* En el principio hay un hombre enfermo. Y un hijo que retorna. No hay precisiones sobre tiempos transcurridos. “Un día simplemente no volvió más”, recuerda el hijo sobre el inicio de la distancia con su padre. El regreso del hijo en 2016 coincide con un punto álgido del deterioro cognitivo que llevó a su padre a la pérdida de la memoria. La única memoria del padre son las filmaciones familiares del pasado, y es allí donde el hijo mira, buscando esas “imágenes mudas que hay que hacer hablar”. “Poner en imágenes lo que no se puede poner en palabras”, dice Prividera, el hijo, desde el off, sabiendo que allí está lo poco que puede rescatar de su padre. La memoria familiar de Prividera, marcada por las filmaciones caseras, vuelve una y otra vez, no solo en su padre sino sobre su madre, Marta Sierra. Lo que dice alrededor de ella termina replicándose en el padre: “No quería oír versiones ni retratos ajenos. Tenía las imágenes para recuperar el movimiento que no recuerdo”.
* “Todas las películas familiares se parecen” dice Prividera, en tanto devuelven la imagen de un tiempo muerto. Es la reconstrucción que permiten de la historia personal como sucesión temporal lo que las diferencia, lo que las devuelve como documento. La referencia al cine primigenio y en particular a los Lumière no es solo comparativa, sino que permite comprender esa trasposición de lo localizado en lo familiar a un proceso de evolución en el que interviene el tiempo para darle otra dimensión. Y también restablece un modo de mirar: si las antiguas películas familiares miraban hacia afuera, intentaban registrar un espacio o un momento desde una mirada particular, con el tiempo se ha vuelto sobre sí misma. No hay mirada en el presente, en tanto la preminencia del autorretrato la elimina. La pregunta que queda flotando y que no se formula es quién podrá recuperar esas imágenes en el futuro como posible documento de algo, si solo hay retratos, si no hay contextos ni relaciones que establecer. En todo caso, esa anulación de lo histórico es una parte del proceso que completa el flujo de imágenes de los medios, que solo pretende “contrarrestar toda resistencia”.
* “La memoria no es un depósito, es un campo de batalla” señala algo más adelante. Y esa frase rebota en otra, específica, referida a su padre: “Mi padre había hecho todo lo posible por olvidar”. Esa es la batalla librada por el padre, entre el deseo de olvidar y su imposibilidad como totalidad. Entre la retracción hacia lo privado que establece después del golpe de 1976 y las anotaciones azarosas que llenan cuadernos con nombres en una relación inexplicable, la misma relación inexplicable de ese otro cuaderno cifrado del que se ha olvidado el código. La memoria del padre es un fragmento de huellas que ha dejado dispersas en forma de cuadernos y películas familiares vaciados de sentido. Es la resistencia de lo que aún persiste como elemento físico. Pero es también un gran enigma en el que hay que encontrar el código que les otorgue significación. Hacer que las películas hablen. Hacer que las anotaciones digan.
* Hay una escena en la que Prividera tiende un primer puente entre la memoria del padre y la memoria del país. En el comienzo, el padre está leyendo el diario La Nación. En el reverso de la página que está leyendo vemos un texto cuyo título es “Un país prisionero del pasado”. Ese juego que establece en la escena -de hecho, y en alguna medida, el padre le está dando metafóricamente la espalda al texto- será retomado como formulación claramente política algo más adelante. Adiós a la memoria refuta la idea de ser prisionero del pasado, recuperándolo para atacar desde ese lugar a la antipolítica y el individualismo: “Cien años después” dice, después de citar a Gramsci y su manifiesto contra el cualunquismo, “estamos discutiendo el número de desaparecidos con los que antes decían que estaban en Europa”. Si el pasado vuelve como negación explícita -desde la antipolítica- o implícita -desde el deterioro de la memoria personal del padre-, el lugar de Prividera es el de romper esa inercia para recuperar el pasado y ponerlo en relación con el presente.
