, solo podía interesar como parte de la mirada conmiserativa de una centralidad social y política que no daba respuestas ni buscaba soluciones.
Reemplazada por otras enfermedades más expandidas en los últimos años –gripe A, dengue, el retorno del sarampión, el COVID- y focalizadas en los núcleos urbanos, el Chagas volvió a ese lugar original, situado entre la negación y la invisibilización. Es posible incluso que mucha gente la desconozca o crea que fue erradicada. En el documental de Lucas Martelli las cifras exponen ese desfasaje con la realidad. Cerca de un millón y medio de infectados siguen situando a la Argentina como el país con mayor cantidad de pacientes en términos reales y en porcentaje de la población. Las referencias, al comienzo y al final, a las acciones que emprendieron otros países –en especial Brasil y Uruguay- revelan la posibilidad de restringir el avance de la enfermedad a partir de la eliminación de los vectores (las vinchucas).
Lo que explora Chagas orquesta invisible es un camino doble que intenta poner en visibilidad las constantes de la enfermedad. Por un lado, focaliza en la forma de transmisión y en la vida que llevan los infectados. En ese sentido, si bien reafirma algunas constantes e ideas arraigadas –que se trata de una enfermedad preminentemente rural, focalizada en sectores de bajos recursos en provincias alejadas de Buenos Aires- rompe con esas ideas cuando se transforman en prejuicios. Las migraciones han llevado la enfermedad a otros territorios. Los vectores se han multiplicado –el ejemplo de traslado en las palomas al ámbito urbano es preciso al respecto. Los países afectados también. Las madres lo transmiten a sus hijos, que no saben que portan la enfermedad, en muchos casos hasta entrada la adultez. El Chagas deja de ser una enfermedad focalizada en un territorio y una clase social para convertirse en endémica, una globalización que requiere de soluciones de acuerdo a ello.
Por el otro se detiene en la forma en que se pueden articular las acciones ante la enfermedad. La idea del director de orquesta, focalizada en Héctor Freilij, también médico especializado en Chagas, se desplaza de la estructura musical a lo organizativo. La impresión es que la multitud de elementos que se ponen en juego requiere de la organización y el equilibrio en la constitución de un sistema que permita abordar el tratamiento de la enfermedad. Chagas orquesta invisible recurre entonces tanto a los médicos de cercanía de los entornos rurales donde se desarrolla la enfermedad, como a los que la tratan en los núcleos urbanos, de las direcciones y programas oficiales a la intervención de las ONGs; de los trabajos nacionales a los internacionales. Pero esa agenda compleja se observa desarticulada, fragmentada, dispersa: cada sector es una pieza del abordaje que no termina de conectar con otras para constituir un sistema. El documental plantea, entonces, por un lado, la existencia de esos mecanismos y por el otro, la insuficiencia de su funcionamiento por separado. La orquesta en el decir musical está conformada; lo que falta es esa dirección que lleve a los instrumentos a sonar en el lugar indicado.
En ese sentido resulta necesario salir de otro prejuicio: la idea de que este tipo de documentales solo pueden funcionar como descripción de una realidad o como estrategia de denuncia. Lo que reclama Chagas orquesta invisible es ser pensada al igual que la enfermedad, desde una óptica política. El Chagas como una enfermedad desatendida, como se señala en el comienzo es el producto de decisiones políticas que incluyen el desinterés del sector privado por investigar y desarrollar un posible tratamiento y la inacción o la decisión desarticulada del Estado. El Director del Programa Nacional de Chagas es quien puntualiza la cuestión: “La decisión de terminar con un problema de salud pública casi siempre es política”. La política es el Estado. Y el Estado es quien debe destinar los fondos (“Nos falta apretar el acelerador. Y el acelerador lo apretás cuando hay nafta en el tanque”, insiste). Puntualiza esos vaivenes en los que la salud pública es puesta en segundo plano. Rescata las experiencias positivas (la provincia de Jujuy que logró salir de la hiperendemia con un plan consistente y sostenido durante la segunda mitad del siglo pasado) y remarca los retrocesos (las provincias que desarticularon la red de médicos sanitaristas o que no siguen los lineamientos planteados desde el gobierno nacional) para construir una escena en la que solo el esfuerzo colectivo traerá resultados positivos. Su lectura política –incluso cuando no contrasta lo declamado en la OPS con otras fuentes- se actualiza en el presente de desarticulación del Estado que promueve el actual gobierno. Allí está la verificación de la disponibilidad de saberes y elementos. Y también el riesgo de que ese esfuerzo se dilapide ya no solo en la burocracia de un expediente sino en el desarme de las estructuras que puedan contenerlas.
Chagas, orquesta invisible (Argentina, 2023). Guion y dirección: Lucas Martelli. Fotografía: Lucas Martelli, Mario Varela. Edición: Lucas Martelli. Duración: 67 minutos.
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