Por Marcos Vieytes

El día empezó raro, vale decir temprano. Lo usual es comprobar que en Mar del Plata el mejor día de playa, cuando no el único, es el que uno acaba de perderse. Está nublado y freso. Cuarenta y cinco minutos después de salir de la cama entré al cine a ver Liberen a García. Media hora después me levanté y me fui. Necesitaba una película que me despertara. Pensaba encontrarme con una dinámica, y me encontré con que el personaje más interesante era un gallo embalsamado. Las chicas que hacen huevo en patios, terrazas y veredas con el pelo cortadito como el de las francesistas de la Nouvelle Vague, los juegos de palabras absurdas para matar el tiempo, el uso exageradamente consciente del encuadre, la tipografía de los títulos que me hicieron recordar el tono entre lánguido y tierno del humorista Liniers y sinfín de referencias más con rivettes de eterna vanguardia merecen un crítico despabilado y con ganas de encontrarle un sentido a esa cartografía bien aprendida de signos heredados.

Mientras editaba el segundo parte de la cobertura, me enteré que al mediodía Fernando Martín Peña, Paula Félix-Didier y Alejandro Sammaritanno presentaban el libro de Daniela Kozak La mirada cinéfila: La modernización de la crítica en la revista Tiempo de cine, y me fui para el punto de encuentro del Auditorium, donde me encontré con una presentación que no sólo sirvió de marco y puesta en valor del ameno, claro y ágil libro de Kozak, sino también con la emoción de Peña, que se quebró al recordar que la notable personalidad de Salvador Sammaritano más de una vez  relegó la valoración de su agudeza intelectual por parte de sus contemporáneos. Tiempo de cine, como revista que durante 8 años y 23 números procesó todas las influencias críticas de la época, no sólo la francesa, daba cuenta de ella, y fue clave para la Generación del ’60, primer nuevo cine argentino. El libro de Kozak abre con un prólogo de David Oubiña y sus cuatro capítulos se ocupan del cine moderno, la crítica en la Argentina, los ’60 en Tiempo de cine y la batalla del cine.

A Peña lo volví a encontrar presentando Historia del 900, uno de los casi 20 clásicos nacionales que se proyectan en copias nacionales mejoradas a partir de la donación de Turner al país de casi 300 películas. La sección es una de las más importantes del festival. La ópera prima de Hugo del Carril, contemporánea de las maravillas de Manzi que que se propusieron la refundación mítica conciliadora del país (El último payador, Pobre mi madre querida, Escuela de campeones, algunas de las cuales tienen al cantor de tangos y cineasta como protagonista), exhibe desde el primer travelling su notable concepción del movimiento y es un complejo mosaico de representaciones simbólicas de clase, género e ideologías, que narra menos una página policial de la época que el entramado social subyacente a las decisiones individuales. El aplauso de la sala coronó la proyección, y vuelve a demostrar la necesidad que tenemos los críticos de ver cine clásico en pantalla grande para revitalizar la percepción de ellos y escribir textos que las pongan de nuevo en circulación y en diálogo con el presente.
El día terminó con otra historia, la de la muerte de Albert Serra, si atendemos a la primera persona del título. El catalán -al que no quiere nadie del mundo cinéfilo al menos por estos lares, quizás porque su cinismo demuestra como pocos el desprecio que siente hacia la sacralización irreflexiva de los neovanguardismos por parte de festivales que, ahora más que nunca, fomentan esos contenidos porque les son imprescindibles para funcionar- volvió al color, como en Honor de caballería, que le sienta mejor que el blanco y negro de El canto de los pájaros, porque el tipo es un realista, no digo que a la manera literaria de un Pérez Galdós, pero sí a la cinematográfica de un Marco Ferreri. Sólo existe el cuerpo en toda su dimensión, pero con el cuerpo basta y sobra para decirlo todo o casi todo; el cristianismo fue una invención acaso monstruosa de tan magníficamente impracticable, y tan superada para Casanova como insultante para Drácula; y toda construcción simbólica es susceptible de ser materializada.

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