Por Marcos Vieytes 

El viaje junto a Rojas, la implacable Sonia que no dejó de reclamarme la devolución del otro (o de El otro, aunque no entiendo tanta pasión por la película de Rotter ¿o era la de Mulligan?) y la compañera Paula Vázquez Prieto, venerables todos, fue un verdadero relajo. Salimos a las 10:20 de Caballito y llegamos a las 16:50 por culpa de los baños de Atalaya, donde quien escribe tiene descuento desde su nacimiento y de por vida por razones teológicas, una compra de hongos antes de Dolores, una sesión de fotos que no podemos subir porque son de tono subido, el muy distractivo juego (si no, pregúntenle a una vaca y a un paisano que pasaban) de nombrar películas con números en los títulos (El centroforward murió al amanecer, por ejemplo), y unas bondiolas que nos dejaron en llanta a la hora de la siesta.
Antes de ir al hotel pasamos por la sala de prensa, y en menos de media hora recibimos instrucciones certeras de Gabriela Avaltroni, grilla, catálogo y credencial, ingresamos al sistema, y sacamos entradas para dos películas de esta noche y para las dos asignadas de mañana. El día es espléndido, hay 26 grados de temperatura a las 7 de la tarde, la noche sólo podría mejorar si aquí proyectaran NK, un documento de Israel Adrián Caetano, en simultáneo con el Parque Lezama, y fueron tres las personas con que nos cruzamos que hablaron de Fantasmas de la ruta, el último largometraje de José Campusano, que primero fue una serie para TV que aún no tuvo aire ni cable. Parece que la función de prensa fue un éxito.


Campusano ya es, además del más importante y singular cineasta vivo, una estrella del festival. La presencia de Vikingo y otros motociclistas hacen el resto. Si los 400 primeros minutos de la serie que vi hace unos meses tenían una potencia narrativa pasmosa, este concentrado de tres horas y media tiene todo para funcionar con la misma o mayor intensidad. La primer película que vi fue Pays de Cocagne, de Pierre Etaix, clown a quien muchos recién conocimos hace un par de años en este mismo festival, donde se presentaron sus películas. Vestido con traje claro y pañuelo rojo, presentó a esta insospechada precursora de Balnearios, de Mariano Llinás. 40 años debió esperar para que su película más singular fuera vista y celebrada, lo que para el director fue prueba suficiente de la incapacidad de sus compatriotas de entonces para reírse de sí mismos, ridiculizados por un montaje de choque gracioso y no pocas veces pesado, que disecciona el veraneo consumista del 69 sin que el propio Etaix aparezca jamás en cuadro.
El retrato de época y de lugar son fascinantes, pero sobre todo el feroz y hasta cruel sentido del humor. Más que maldad, el (mal)trato refleja un tiempo anterior al concepto de corrección política y un tipo de humor acorde al grosor de la piel de los involucrados, hombres y mujeres curtidos durante décadas de trabajo industrial y tareas rurales. Hoy no faltaría quien lo tratase de fascista, y en todo caso, si se pasó de la raya, los propios afectados se lo hicieron saber en su momento. La jornada terminó con una película y una copia inmirables, previo encuentro casual con Emiliano Oviedo, colaborador de P12/Rosario y de Hacerse la crítica con el que todavía no nos conocíamos personalmente.


Siempre hubo dos To (Johnny y Johnnie). Antes, en líneas generales, uno de ellos era el que filmaba variantes del noir, y otro el que filmaba comedias entre románticas y fantásticas. El primero ha sido el que canonizamos en Occidente (alguna vez declaró que hacía policiales para los festivales), el otro era para el mercado interno. Ahora sigue habiendo dos To y quizás el patrón clasificatorio de ambos siga siendo más o menos el mismo, pero con alguno cambios. Venganza fue el límite de sus policiales a la francesa en los que al minimalismo melvilleano le saltaba la térmica leonina y peckinpaniana. Life without principlesy Drug war son policiales secos y, en buena medida, películas políticas más que policiales, acaso herederas de sus dos sobre la mafia. China, el territorio chino, los flujos económicos y cierto laconismo material de algunos thrillers estadounidenses setentistas me parece que son sus temas y marcos, pero no me mueven un pelo, como me también me pasó con las Election.

Blind Detective me gusta mucho más, diría que muchísimo, porque allí está ahora el To más abstracto -aunque la aglomeración y el griterío parezca desmentir la raíz etimológica del término- que es el To del aparente caos narrativo, la superposicón y simultaneidad discursiva, el malabarismo del relato, con un pie puesto en el melodrama y el otro en la comedia, aunque jugando con el thriller, que aquí es sólo una excusa. Percibo ecos del exceso fabuloso y fabulador de Mi ojo izquierdo ve fantasmas, y de la intersección discursiva de Throw Down(buena parte de la acción transcurre en la esquina del globo rojo de aquella). La filmografía de To es, mucho más que en otros casos, un territorio: más llano, impenetrable y desértico el primero de los mencionados; lleno de accidentes geográficos el segundo. Hoy por hoy, me quedo con este último. 

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