La directora argentina Kris Niklison, quien fue galardonada con el premio a Mejor Película en la competencia argentina de la edición 2008 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata por su ópera prima Diletante, regresa con su segundo largometraje Vergel, que se inscribe en una línea de continuidad con el primero. Si en Diletante retrataba la cuestión del envejecimiento desde la particular visión de su propia madre, Bela, aquí ya ha mediado el fallecimiento de esta y entonces la directora nos presenta una película que aborda la problemática del duelo con la originalidad que le imprime su singular mirada. Vergel, co-producción argentino-brasileña presentada en la edición del Bafici del 2017, es de una gran fuerza poética que resulta interesante que tenga estreno comercial en Buenos Aires.
Una mujer brasileña, Ana Clara Dantas (Camila Morgado), está de vacaciones en Buenos Aires y es notificada por el jefe de la prefectura naval de que han encontrado el cuerpo sin vida de su esposo. La burocracia de la justicia argentina -un juez debe certificar si fue un accidente o un crimen-, la demora de la entrega del cuerpo para su trasladado a Brasil, y los trámites en la funeraria le imponen un tiempo de espera en el que Ana Clara transita una serie de emociones nacidas del proceso de duelo. Si bien el argumento es sencillo, lo original es la belleza con la cual está narrado. Niklison economiza los recursos de producción, centrándose en una única locación (su propio departamento), y logra un máximo de efecto a partir de la fotografía, los delicados encuadres y una dirección de arte atenta a detalles que, de esta manera, cobran un valor simbólico interesante dentro de la trama.
El duelo fue definido por Freud como el proceso por el cual el sujeto en duelo debe retirar la libido que había depositada en el objeto de amor que ahora está perdido. Esta libido, que retorna al yo luego de un proceso de deshacimiento que se cumple pieza por pieza pasando por cada uno de los recuerdos del objeto perdido, al finalizar este trabajo quedará liberada para investir un nuevo objeto de amor. Así veremos cómo esta mujer pasará del rojo pasión de su vestido en la escena del comienzo -en la cual la directora se acercará mediante el zoom a su rostro, apelando ya a la cuestión de las emociones implicadas-, al celeste triste de su camisolín, con el cual deambulará por el departamento, para finalizar con un blanco vestido, que alude a una transformación, a una sanación y a una purificación, con el cual retornará a su país cuando el tiempo de espera haya finalizado.
Resulta consistente con la lógica del duelo que Ana Clara, debido a los aspectos burocráticos, quede en un compás de espera, recogida en ese departamento que se ha tomado como única locación. Durante el trabajo del duelo, el mundo exterior pierde todo su interés, puesto que el sufriente queda colocado al servicio de poder realizar dicho recorrido psíquico. Lo interesante de este tiempo de duelo es que, si bien en apariencia parece un tiempo estático, está en continuo movimiento en tanto trabajo interior: siempre van despertándose recuerdos y emociones. En este punto, cobra especial valor simbólico ese vergel que se despliega en el amplio balcón, que abarca toda una esquina, adquiriendo el estatuto de un personaje clave en la película. El jardín que allí se despliega es reflejo del interior de la mujer, parece que está quieto en ese tiempo de espera, pero bullen allí dentro distintas emociones: angustia, enojo, tristeza, deseo, que irán apareciendo, creciendo y desplegándose o extinguiéndose.
El vergel será el elemento que servirá para establecer la relación entre Ana Clara y la vecina (Maricel Álvarez) del piso inferior, quien viene en reiteradas ocasiones a regar las plantas. A partir de ahí irá desarrollándose un vínculo entre ambas, que la llevará al despertar de su deseo sexual y a encontrarse con un aspecto desconocido de sí misma. El vínculo entre la protagonista y la vecina da cuenta de cómo se entrelazan la pulsión de muerte que es Ana Clara en ese momento, desmotivada, llena de ira y angustiada; con la pulsión de vida, encarnada por la vecina, que se mueve radiante y sensual. Este aspecto está muy bien logrado en la escena en la que en el momento del orgasmo en la masturbación, mientras es filmada por la vecina con la cámara con la filmaba a su esposo, se suscite en ella la angustia y la culpa en relación a quien ya no está. Aquí es interesante el juego con la idea de que el orgasmo en francés es expresado como “petite mort” (pequeña muerte).
El jardín del balcón, por otra parte, también puede pensarse como metáfora de ese paraíso perdido, en las escenas en las que aparecen los recuerdos del esposo; pero también del paraíso encontrado, cuando despunte la atracción por la vecina. Y otro elemento importante es el del agua que continuamente riega las plantas, el agua que se convierte entonces en símbolo de una limpieza interior, de un nuevo renacimiento. Además Niklison emplea acertadamente el juego con la luz y las sombras, aprovechando el contraste que le brinda el atardecer y la oscuridad de la noche en la propia locación. Eros y Tánatos en una danza en que se entremezclan o se repelen con mucha belleza.
La vecina es el único contacto directo con una persona concreta, de carne y hueso, que tendrá Ana Clara. Los otros vínculos estarán mediados por los recuerdos, imágenes filmadas o ensoñaciones que tiene de su esposo (André Caldas), por las llamadas telefónicas con su familia en Brasil, con el agente de prefectura (Daniel Fanego), con la empleada de la funeraria, con el hombre de tono entre agresivo y lascivo que llama reclamando el pago de un tequila (Daniel Aráoz), y por su particular mirada desde el balcón hacia el exterior, dirigida hacia la pareja de vecinos viejitos en un balcón vecino, hacia el hombre anciano que tiende la ropa en una terraza, hacia las jóvenes que tomen sol en otra terraza, hacia los niños que jueguen con pistolas de agua, hacia el misterioso hombre de enfrente que toca el piano por la noche o la fiesta alocada que suceda en otro departamento de enfrente. Las imágenes están tan magistralmente logradas, desde lo fotográfico, desde el uso de la luz, y la puesta en escena y la música (que a veces aparece fuera de la diégesis y otras desde la diégesis misma)serán tan acertadas que crearán para el espectador esa sensación de difusión de los límites entre la realidad y la imaginación, de entrar con la protagonista en cierto borde de locura, que es característico de la perturbación emocional propia del proceso de duelo.
Vergel es una película que con un minimalismo desde el argumento y los recursos de producción, y sin caer en subrayados, explota al máximo la potencia sensorial, estética y poética de las imágenes, y explora la crisis que supone el tiempo del duelo, no solamente desde su costado trágico, sino como experiencia de descubrimiento y trasformación. Del mismo dolor, vendrá un nuevo amanecer.
Aquí puede verse la entrevista realizada por Carla Leonardi a Kris Niklison, directora de Vergel:
Vergel (Argentina/Brasil, 2017). Dirección: Kris Niklison. Guión: Kris Niklison. Fotografía: Kris Niklison. Montaje: Kris Niklison y Karen Harley. Elenco: Camila Morgado, Maricel Álvarez, Daniel Fanego, Daniel Aráoz. Duración 86′.