El comienzo y el final de Amanecer en mi tierra pueden llamar a confusión. Uno y otro enlazan diferentes testimonios como si se tratara de una apócrifa publicidad, en la que se señala las virtudes y logros en la concreción de un barrio en las afueras de San Martín de los Andes. Las características comunitarias y multiculturales que asume el proyecto parecen estar señalando una desviación saludable de las políticas de vivienda, asumidas en este caso como algo propio por los miembros de la comunidad. Hay, en ambas instancias, la suficiente dosis de optimismo y esperanza que trasunta cualquier intento de afirmación propia de cara al futuro.
Pero lo que le interesa al documental no es justamente ni el comienzo ni el final. Están puestos allí como un paréntesis que contiene el resto de las imágenes y que no les permite que desborden esa frontera del proyecto esperanzador. De hecho, se desinteresa tanto por mostrar cómo fue el origen del proyecto como su conclusión: cuando la película comienza ya hay casas construidas y cuando termina aún restan finalizar otras tantas, y la única mención hacia el pasado tiene que ver con la creación de la Cooperativa de Vecinos sin Techo, que se remonta a 2001 y a la ley nacional que devolvió las tierras en posesión del ejército a los pueblos originarios en 2011.
Lo que importa en la película de Ulises de la Orden es describir el camino, más que la constatación del punto de partida y de llegada. Y ese camino no está particularmente hecho de un cemento liso y prolijo: es un camino pedregoso, con subidas y bajadas que amenazan una y otra vez con desarmar el proyecto completo. Las ideas que se desgranan en la apertura, en esa entrevista que el representante de la Cooperativa da a una radio de la zona (el barrio autosustentable, la relación entre las comunidades originarias y los nativos argentinos, la búsqueda de la soberanía alimentaria y energética, la creación de un sujeto social de cambio) se revelan en todo caso, una expresión de deseo, un horizonte hacia el cual dirigirse, más que una constatación precisa.
Ya en la primera asamblea de la cooperativa que se pone en pantalla, aparecen los problemas: la referencia al freno en el programa de viviendas experimentado con la asunción del nuevo gobierno nacional en 2015 y el encarecimiento de la tierra para los trabajadores en una zona de fuerte atractivo para la inversión extranjera por el turismo, aparecen como nubarrones en el horizonte del proyecto. Pero también están marcando uno de los ejes por donde pasará el relato: la forma en que las decisiones de la política nacional terminan repercutiendo en los actos individuales o grupales en pequeñas comunidades. Como esos proyectos están atados a la financiación estatal, cualquier modificación en las reglas de juego produce la posibilidad del naufragio. Naufragio que se hace evidente, posible, palpable, cuando en el tramo final un concejal asegura que el proyecto del Barrio Intercultural se ha caído –de nuevo, a partir de la firma de un decreto del Poder Ejecutivo Nacional- y que todo lo ejecutado hasta ese momento habrá sido en vano. O peor, para beneficio de los negociados en los que se señala a miembros de la política local.
Pero a la par de ese trasfondo político que circula por debajo de todo el relato y que solo se pone en primer plano en momentos específicos –por ejemplo, en la reunión del Concejo Deliberante, en la que se acusa a los desarrolladores por especular con la situación de esos proyectos ante la mirada muda del presidente del cuerpo-, lo que ocurre en Amanecer en mi tierra es otro tipo de conflictos que van involucrando la dificultad de llegar a aquellos objetivos que se enuncian con apasionamiento. El robo producido en uno de los depósitos de la Cooperativa, la discusión y el entramado burocrático que debe sortearse para conseguir el ingreso del transporte público en el barrio, la imposibilidad de reestructurar el contrato original por el incremento de los costos y la necesidad de completar un 75% de la obra para conseguir el siguiente desembolso de dinero de parte del Estado, aparecen como obstáculos que exigen correrse del foco central –la construcción de las casas en sí mismas- para desplegar fuerzas en otros territorios.
De todas maneras, el conflicto que permanece y se sostiene en el relato, va más allá y se conecta con la misma idea de interculturalidad que propone el proyecto. La circulación de los reclamos entre las dos partes involucradas se intensifica, repitiendo el esquema en el cual se pierde de vista cuál es el verdadero contrincante. Los Sin Techo acusan a las comunidades originarias de llevar a sus animales, especialmente los caballos a las casas. Las comunidades originarias señalan a los Sin techo por la profusión de perros y por la velocidad a la que van los autos. Uno acusa al otro de tomar siempre las decisiones y poner los tiempos; el otro a su vez, replica que los otros se toman demasiado tiempo para decidir. El punto de disputa se hace aún más intenso cuando un grupo de los trabajadores decide marcharse por un tiempo para trabajar en una construcción fuera de la ciudad. Lo que trae el beneficio del dinero para ese puñado de trabajadores implica la posibilidad del descalabro del proyecto, en tanto no hay tiempo para que otros aprendan el oficio y los reemplacen. Lo que se pone en tensión en ese momento es la disputa entre lo colectivo y lo individual, entre la apuesta comunitaria y la dispersión que implica el proyecto de cada individuo.
Lo interesante de Amanecer en mi tierra está allí, en ese espacio que habitualmente se oculta o se deja en segundo plano, en aras del encolumnamiento detrás de una idea o proyecto: las diferencias, el agotamiento, la forma en que las ideas del exterior se mezclan con las de un grupo para desactivar lo que en definitiva es un acto de resistencia política. Es esa dificultad para llegar al destino lo que hace el camino y la valoración del resultado que se obtenga. La historia que hay detrás de cada casa y del barrio completo es lo que quedará en quienes lo habiten. Lo demás son solamente números que el tiempo se llevará más temprano que tarde.
Calificación: 6,5/10
Amanecer en mi tierra (Argentina; 2019). Dirección: Ulises de la Orden. Duración: 80 minutos.
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Ese tipo (Ulises Dela Orden) tiene aceitadísimo su mecanismo para embolsar guita estatal y presentarse socialmente como «cineasta».
1) Asociarse a alguna universidad pública para presentar uno o dos proyectos por año al INCAA (a ser dirigidos por él, obvvvveo).
2) Elegir temas bienpensantes (agroecologia, indios, etc) y abordarlos desde un enfoque hiper convencional.
3) Filmar dichas películas del modo más simple, express y pajero posible (cabezas parlantes a morir y mucho paisajito bucólico).
4) Proyectar las peliculas en escuelas (escuelas primarias o secundarias, no vayas a creer que en escuelas de cine) y lograr mediante algún funcionario amigo que el Incaa le reconozca esas proyecciones como estreno industrial para cobrar todo el subsidio, y de ese modo ahorrarse la odisea de conseguir salas para proyectar la película, promocionarla, etc. Y ni hablar de calentarse porque sus 636483637 películas no entran en ningún festival, ni se las compra ninguna OTT, ni se las pide ningún centro cultural. ¿Para qué? «Estreno» caserito y clinck caja.
5) Repetir los pasos anteriores una y otra y otra vez (van a ver que en 25 años sigue en la misma).
Cordiales saludos
Muy interesante la descripción que hacés. Y creo que refleja muy bien el proceder de De la Orden. Un CHANTA de pies a cabeza.
«Amanecer…» una poronga. Y hay otras de este señor de las cuales vi pedazos en INCAA TV y eran malísimas también.