Se murió Carl Weathers. Hace un rato, mirando intrascendentes mensajes de texto en mi celular, me encontré con la noticia. El titular del diario no se apiadó de mis emociones, que me surgieron arremolinadas mientras esperaba el 24 con mi mujer un día de febrero con 39 grados a las ocho de la noche.
Carl Weathers es el nombre real de Apollo Creed, o deberíamos decirlo a la inversa. Apollo Creed es el nombre ficcional de Carl Weathers. Creo que ahí radica el tema más interesante de toda esta cuestión. Vamos a los orígenes del asunto. En mi caso, todo empezó a los 8 años en las brumosas aguas de la infancia. Era lunes a la noche y mi vieja no sé por qué cuestión no estaba en casa como todos los lunes a esa hora, así que mi viejo se quedó al mando del hogar. Hizo la comida y nos pusimos a ver en el sillón del living el mundo del espectáculo que pasaba todos los lunes a las diez de la noche un estreno cinematográfico. Ese día pasaron Rocky (Avildsen; 1977), y mi viejo y yo nos dispusimos a verla. La película de Avidlsen cuenta la historia de un don nadie (Rocky) al que el destino le ofrece la oportunidad de pelear por el título de peso pesado que ostenta Apollo Creed. En realidad, es Apollo el que le brindará la oportunidad de pelear por el título. “Me gusta cómo suena”, le dice en un determinado momento Apollo a su manager mientras buscaba contendiente para una próxima defensa. “¿No es acaso la tierra de las oportunidades?”, dispara Apollo para terminar de convencer a todos de que Rocky es el contrincante indicado; a lo que su manager le contesta: “Eso es muy americano”. “No, es muy inteligente”, remata Weathers. Ese dialogo cortísimo y filoso como una daga, que dice muchísimo con una economía de recursos notable, casi como al pasar, es la clave de Rocky, y de por qué esta película es tan importante en la historia del cine y de las artes populares en los últimos cincuenta años. Todo lo que sucede en Rocky, absolutamente todo, no podría haber sucedido de otra manera. Lo central en torno a la pelea entre el campeón y el contendiente, y lo secundario referido a todos esos personajes que componen la comedia humana que representa el universo de Rocky no podrían ser de otra manera de la que fueron creados. Weathers es arrogante en la primera película de la saga, pero su arrogancia es encantadora, incluso cuando lo que predomina en su ser es una fanfarronería a prueba de balas. Ignora a Rocky mientras éste golpea salvajemente unas reses en un matadero y él cuenta billetes pensando en la exhibición que brindara. Entra al ring vestido de George Washington arriba de una carrosa mientras su rival lo espera atónito en el ring. Apollo en esa escena está fundando el negocio del entretenimiento que hoy gobierna los resortes simbólicos del mundo. Deporte y entretenimiento en el mismo paquete es lo que ofrece Star plus a cualquier familia de cualquier lado del mundo bien entrada la tercera década del siglo XXI. Es la misma arrogancia encantadora con la que el capitalismo sabe moverse desde que opera como el modo de producción que rige los destinos del mundo. Pero Apollo es encantador porque a diferencia del capitalismo es humano, demasiado humano. Cuando termina la pelea -que termina ganando en la primera parte de la saga-, le dice a Rocky que no habrá revancha. Rocky II (1979), dirigida por Stallone, inicia con ambos en sillas de ruedas luego de la masacre de la primera pelea. Apollo lo quiere boxear y todo termina en escandalo cuando Mikey termina gritando que la pelea fue un robo y que el ganador fue Rocky. En esta película Apollo esta enfurecido. Ni rastros quedan de la arrogancia con la que se vinculó con su oponente en la primera parte de la saga. La segunda pelea es el momento deportivo cinematográfico de mayor suspenso de la historia del cine. La pelea es mucho más pareja que la primera, y Rocky gana luego de que ambos boxeadores caen al suelo en el conteo más dramático de la historia del cine boxístico. Al finalizar la segunda entrega, Rocky le agradecerá por haber peleado con él, y Apollo contestará con un pequeño y casi imperceptible gesto de resignación con la cabeza. De esos pequeños gestos está hecha la historia del cine. Basta que la cámara capte los movimientos imperceptibles del rostro humano que resumen lo que no puede comunicarse con palabras. En Rocky III (Stallone; 1982) luego de que Rocky es derrotado por Míster T, la historia entre Rocky y Apollo dará un giro irreversible. Apollo llevara a Rocky a reencontrarse con su ser boxeador y ambos terminarán sellando su amistad. En Rocky IV (Stallone; 1985), las ansias de gloria lo llevaran a Apollo a enfrentarse con la maquina asesina de Ivan Drago (Dolph Lundgren), que lo llevará a la muerte. La entrada a esa pelea con la música de fondo de James Brown también puede pensarse como una anticipación genial a la fusión entre la industria del cine y la del deporte casi 30 años de que esta se diera en la realidad. Nuevamente, la ficción anticipándose a la realidad, o quizás ambas fusionándose hasta casi hacerse indistinguibles.
Una mirada prejuiciosa podría encasillar a Weathers en el lugar de un actor sin mucha versatilidad. Lo cierto es que su rol en una de las sagas más importantes de la historia de la cultura popular en los últimos cincuenta años debería bastar para descartar esa mirada. En las cuatro entregas de Rocky en la que Apollo estuvo, éste pasó por todos los estados de ánimo de la condición humana. La fanfarronería y soberbia de la primera entrega dieron pie a la furia y el enojo de la segunda parte. En la tercera parte todos conocimos el corazón y la humanidad de Apollo, que se podía entrever en las dos primeras entregas de Rocky. Personalmente, pienso que lo más hermoso de la experiencia del cine es la de barrer con las distancias entre la realidad y la ficción. Cuando uno ve Psicosis (Hitchcock; 1960), cree que Norman Bates existe. Cuando uno ve El padrino (Coppola; 1972) está convencido que Brando es Vito Corleone. Cuando uno ve Rocky no existe ninguna duda que Apollo y Rocky son los dos mejores boxeadores de todos los tiempos y que esos golpes son reales. Mi viejo y yo hace cuatro décadas estábamos convencidos de que Apollo y Rocky estaban peleando realmente por el título de campeón del mundo. Sin la gracia el corazón y la belleza de Weathers, la magia de Rocky no hubiera sido la misma. Apollo ya es uno indistinguible con el viento que sopla hoy y mañana seguirá soplando. Carl Weathers se murió, pero Apollo no. Sus pies seguirán bailando, y sus brazos seguirán golpeando con el poder del rayo. Cosas del cine.
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