Música como montaje. El documental Candomberos de dos orillas de Ernesto Gut, tiene los elementos que necesita para ganar el Premio del público. De hecho, lo ganó en el Festival Internacional de Cine Documental 2018 de Documentalistas de Argentina. Dicho galardón lo deciden espectadores que votan su película de preferencia en el marco de las jornadas. Y la sensación con este material es la de un entramado pensado desde lo popular. Posee todo para que entremos cómodamente a la hora cincuenta de duración. Un elemento clave opera como nexo perceptual en casi la totalidad del material: la resonancia del candombe mismo. La materialidad que ofrece ese contundente y permanente sonido posee todo para instalarse plácidamente en el público, entre testimonio y testimonio de los hacedores del candombe. Sonido que acompaña todo el tiempo, operando como forma de montaje: es a través de esta percepción que se promueve la familiarización con el mundo completo de la película. Y en sendos pasajes del material, sobre todo cerca del final, esa fiesta gobierna sin mediar palabra por unos buenos minutos. Resulta por lo tanto difícil abstraerse de lo envolvente del microclima.
Tradiciones. A pesar de que el entramado narrativo de Gut se apoye más que nada en testimonios, por medio de los cuáles aparecen los protagonistas de la historia y el presente de esa música del Río de la Plata. Un dato: dichos testimonios son casi exclusivamente de hombres. Porque el candombe se reparte tradicionalmente con los instrumentos de percusión para los hombres, mientras que el baile se encuentra destinado a las mujeres. Las últimas imágenes de Candomberos de dos orillas, encuadra a una mujer bailando en medio del universo de percusión que la rodea.
Contextos socio históricos. La música e investigadora Chabela Ramírez – único testimonio femenino de la película- proporciona data fundamental para comprender el contexto socio histórico. Desde Montevideo, en la Casa de la Cultura Afro Uruguaya, habla de los “barrios de exclusión” (social), donde comenzó el candombe en el país hermano. Pero Ramírez aclara que el momento originario del candombe no fue en Uruguay: “Acá hay un tema que es básico, que es la espiritualidad del pueblo africano”. Y destaca que, si bien hoy se lo piensa como un ritmo alegre, en sus orígenes africanos el candombe fue “un grito de libertad” contra la esclavitud. El testimonio de la investigadora es uno de los más políticos de una película, que se apoya en relatos en general breves, vinculados entre sí al modo del documental lineal, y con algunos breves momentos con imágenes de archivo de antiguos documentales en blanco y negro sobre el candombe de los sesenta, como el de los festejos del carnaval de Montevideo en 1966.
Candombe como identidad. La palabra central es la de esos afrodescendientes uruguayos que recalaron en Argentina a principios de los años setenta. Así como el siglo diecinueve es el que se caracteriza por la esclavitud – y el surgimiento del candombe – la dictadura uruguaya se filtra en los testimonios sobre aquella década del siglo pasado, en relación con la vida de cada uno. En tal sentido, resulta especialmente movilizante el del luthier Juan “Candamia” Prieto, que mientras arma un tambor cuenta que militaba en el Partido Socialista y que cayó preso dos veces en Uruguay. “Me vine, primero solo y después con mi familia. Extrañaba mucho… no era mi lugar este. Ahora sí, lo tomo como mi lugar porque tengo hijos argentinos…”
Las entrevistas descubren una galería de seres con la historia inscripta en sus rostros, en sus gestos. La mayoría entrañables. Como el músico Artigas Martirena, quién seguro y enfático en cada una de sus afirmaciones recuerda su antiguo hogar: el conventillo Mediomundo, en Montevideo. Tanto éste como el club de fútbol que funcionaba dentro y el barrio mismo eran lugares de contención para aquellos niños. “Una niñez – recuerda- sin contar las necesidades, tan maravillosa…”. La carencia como tema está presente todo el tiempo. Pero los candomberos históricos parecen convivir armónicamente con aquellas privaciones, como si ese conflicto fuera cosa del pasado. Van apareciendo, entre risas y sonrisas, alusiones a la única comida diaria, o a los primeros tambores para los niños, “de lata o de cartón”. Ricardo “Guaviyú” Montoro, refiere a viejos tiempos donde trabajaba muy duramente en barcos en La Boca, donde solía terminar bañado en petróleo. Pero el eje es el candombe, no solo del documental, sino de todas estas vidas. La música los ayudó a no solo a sobrevivir, sino a subjetivarse, a pensarse a sí mismos.
El candombe no es para cualquiera. Desde ese orgullo que brinda la pertenencia, de la sensación de exclusividad del conocedor del oficio, Martirena pregunta retóricamente, desde el primer plano de Gut: “¿Ustedes piensan que cualquiera se colgaba el tambor?”. Y sin dudar, asegura: “El candombe era más explícito antes, sí. Y más entendible, sí. Esto estaba hecho por gente que entendía muy bien lo que estaba haciendo. Y no tocaban el tambor: hacían candombe”. Un candombe que – recuerda otro músico, Jimmy Santos – comenzaba con un rito de iniciación que consistía en encender un fuego alrededor del cual se instalarían los tambores principales de la banda, y se los cuidaba. Con respecto a la entidad de los instrumentos, en medio de una clase al aire libre en La Boca, el profesor Pablo Prieto refiere a la interacción entre tambores de una misma banda como un “diálogo” entre ellos.
Folklore, tradición, historia y política: los cuatro ejes del relato de Candomberos de dos orillas. Aunque su mayor potencia radica en la percepción de una música que nos rodea, y lo que menos hace es pasar desapercibida.
Calificación: 7/ 10
Candomberos – De dos orillas (Argentina; 2019). Guion y dirección: Ernesto Gut. Duración: 110 minutos.
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