Atención: Se revelan detalles del final de la película.
A veces escribir sobre una película es más complicado de lo que parece en un principio. Aire libre de Anahí Berneri tiene dos textos a favor en Hacerse la crítica, dos muy buenas notas de Paula y Gabriel, que señalan virtudes de la película y cuentan sus impresiones sobre ese instante en la vida de Lucía (Celeste Cid), Manuel (Leonardo Sbaraglia) y su pequeño hijo -Maximiliano Silva, todo un hallazgo ya que gran parte del relato reposa en su calidez y naturalidad frente a cámara-, fruto de esa pareja en lenta descomposición. La película funciona, el relato fluye con claridad, nada parece estar fuera de registro, todo está prolijamente resuelto. La elección de Fabiana Cantilo como la madre de Lucía es un gran descubrimiento, un bautismo inesperado que ella sortea con holgura y nos entrega con un excelente registro minimalista, explotando los silencios que mucha veces suenan más que mil palabras. Fabiana, la heroína del rock nacional ahora recuperada de sus excesos, ocupa el ancho y el largo de la pantalla, su imagen curtida en las noches de los 80 proyecta el carácter y el temple de aquella que fue y volvió desde allá lejos, desde lo profundo.
Sin embargo, hay algunas decisiones que toma Berneri que condicionan su película. Manuel es un arquitecto que labura en la constructora de su padre (oscuro personaje), donde se ocupa de llevar adelante la marcha de una obra en construcción. Luego del accidente de un obrero, Manuel comienza a asistir a la familia en lo que pueda necesitar y, en esas sucesivas visitas, el relato insinúa fuertemente una tensión sexual entre él y la esposa del obrero accidentado. Hay algunas escenas más en esa dirección que después se diluyen en la nada. Esa tensión no resuelta instala una moral en el personaje masculino que genera antipatía y anticipa a un canalla en potencia.
Además, tiene un “amigo” (el Turco Naim) con aire a chanta y que acaba de invertir en un boliche. Manuel no puede resistir el estímulo y se asocia; cae en la tentación y concurre al lugar con su hijo de siete años que, en un primer momento, se encuentra excitado con la música fuerte y el ambiente alborotado, para más tarde quedarse dormido en un sillón mientras el padre se hace el galán a fuerza de tragos. Mientras tanto, Lucía está en una especie de letargo, pensando en su nueva casa, buscando refugio en su casa materna y cantando con su hermano. El relato nos muestra, en una misma noche, que la pareja se es infiel simultáneamente exponiendo al espectador a una manipulación innecesaria.
Para coronar una noche animando sentimientos en extinción, Manuel y Lucía se van a un telo y, después de las provocaciones de Lucía, Manuel la termina violando, cerrando un perfil violento e inesperado. Una escena de violación es excesiva para el tenor del cuento.
Para terminar, la pareja se deja olvidado a su hijo en la casa que están refaccionando: abstraídos en su reyerta se dejan al pibe toda la noche, lo que provoca una real y legítima angustia por el estado de la cosas. El problema radica en la decisión de subrayar ese peligro con la presencia de un perro vecino, muy agresivo y con la posibilidad en off de que el niño sea lastimado. Por suerte hay un final feliz para esa situación y abierto para la película. Pareciera que Berneri no confía en el relato y decide presionar en ese final con sabor amargo.
Aquí se puede leer un texto de Paula Vazquez Prieto y otro de Gabriel Orqueda sobre la misma película.
Aire libre (Argentina, 2014), de Anahí Berneri, c/Celeste Cid, Leonardo Sbaraglia, Fabiana Cantilo, Máximo Silva, Erica Rivas, Marilú Marini, 95′.
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