* Es en las imágenes donde Prividera encuentra el lazo que une a la memoria familiar con la política y la forma en que unas y otras se contaminan. Antes, al comienzo, se ha preguntado por qué en las películas familiares no hay política, para descubrir que aparecen apenas un puñado de imágenes de pintadas callejeras en los rollos recuperados. Pero es en la puesta en relación temporal donde las imágenes cobran significado. Si en las fotos de su padre puede encontrar los signos de la evolución de su deterioro en los cambios faciales, en las filmaciones encuentra el paralelismo justo: el golpe de 1976 funciona no solamente como clausura de una forma de habitar el espacio social, sino como un corte abrupto en la escena familiar. El padre deja de filmar esas tomas familiares. Como reflejo del entorno, las imágenes que documentan esos años desaparecen. Apenas aparecen las de un viaje a Mar del Plata en 1980, en el que se produce el traspaso de la cámara, y la puesta en escena de una muerte ficticia. De la misma manera que no hay imágenes de la familia, Prividera encuentra que no hay imágenes del accionar de la represión militar. Tan solo una imagen que se ha repetido una y otra vez y que no es más que una puesta en escena, pura teatralidad en la que la violencia represiva está nuevamente eludida. Los años de la dictadura son un espacio huérfano de imágenes que lo registren en su total dimensión, ese intento de “olvidar la violencia del olvido” de lo represivo.
* La imagen de Marta Sierra, la madre desaparecida de Prividera, es aquí un fantasma que sobrevuela todo el relato. Es el eje central que articula aún cuando pueda mantenerse en segundo plano, la relación entre la memoria y el olvido. Aparece en la dialéctica entre la memoria del padre y la del hijo: primero cuando aquel le preguntaba si no se acordaba nada de la madre hasta que las preguntas cesaron “y pudimos habitar el común olvido”. Después, en el que aparece como el momento más desgarrador y terrible del documental. El hijo le pregunta si recuerda quién era Marta Sierra. “¿Marta Sierra? ¿Era mi hermana?” pregunta desorientado en la desmemoria. Cuando el hijo le contesta, las preguntas vuelven a salir de su boca: “¿Era mi esposa? ¿Y qué pasó con ella? ¿Cómo se perdió? ¿Cómo fue?”. Marta es como la tensión entre la memoria y el olvido hacia el interior de la familia, y también en el espacio social, entre esa baldosa que la recuerda y la indiferencia de la gente que pasa ante ella y ante el lugar donde estaba El Olimpo. Como con el recuerdo y el olvido, Prividera se pregunta, sin juzgar de antemano: “¿Era miedo o preferían no ver?”. Y la pregunta va y vuelve entre el pasado del momento de la dictadura y el presente del relato, tiempos espejados que van reciclando los mismos olvidos, los mismos miedos, la misma intención de no ver.
* La dimensión política de Adiós a la memoria atraviesa la historia familiar, sin explicitarla. Y se expande hacia un entorno en el que el deterioro del padre parece correr en paralelo con el de la sociedad. Uno y otro son procesos que parecen realimentar su sentido mutuamente. La memoria y el olvido están en el centro de esa dimensión: los rastros de la catástrofe generada por la dictadura están allí, delante de los ojos que como en aquel momento, parecen preferir no ver. O directamente olvidar como una negación del pasado. Ese puro presente que pretende encarnar una derecha política como borramiento de la historia para apuntar a un futuro que repita el pasado una y otra vez (“El bacilo de la peste no muere”) aparece en esa manifestación en la que las banderas argentinas están atravesadas por la consigna “Sí se puede” mientras suena, de fondo, la “Marcha de la libertad” que sostiene los valores patrioteros. Las consecuencias de la desmemoria, del cierre de la historia y el pasado están en esas imágenes.
Calificación: 8/10
Adiós a la memoria (Argentina/2020). Guion y Dirección: Nicolás Prividera. Fotografía: Héctor Prividera, Nicolás Prividera. Edición y diseño de sonido: Hernán Rosselli. Duración: 95 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: